En la entrada anterior compartimos algunos resultados de la encuesta de FOPEA entre periodistas, pero ese estudio tiene más tela para cortar por lo que le dedicaremos un espacio aquí también. Uno de los resultados más interesantes que ofrece es la postura de los periodistas frente a la nueva ley de medios. En ese punto, la respuesta con la que más se identificaron los periodistas fue "contiene puntos que no comparto, pero el cambio propuesto significa una mejora con respecto a la ley anterior" (37%) seguida por quienes eligieron la opción "se trata de un avance sustancial en la democratización de la información" (26%). Las opiniones netamente detractoras de la nueva ley son minoritarias (hacer click para agrandar el gráfico adjunto), contrariamente a la impresión que puede tener el lector atendiendo al tratamiento periodístico que los grandes medios han hecho y hacen de la misma.
Donde sí existe una continuidad con lo que se advierte en la cobertura mediática dominante es en la percepción de las relaciones entre poder político y la prensa: el 25% de los periodistas dijo que la misma es muy mala, 30% la calificó como mala, 29% regular y apenas 12% la evaluó positivamente (10% buena, 1% muy buena y 1% excelente). Por otro lado, 38% de los periodistas dijo que ellos mismos o bien un colega (compañero de tareas o jefe) ha recibido mensajes coercitivos desde el poder político, pero como responsables de esas presiones aparecen los funcionarios provinciales primero y los municipales después, relegando a los nacionales al tercer lugar.
El contrapunto entre periodismo y poder político siempre ha sido un clásico, pero en la última década se ha recreado y transformado no sólo en nuestro país, sino también en la región y a nivel global. Los periodistas Alejandra Gallo y Martín Dinatale (también citados antes en este blog) afirman que viene emergiendo un nuevo paradigma de comunicación en América Latina, donde los mandatarios no sólo mantienen relaciones conflictivas con la prensa sino que además trazan una estrategia de llegada directa al ciudadano (y elector) a través de diversos medios, pero con especial protagonismo de las redes sociales, que les permiten un contacto sin intermediación.
Según los autores, ese paradigma, plasmado en el uso de las redes sociales, la publicidad oficial, los canales de comunicación y los discursos presidenciales en cadena es transversal a los matices políticos e ideológicos que distinguen a mandatarios como Álvaro Uribe (ex presidente de Colombia), el venezolano Hugo Chávez, el boliviano Evo Morales, "Lula" Da Silva (ex presidente de Brasil) y los "K" (Cristina y Néstor) : "Sin lugar a dudas, no hay coincidencia ideológica entre Uribe y Chávez, por caso, pero sí coinciden en la manera en la que elaboran su estrategia comunicacional".
Los especialistas plantean que todos enfatizan la comunicación de su mensaje político de la manera más directa posible, sin la intermediación que tradicionalmente han jugado los medios de comunicación e incluso echando mano a acciones de "discriminación informativa". El uso de redes sociales se enmarca en esa línea de profundización de la comunicación directa con el ciudadano. "El mensaje se emite por Twitter y los medios de comunicación terminan levantando Twitter. Se elimina el contacto del político con la prensa, que es la que puede acceder a preguntar". De esa forma, también, se explica la progresiva desaparición de las conferencias de prensa en la mayoría de estos gobiernos. "Tiene que ver con un momento político mundial muy particular, donde parece ser que los ejes tradicionales del modo de hacer política ya no funcionan" interpretan los autores.
La hipótesis del cambio de paradigma es atractiva. Gustavo Martínez Pandiani afirmaba en un artículo del año 2000 (La irrupción del marketing político en las campañas electorales de América Latina) que en la década del ´70 el paradigma político latinoamericano era tan poderoso que imponía su ritmo y reglas de juego a los medios de comunicación y que la relación se desarrollaba en términos de una "centralidad política de la comunicación". Esa situación cambió drásticamente en las décadas siguientes, cuando los medios quedaron en posición de imponer su ritmo y reglas a la actividad política, obligando a los dirigentes a adaptarse a su dinámica: "deben aprender a contestar preguntas de fondo en veinte segundos, para veinte periodistas al mismo tiempo y, si es posible, mirando a cámara".
Según el autor, ese cambio transformó las relaciones entre políticos y electores y modificó el modo de producción y circulación del discurso político, ganando así los medios poder de manera exponencial y convirtiendo al paradigma mediático en el dominante, completando el tránsito de la "centralidad política de la comunicación" a la "centralidad comunicacional de la política". Siguiendo ese razonamiento, con la irrupción de las redes sociales y su explotación por parte de dirigentes la clase política estaría sustrayéndose de la intermediación de la prensa, tratando así de reducir su dependencia respecto de "la centralidad comunicacional".
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