martes, 6 de diciembre de 2016

De los globos amarillos a la alerta roja (3)


Como venimos viendo, el relato de Cambiemos exagera el peso de la herencia recibida (habla de 5 años de estancamiento en la economía, lo cual según sus propias estadísticas oficiales no es cierto). Al mismo tiempo, exagera las propias bondades de su programa económico: prometió una inflación no mayor al 25% para este año (rondará el 40%) y recuperación de la actividad en el segundo semestre (tampoco cumplirá, y el PBI caerá entre el 2% y el 2,5%). Con esos fallidos, nos preguntábamos si la previsión de crecimiento de 3,5% para 2017 es de fiar: varios economistas vienen señalando que ese pronóstico puede ser también exagerado, estimando en cambio un rebote similar a la caída de este año (entre 2,2% y 2,8%), con lo cual la actividad económica, en rigor, tendrá el mismo “tamaño” que en el 2015.  

Un crecimiento en el orden del 3% anual o incluso por debajo para 2017 no es auspicioso de cara a ese año electoral; luego del malestar socioeconómico neto con el que cerrará este año, el gobierno necesita generar bienestar para mejorar sus chances electorales en un Congreso en el cual es minoría. En ese marco, la demora de las inversiones es tanto más preocupante en la medida en que cada vez más voces, en público o en privado, atan su llegada al resultado electoral del 2017: esto es, vendrían luego de que Cambiemos ganara las elecciones (y si es que gana). Ya se pronunciaron públicamente en ese sentido varios empresarios (Jaime Garbarsky de Ecipsa, Jorge Brito de Banco Macro, entre ellos), lo cual es un problema, pues el gobierno necesita que esas inversiones lleguen antes de las elecciones para tener mejores chances de ganar. Así, hay expectativas cruzadas y contradictorias entre los potenciales inversores y el gobierno. 

Una cita del politólogo Guillermo O´Donnell puede ilustrarnos respecto a por qué sucede esto: "El gran problema inicial no es sólo que los 'técnicos' liberales ganen el control de, al menos, el aparato económico del Estado. Tampoco lo es que tengan antecedentes irreprochables para sus interlocutores internos y externos, ni que se extremen en profesiones de ortodoxia; ni siquiera es suficiente que las medidas que adoptan sigan claramente la orientación codificada. (…). Para que la reaparición de aquellos ‘técnicos’ pueda cambiar las expectativas tienen que darse además otros requisitos, en los que descubrimos que el problema está lejos de ser puramente económico. Ellos son: 1) tiene que ser verosímil que los políticas de normalización se irán decidiendo e implementando, y se mantendrán, por todo el tiempo necesario para que rinda predecible. Hay un tránsito, que cubre un lapso más o menos prolongado, durante el cual es necesario que se prediga que se mantendrá la ortodoxia; de otra manera, las aprobaciones necesarias quedarían en suspenso y, sobre todo, las predicciones (y consiguientes comportamientos) seguirían siendo negativos -con lo que la normalización sería inviable por carencia de una de sus condiciones necesarias-; y 2) como la decisión de mantener la ortodoxia no flota en un vacío social, para revertir aquellas expectativas es necesario también que, en contraste con lo que enseña la fresca memoria del Estado pretoriano, exista capacidad y voluntad de prevenir, y llegado el caso derrotar, las alianzas y oposiciones que pueden surgir contra las políticas ortodoxas. Esto equivale a decir que tiene que haberse producido, efectiva y reconocidamente un cambio en el tipo de Estado (…) una radical modificación en las bases sociales de un Estado que ahora parece capaz de extender una garantía de recuperación de las condiciones generales de funcionamiento ‘normal’ de estos capitalismos y de garantía de su sistema de dominación"

Así, el escenario que se va perfilando es el de una recesión más larga de lo estimado y una recuperación demorada. A las manifestaciones públicas que nos referimos se suman los datos y las opiniones sotto voce: recientemente, en una nota publicada en Ámbito, Guillermo Laborda citaba al CEO de una de las mayores multinacionales que operan en el país: “en un almuerzo con periodistas, destacó que no hay ningún brote verde. Sus ventas son de productos de consumo masivo, por lo que tiene un termómetro instantáneo de la marcha de la actividad. La incertidumbre sobre tarifas se traslada al consumo. Si no se sabe cuánto vendrá de factura de electricidad o gas, el gasto se retrae por las dudas. Pese a las proyecciones oficiales, el CEO contempla un alza de precios del 25% para 2017. Deja al desnudo la falta de credibilidad en la plaza local de las estimaciones del BCRA que contemplan un 17% máximo de suba de los precios”. Como puede apreciarse, así como falló la previsión oficial de inflación de 2016, tampoco hay certeza respecto a la del año próximo. Por su parte, en una nota escrita a mediados de noviembre, Luis Majul citaba (sin identificarlo) a un secretario de una de las áreas más importantes de la economía: "La tendencia firme de crecimiento de la economía se producirá un par de meses antes de las legislativas, antes no". Es poco probable que una recuperación así de demorada tenga un impacto electoral positivo para las chances del oficialismo.  Para peor, muchas de las previsiones optimistas para 2017 fueron hechas antes de la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, hecho político que altera sustantivamente el escenario previsto por el gobierno nacional, pero que en rigor pone de manifiesto tendencias internacionales proteccionistas que ya se venían identificando hace meses (y que el gobierno de Cambiemos subestimó o no atendió). Según Bloomberg, en los últimos meses creció en los países la tendencia a cuidar los mercados internos. Es decir, mientras el presidente Mauricio Macri promueve las bondades de abrirse al mundo, a contrapelo, este viene haciéndose más proteccionista y menos librecambista (ver datos arriba; click para agrandar). 

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