Citábamos en el post anterior el reciente estudio de opinión elaborado por las consultoras Taquión y 3puntozero sobre una muestra nacional de 1.632 casos. Veíamos ahí que, en conjunto, los problemas ligados a la economía alcanzaban el 48%, casi la mitad de las menciones totales. El director de Taquión, Sergio Doval, evaluaba que lo más perjudicial de la inflación es la pérdida del poder adquisitivo. En este marco, la mala noticia es que en el último trimestre nuevamente se observa un deterioro del poder adquisitivo, ya que la inflación le ganó por casi 3 puntos a los salarios. De acuerdo a los datos del Ministerio de Trabajo, entre diciembre de 2017 y febrero de 2018 los salarios en blanco tuvieron una mejora del 4,8%. Según otros datos oficiales (Indec) la inflación en esos tres meses fue del 7,5% (brecha de 2,7 puntos porcentuales). Peor aún, el parámetro salarial son las cifras del RIPTE (Remuneración Imponible de Trabajadores Estables), que ubica el salario promedio en más de $ 27.000, esto es, un valor que permitiría cubrir la canasta familiar pero que está lejos de lo que cobra la mayoría de la clase trabajadora. Asimismo, en la inflación está subvaluado el peso de las tarifas en los gastos familiares, lo cual implica que no mide realmente las consecuencias de los tarifazos en la vida cotidiana.
Así, teniendo en cuenta que el gobierno insiste en cerrar acuerdos por el 15% y las estimaciones de inflación ya superan largamente el 20%, los salarios perderían este año poder de compra frente al incremento sostenido de los precios. Esto permite entender por qué la inflación es el principal problema, con casi 22% de las menciones en la encuesta de Taquión. El malestar económico también se pone de manifiesto en la evaluación de gobierno de Cambiemos. Según el mismo estudio, el 42,7% califica positivamente a la gestión del presidente Mauricio Macri, contra un 51,6% que la califica negativamente (ver datos arriba; click para agrandar). La brecha, de casi 9 puntos porcentuales (8,9 pp) es estadísticamente significativa, ya que el error muestral reportado del estudio es de +- 2,4%. La calificación favorable está en el orden de magnitud de los votos obtenidos por Cambiemos en las legislativas del 2017 (42%), pero bien por debajo del 51,34% logrado en el ballotage del 2015. Asimismo, el informe arroja un resultado muy desfavorable para el oficialismo en un issue que hasta no hace mucho tiempo le servía para diferenciarse del gobierno anterior: la corrupción. De acuerdo a la encuesta, el 48,4% cree que Macri es muy o "bastante corrupto", a lo que se le suma un 18,7% que lo considera "poco" corrupto. En contraposición, sólo un 21,9% cree que el presidente es "nada corrupto" y un 13,7% restante "no sabe" (ver datos abajo; click para agrandar). Tiempo atrás, un estudio nacional de la consultora Opina había arrojado que el 47% de los argentinos creía que había mucha corrupción en el actual gobierno, por lo cual este nuevo dato está en sintonía con el anterior. Esto tiende a confirmar que se va erosionando con el tiempo la funcionalidad del argumento "corrupción" en el relato "M" diferenciador del kirchnerismo, hipótesis que ya hemos esbozado en este blog.
El estudio de Taquión/Punto Zero aporta otro dato clave de cara al 2019 electoral. Ante la pregunta por autodefinición política, el 18,9% se definió como “macrista” y el 18,1% como “kirchnerista”; 59,4% se definió como “ni uno ni otro” y 3,7% ns/nc (ver datos arriba; click para agrandar). Esto tiene varios niveles de lectura que resulta oportuno destacar: 1) los núcleos duros de los dos principales polos políticos están en una situación de empate técnico (0,8 puntos porcentuales no son una diferencia estadísticamente significativa) 2) si bien el 59% se muestra equidistante, el comportamiento electoral de las primarias (PASO) del 2015, la primera vuelta, el ballotage del 2015, las PASO del 2017 y las generales del 2017 muestra que en cada turno electoral los segmentos moderados fueron volcándose hacia uno de los dos polos, el cambiemita o el kirchnerista, drenando la base electoral de las terceras fuerzas 3) esta dinámica de comportamiento, una regularidad estadística en los últimos cinco turnos electorales, limita las posibilidades de despliegue de opciones electorales como el massismo y el justicialismo no K, que no han podido evitar la polarización ni en 2015 ni en 2017 4) la dinámica de desgaste del oficialismo favorece la consolidación de una oposición bien nítida, requisito que hasta ahora el opo-oficialismo que representan Massa y los gobernadores justicialistas no K no han cumplido.
