martes, 29 de julio de 2014

Épica y pragmatismo (1)

“El enfoque que condujo a resultados satisfactorios en los casos del Club de París y de Repsol –dureza inicial y  retórica sin concesiones, seguidas de voluntad negociadora– debería funcionar ante la Justicia de Nueva York, aun cuando el jugador del otro lado sea un halcón difícil de domar como lo es el juez Griesa”, escribía recientemente el sociólogo Mora y Araujo en una columna para Perfil. Un rasgo característico del kirchnerismo, prácticamente desde sus inicios, ha sido la audacia de jugar al límite; sin embargo, el pragmatismo tampoco le ha sido ajeno (más allá que en el imaginario histórico es altamente probable que Cristina Fernández sea asociada a dosis mayores de intransigencia y Néstor Kirchner a dosis mayores de pragmatismo). En rigor, el gobierno viene recreando esa combinación de dosis de confrontación (revestida de épica) y pragmatismo  en el último año, y el ministro Axel Kicillof, por estas horas en febriles negociaciones con el mediador Daniel Pollack por el tema fondos buitre, ha sido tanto un eficaz instrumento de esa dialéctica como un cabal intérprete de la funcionalidad política que revisten tanto la épica como el pragmatismo.

Esa misma dialéctica atraviesa la sucesión del kirchnerismo, impedido de autoheredarse en una variante pura a partir de la muerte de Néstor Kirchner, que decantó en la candidatura inevitable de CFK (no inevitable por fatalidad histórica, sino por necesidad del proyecto de consagrar una continuidad sin fisuras). Después de las elecciones legislativas del 2013, la continuidad pura enfrentó una doble adversidad: el desgaste electoral (con un resultado similar al del 2009) y, asociado al mismo, la evidencia de imposibilidad de una reforma constitucional que habilitara, vía re-reelección, esa continuidad pura. Si la imposibilidad constitucional transformó en formalmente inviable la continuidad pura, el desgaste electoral puso en evidencia la inviabilidad sustantiva (material) de esa misma continuidad, y abrió el proceso de sucesión con sus previsibles fisuras (despojando este concepto de todo dramatismo). 

Sin la continuidad pura que implicaría el apellido Kirchner nuevamente encabezando la boleta presidencial, ineludiblemente se abren los matices, dado que nada garantiza (desde lo simbólico al "encolumnamiento") el “purismo K” tanto como el apellido Kirchner. Mientras candidatos como Sergio Urribarri se esfuerzan por expresar la continuidad pura (apostando al voto “duro” K), otros (Daniel Scioli) expresan la "continuidad con cambio", tomando nota del desgaste electoral que llevó al oficialismo de la mayoría neta del 54% del 2011 a la primera minoría del 33% en 2013. Al mismo tiempo, figuras como Florencio Randazzo construyen desde el alineamiento político con el proyecto que implica la condición de ministro-funcionario, la impronta de gestión y algunos matices desde lo discursivo. Los potenciales “presidenciales” del espacio pan-oficialista no se agotan en esos tres referentes, pero la mayor o menor extensión del listado no invalida el análisis de base, en el sentido de que la imposibilidad de continuidad pura inevitablemente se traduce en matices (mayores o menores) a la hora de definir la sucesión. Al tiempo que el kirchnerismo duro se inclina por figuras más cercanas a la continuidad pura y el tono épico (Urribarri, Agustín Rossi, por ejemplo), recelando de las figuras más pragmáticas (el gobernador bonaerense Daniel Scioli, ciertamente, es el más representativo de esta impronta "consensual"), otros sectores del oficialismo (peronistas no antikirchneristas, pero tampoco netamente "K") sienten, piensan y operan de la manera exactamente inversa.  

En ese marco, la pregunta de si la gran electora de la sucesión (CFK) tomará en el 2015 partido por opciones más cercanas a la épica (es decir, por candidatos que expresen la continuidad del proyecto, con Urribarri como referente) o por el pragmatismo (la “continuidad con cambio” de Scioli sería la traducción de esa impronta en el plano del eje de campaña) presupone una lógica binaria, que no necesariamente se manifiesta de manera tan lineal en los procesos políticos concretos y reales: en las legislativas del 2013, el “defensor” y cabeza de campaña del oficialismo en la estratégica y decisiva provincia de Buenos Aires fue Daniel Scioli (oficialista pragmático), no Gabriel Mariotto (K alineado); la cabeza de lista del FPV en ese distrito fue Martín Insaurralde (hoy, envuelto en especulaciones de estar preparando un pase al massismo), no un “K” puro. Otro tanto puede decirse en el plano de la gestión: Kicillof es tanto capaz de una retórica encendida como capaz de ejercitar el pragmatismo a la hora de negociar (como lo era Néstor y como es CFK, contra lo que puede parecer desde el reino de las apariencias) . A ese sello, Mora y Araujo denominó, en la misma columna citada antes, “sabiduría convencional”: “La sabiduría convencional que el Gobierno viene aplicando desde hace casi un año rinde sus frutos: sostiene los mercados financieros, abre expectativas de inversiones, redefine las oportunidades del país en el área de los hidrocarburos y, en el plano electoral, proporciona al Gobierno una candidatura competitiva”

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