miércoles, 16 de diciembre de 2015

Convencidos de ambos lados vs “ni-ni”: dónde se juega la suerte del nuevo gobierno y la nueva oposición (1)

El plexo cuali-cuantitativo que conforma el mapa político-electoral actual (“un gobierno viene de una elección y va hacia otra. Los gobiernos que olvidan esto cometen un grave y costoso error”; Felipe Noguera, 2001) es el que surge de la tesis de los tres tercios. Esta plantea la existencia de un tercio anti-K, que se confirmó en el 34% obtenido por Mauricio Macri en la primera vuelta del 25-O); uno filo-K, entre el mínimo del 33% obtenido por el FPV en las legislativas de 2009 y 2013 y el 37% que alcanzó Daniel Scioli el 25-O; y un tercero que es “ni-ni”, o sea, ni una cosa ni la otra, constituido por el 29-30% del electorado que resistió la polarización entre Cambiemos y Scioli dos veces, las primarias del 9-A y las generales de octubre, hasta que, obligado por el ballotage, tuvo que optar entre ellos. 

El tercio anti-K que tiene un diagnóstico decididamente negativo del ciclo kirchnerista posee, por contrapartida, una alta expectativa en Macri. En el otro extremo, el tercio que tiene un diagnóstico decididamente favorable del ciclo K tiene, consistentemente, bajas o nulas expectativas en Macri. Cualquier elector que hoy tenga una red políticamente amplia de contactos en redes sociales podrá apreciar que esos dos segmentos son casi impermeables entre sí: los primeros tienden a defender activamente al nuevo gobierno, o bien “callan, pero otorgan” frente a sus primeras medidas. Por el contrario, los segundos tienden a ser acérrimos críticos de los primeros días de Macri y recrean con frecuencia los argumentos de campaña negativa que ya se habían desplegado en las semanas previas al ballotage del 22-N. 3. 

En cierta medida, el diálogo entre estas dos posiciones es tanto un ideal regulador como una quimera; las posiciones discursivas, tanto como las emocionalidades que involucran, con frecuencia se estancan en posiciones irreconciliables (y quizá desembocan allí porque parten de una base antinómica). La “grieta” no es sólo una posición discursiva; cada parte se atrinchera en posiciones semióticas diferentes, y también en intereses y racionalizaciones (más que razonamientos). ¿Cuál es la diferencia o el matiz entre esos términos? Que los electores son seres racionalizadores, más que racionales: un ejemplo claro de esta divergencia se da en las discusiones por la ampliación de la Corte por DNU ejecutada por Macri en su primer lunes de gobierno. Los electores del tercio anti-K justifican la polémica medida o minimizan sus aspectos institucionalmente cuestionables, mientras que cuando Cristina Fernández estaba en el gobierno exacerbaban sus críticas a esos mismos aspectos. En el tercio filo-K, en tanto, la crítica al DNU de Macri tiene una sustancia que nunca tuvo la autocrítica cuando el FPV era oficialismo. 

Esa trinchera también se patentiza cuando el anti-K critica al K su militancia oficialista y su nuevo rol opositor, y cuando el K hace lo contrario, es decir, cuestiona el pasado rol opositor del anti-K y su flamante complacencia (o tolerancia) ante Macri. Lo que subyace a esta discusión se puede traducir en la pregunta (capciosa, por cierto): ¿Quién es el responsable (culpable) de la grieta, quien fue oficialismo y ahora es oposición, o quien fue oposición y ahora es oficialismo? Aquí, resulta muy ilustrativo un concepto de la pragmática de la comunicación desarrollada por Gregory Bateson y Don Jackson. En el estudio de la interacción entre comunicantes, estos autores hablaron de "la puntuación de la secuencia de hechos" como organizadora de la conducta de las personas. El desacuerdo en la puntuación de la secuencia (o incapacidad para metacomunicarse acerca de sus respectivas formas de pautar la interacción) se propone como causa de conflictos en las relaciones: por ejemplo, en una relación de pareja, uno de los cónyuges comienza a puntuar las interacciones en “Me retraigo porque me regañas” y el otro en “Te regaño porque te retraes”. El error de los participantes es la pretensión de que la serie tiene un comienzo: en sentido pragmático, el punto de partida no existe, ya que el modelo de conducta entre los cónyuges se repite desde hace mucho tiempo atrás, y saber quién comenzó la secuencia ha perdido significación también hace ya mucho tiempo. Este mismo concepto vale para la discusión por la responsabilidad/culpabilidad en torno a “la grieta”: es más sano (introducimos a propósito ese término por su resonancia terapéutica) entender que ambas partes conformaron un sistema y patrón de interacción que se realimentó, que tratar de descubrir (infantilmente) “quién empezó”.  

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