Esto sugiere que la probabilidad de que se repita una dinámica polarizadora en 2019 es alta, lo cual le quitaría tracción electoral al peronismo no K. Como observó oportunamente el sociólogo y consultor Carlos De Angelis, “hoy el peronismo no kirchnerista no encuentra la fórmula para conectar con la sociedad. Basta para esto ver la forma en que se presentó el encuentro de Gualeguaychú, que reunió al sector que conduce el senador Pichetto con las huestes de Sergio Massa. El anuncio del surgimiento del ´peronismo antikirchnerista´ no podría ser más tardío. Por si no se ha percibido, en Argentina gobierna el antikirchnerismo desde diciembre de 2015 (…) A estas alturas, los dirigentes con expectativas del peronismo como Florencio Randazzo, Juan Manuel Urtubey, José Manuel de la Sota o el mismo Sergio Massa deben estar calculando si sostenerse en ese espacio realmente significa una apuesta con posibilidades de futuro. ¿Es realmente Pichetto el Eduardo Duhalde de 2003 buscando un candidato para enfrentar a Carlos Menem? Contrariamente a lo que pregonan los que ven la historia como una repetición, Pichetto no es Duhalde, ni Macri, Menem. El escenario es otro. Por su parte, Urtubey y De la Sota, si pretenden escalar en la consideración ciudadana, deben primero expandir sus fronteras en el conocimiento popular. Luego, la estrambótica intervención del Partido Justicialista por parte de Luis Barrionuevo decidida por la jueza María Romilda Servini plantea el interrogante sobre la incidencia de ese instrumento electoral que muchos denominan un “sello de goma”, siendo el único objetivo del gastronómico asegurar que el peronismo vaya dividido a las elecciones, alineado con los deseos de la Casa Rosada. Pero atención, Cristina va mejorando lentamente su imagen positiva, descubriendo –tardíamente– una estrategia atronadora: el silencio”.
Concepto acuñado por el filósofo inglés Joseph Glanvill, el clima de opinión nos rodea. Existen ciencias para medirlo, pero también hay lugar para lo inesperado, tal como el aleteo de una mariposa en Pekín puede desatar un huracán en México que contraríe el pronóstico del tiempo. Este blog de tendencias de opinión pública e influencia social pretende aportar elementos al "sensor cuasiestadístico" con que sondeamos el ambiente y ser un foro para intercambiar puntos de vista.
lunes, 30 de abril de 2018
viernes, 27 de abril de 2018
Efectos socioeconómicos de gestión: hipótesis para 2018
Cerrábamos el post anterior evaluando que datos consistentes y convergentes de fuentes independientes perfilan dos escenarios: de mínima, que la pobreza en los dos primeros años de la gestión Cambiemos se mantuvo en los mismos niveles del cierre de la gestión CFK, pero con el agravante de la caída de 5 puntos porcentuales de la clase media a la baja superior (mediciones propias de Delfos); o, peor todavía, que la pobreza aumentó en torno a 5 puntos porcentuales (estimación de Artemio López). En lo que va de este año, las tendencias agravan el panorama: con los aumentos de gas natural y electricidad concretados desde 2015 y acelerados en estos primeros meses del 2018, esos servicios pasaron de representar el 1,4% al 7,4% del salario promedio de los trabajadores registrados del sector privado y del 2,7% al 14,5% de los ingresos del conjunto de los ocupados, según informe de CIFRA. En el mismo sentido de deterioro, en sólo un trimestre los salarios perdieron casi 3 puntos contra la inflación (2,7): según datos del Ministerio de Trabajo, durante diciembre (2017), enero y febrero (2018), los salarios en blanco tuvieron una mejora del 4,8%, mientras que la inflación fue del 7,5%. Así, por la mayor inflación de los últimos meses, los salarios formales perdieron 2,7 puntos respecto a la inflación oficial. Los salarios aumentaron el 0,5% en diciembre, el 2,4 % en enero y el 1,9% en febrero. Mientras que la inflación en esos meses fue del 3,1%, 1,8% y 2,4%, respectivamente, según el Indec.
La brecha entre salarios e inflación obedece a que la mayoría de las paritarias empezaron a renovar sus convenios salariales en marzo-abril por lo que los sueldos siguen reflejando las paritarias del año pasado. En cambio, la inflación fue en ascenso, en especial en diciembre y febrero, muy por encima de los salarios. Según datos oficiales, en 2016 los salarios tuvieron un alza promedio del 30,9% contra una inflación del 41%; en tanto, en 2017 los salarios aumentaron en promedio el 27,1% y la inflación promedio fue del 24,8%. Así, los salarios concluyeron en 2017 casi 8 puntos por debajo de los niveles de fines de 2015, otro dato que muestra la inconsistencia de la baja de pobreza festejada por el gobierno, y que en cambio tiende a confirmar los escenarios de deterioro que arrojan, si bien con matices, los estudios nacionales de Delfos y otras estimaciones (que convergen en un deterioro relativo en torno a los 5 puntos porcentuales en el sentido de movilidad social descendente). Al iniciarse este año, el gobierno destacó que los salarios aumentarían a la par de la inflación, pero dada la aceleración inflacionaria actual la mayoría de las consultoras y analistas descreen que eso sea posible ya que se estima una suba de precios por encima del 20%, mientras las autoridades se plantaron en mantener la pauta del 15% para las paritarias de este año (y la mayoría de los convenios cerrados hasta ahora gira en torno a esa cifra; ver datos abajo, click para agrandar).
