A lo largo del
kirchnerismo, pueden identificarse distintos elementos que funcionaron como
claras divisorias de aguas en términos de opinión pública: la discusión por
Ganancias es una de ellas, toda vez que se asume (con una cierta base empírica)
que el hecho de que ese tributo alcanza progresivamente a cada vez más
asalariados dentro de la clase media (en parte) y (sobre todo) media alta le ha
hecho perder apoyo al gobierno en esos segmentos sociales, que a la postre se
traducen en desgaste electoral. Aquí, “la grieta” funciona en realidad como una metáfora
para expresar la “enajenación” de ciertos sectores respecto del oficialismo. Otra divisoria de aguas reciente fue la ley de medios, que a la vez que
le granjeó al gobierno el apoyo de algunos segmentos sociales, lo
alejó de otros (fundamentalmente aquellos permeables al discurso crítico
respecto del estilo de gobierno K, más que de la sustancia del mismo). Fue otro
hito de “la grieta”, además convenientemente fogoneado desde los grupos
mediáticos contrarios a la ley.
Más lejos en el tiempo,
otra clara divisoria de aguas fue la resolución 125, caída tras el voto “no
positivo” del por entonces vicepresidente Julio Cobos, tema al que hemos
dedicado múltiples entradas en este blog. Esa divisoria, coincidente con un
fenómeno de espiral del silencio adverso al gobierno (la corriente ascendente
era la contraria, y la descendente correspondía a los adherentes al
oficialismo) también operó como una “enajenación” o distanciamiento de
segmentos electorales que en las elecciones del 2009 terminaron votando listas opositoras
al kirchnerismo. Como se sabe, esa espiral se desarrolló hasta junio de 2009,
coincidiendo con las elecciones, cuando alcanzó su cenit, y luego remitió, al
tiempo que ascendía la espiral favorable al gobierno, detectada a fines de
2009, claramente visible a mediados de
2010 (coincidente con el Bicentenario) y francamente dominante en las elecciones
presidenciales del 2011. Por entonces, “la grieta” estaba en su mínima
expresión, toda vez que el oficialismo pasa de ser primera minoría electoral en
2009 (con alrededor del 33% de los votos en todo el país) a mayoría neta, con
más del 54%.
Podría argumentarse, no
obstante, que “la grieta” persistía, dado que un 46%, más o menos, no votó al
oficialismo en esa elección. Discrepamos con esa lectura, amparados en la
estadística y en Laclau: no es posible el consenso total, pero si hay una
mayoría neta (una del 54% lo es) “la grieta”, en el peor de los casos, está en
situación de latencia, no manifiesta, puesto que ese 46% no oficialista no
convergía de ninguna manera en una expresión política sólida, sino dispersa en
varias fuerzas y candidatos (recordemos que el segundo candidato más votado en
esa elección fue Hermes Binner, con apenas 17%, esto es, a 37 puntos
porcentuales de CFK). En 2011, el oficialismo “sutura” la grieta recuperando apoyo
perdido en el 2009, y a caballo de eso, gana las elecciones presidenciales de manera
indiscutida. Desde esta línea interpretativa, entonces, “la grieta” sí fue
visible en las legislativas del 2009 (con la 125 como gran divisoria de aguas,
aunque no como único tema de campaña, ciertamente) y en las legislativas de
2013 (con Ganancias como divisoria de aguas principal, pero tampoco la única).
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