martes, 15 de febrero de 2011

Modelos para explicar el voto (1)


Terminamos el post anterior refiriéndonos a si la publicación de encuestas puede incidir en el voto de los electores y reseñando dos efectos contrapuestos, el del carro ganador y el del candidato menos favorecido. Sin embargo, persiste un tema clave: ¿cómo se puede explicar el voto, el comportamiento electoral?

Existen cuerpos de teorías orientados a explicar la conducta de los votantes. En la tradición sociológica de la Universidad de Columbia, votar es una experiencia de grupo, resultado del impacto combinado de factores sociales como la clase, la renta, la profesión, la religión y el hábitat (urbano o rural). Según este modelo, las pertenencias sociales determinan las preferencias políticas. Interesan especialmente, a los fines del análisis, los grupos primarios (como la familia y las amistades), los grupos secundarios (partidos políticos, sindicatos), y grupos de referencia (clase, raza, religión).

La familia y las amistades influyen tempranamente en las preferencias políticas y partidarias. Algunos autores hablan incluso de un “voto hereditario”, planteando que la socialización familiar contribuye a que los niños se identifiquen con determinados partidos, sesgo que influye en su conducta al alcanzar la mayoría de edad. En cuanto a las amistades, otros estudios enfatizan que la identificación política o partidaria se refuerza en la adolescencia, por la necesidad de aprobación y presión que lleva a los jóvenes a adaptarse por temor al aislamiento. Otros enfatizan la lealtad partidaria en términos de identificación, o bien la inscripción laboral y pertenencia sindical como los elementos que definen el comportamiento electoral. En países como Estados Unidos, el origen étnico también ha sido tradicionalmente tomado como elemento clave (es un lugar común plantear, por ejemplo, que tradicionalmente los negros se inclinaban por los candidatos demócratas, sesgo que por supuesto ha sido matizado en las últimas décadas, ya que entre los electores republicanos se han detectado afroamericanos de alto status socioeconómico). En ciertos contextos, la religión también puede ser un elemento diferencial de peso.

En cualquier caso, todas estas teorías comparten que, para que la pertenencia grupal sea considerada como relevantes a los fines del análisis, el individuo debe en alguna medida ser consciente de esa pertenencia (consciencia de su religión, de su clase, de su posición laboral, por ejemplo). A su vez, se las puede tomar como generalizaciones descriptivas (por ejemplo, que en Argentina las clases bajas votan al peronismo) pero no del todo explicativas (en sentido determinista o absoluto) sino probabilísticas, tal como reseña Mora y Araujo.

Los estudios de esta perspectiva, desplegados en torno al seguimiento de campañas estadounidenses entre 1940 y 1950 (pioneros en la utilización de sondeos) interpretan que la influencia de los medios de comunicación en las campañas electorales es más bien escasa y que los mismos son más reforzadores que formadores de opinión; en cambio, son los citados determinantes estructurales del voto los que definen el proceso. Sin embargo, estos estudios son previos a la irrupción intensa del medio televisivo en las campañas electorales (irrupción que, para algunos sociólogos, además se da en un marco sociológico de debilitamiento de otras referencias grupales tradicionales, como la familia, el trabajo, los sindicatos y asociaciones, etc.).

Por contraposición, la Universidad de Michigan –en rigor, investigadores ligados al Survey Research Center de ese centro de estudios-trabajó entre las décadas del ´50 y del ´60 con una perspectiva más individualista, a partir de la tesis de que las actitudes, percepciones, valores y creencias de los individuos son los determinantes del voto, y entre ellos interviene la lealtad partidaria, no en el sentido de una pertenencia a un grupo sino entendida en términos de una conexión psicológica con el partido, que actúa como filtro en la percepción de información, influyendo así en las percepciones y juicios de los votantes. Del mismo modo, en esta corriente –de fuerte desarrollo entre los años 50 y 60-, la ideología (en sentido amplio, incluyendo por ejemplo cuestiones de valores y moral, no sólo los tradicionales rótulos de izquierda-derecha) y los temas de campaña (impuestos, seguridad, transporte, y las creencias y propuestas que circulen en torno a ellos antes de la elección, por ejemplo) pueden resultar decisivos y orientadores del voto.

La tradición de Michigan coincide con Columbia en que las campañas políticas no tienen una influencia significativa en el voto; asimismo, no considera el entorno político como una variable independiente y subestima la importancia de los factores de corto plazo. Lourdes Martín Salgado plantea que “los estudios de conducta electoral posteriores han ofrecido una perspectiva revisada que asigna un papel más importante a la campaña y su poder para persuadir”.

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