En este marco, de haber una correspondencia entre la caída de 8 puntos del salario y la movilidad social descendente en torno a los 5 puntos porcentuales entre 2015 y 2018, se podría estimar que si al cierre del 2018 el salario pierde alrededor de 5 puntos contra la inflación anual (estimando paritarias en un promedio de 15% e inflación en torno al 20%) el deterioro a nivel socioeconómico podría rondar los 3 puntos este año (merma que podría ser mayor si la inflación supera el 20% y los salarios no se revisan hacia arriba, o lo hacen con delay). Habría que ver si ese empeoramiento relativo se traduce en términos de niveles como una nueva caída de la clase media (de 5 puntos en dos años de gestión Cambiemos) hacia la baja superior o en un descenso ya más sensible hacia la clase baja inferior, a la que podemos considerar pobre estructural. Esto sugiere un efecto socioeconómico ya más cercano al escenario perfilado por el consultor Artemio López que al más deterioro más gradual observado hasta fines de 2017, amortiguado en gran parte por la relativa heterodoxia practicada por el gobierno en un año electoral (y, ciertamente, no este año).
Dada esta coyuntura socioeconómica, no sorprende que la inflación siga confirmándose como la principal preocupación de los argentinos, según un reciente estudio de opinión elaborado por las consultoras Taquión y 3puntozero sobre una muestra nacional de 1.632 casos (ver datos arriba; click para agrandar). Casi el 22% cree que la suba del costo de vida es el "principal" problema del país. En segundo lugar se ubicó la inseguridad ( 19%); con 14,4%, la corrupción disputa la tercera posición con la pobreza (14,4%). Cerca, aparecen la educación (12,7%) y el desempleo (casi 12%). En conjunto, los problemas ligados a la economía alcanzan el 48%, casi la mitad de las menciones totales. Según el director de Taquión, Sergio Doval, lo más perjudicial de la inflación es la pérdida del poder adquisitivo. "La inflación es una de las características más claras de los problemas de la economía y es comprensible porque trae distorsiones que hacen que la gente empiece a sentir que no gana lo suficiente. Los cambios que son producto de la inflación, como los ajustes salariales generalmente tienen defasajes y el salario queda atrasado, y eso genera mucha preocupación", explicó. Para Doval, el segundo principal problema también deviene de los problemas económicos. "La economía de bolsillo es lo que termina generando problemas para la gente y eso impacta en la inseguridad, porque mucha gente termina volcándose ahí cuando no tiene salida", sostuvo. De acuerdo al consultor, esos dos “issues” se alternan en el podio de las preocupaciones. "La inseguridad se mueve en la opinión pública en base a determinados casos. Hoy en día la inflación le gana", aseguró Doval, y agregó que sólo el gobierno nacional tiene la llave para destronar ese problema. "El gobierno debe lograr controlarla y poder trasmitir a la población una sensación de confianza, que es el primer elemento que termina de derruir la inflación, más allá los elementos técnicos. Hay una parte de lo construido a través de la sociedad que empieza a demostrar que hay bases muy lábiles para la confianza: casi 60% no creen en ningún de los representantes y la inflación es una expresión de eso", concluyó el director de Taquión.
La brecha entre salarios e inflación obedece a que la mayoría de las paritarias empezaron a renovar sus convenios salariales en marzo-abril por lo que los sueldos siguen reflejando las paritarias del año pasado. En cambio, la inflación fue en ascenso, en especial en diciembre y febrero, muy por encima de los salarios. Según datos oficiales, en 2016 los salarios tuvieron un alza promedio del 30,9% contra una inflación del 41%; en tanto, en 2017 los salarios aumentaron en promedio el 27,1% y la inflación promedio fue del 24,8%. Así, los salarios concluyeron en 2017 casi 8 puntos por debajo de los niveles de fines de 2015, otro dato que muestra la inconsistencia de la baja de pobreza festejada por el gobierno, y que en cambio tiende a confirmar los escenarios de deterioro que arrojan, si bien con matices, los estudios nacionales de Delfos y otras estimaciones (que convergen en un deterioro relativo en torno a los 5 puntos porcentuales en el sentido de movilidad social descendente). Al iniciarse este año, el gobierno destacó que los salarios aumentarían a la par de la inflación, pero dada la aceleración inflacionaria actual la mayoría de las consultoras y analistas descreen que eso sea posible ya que se estima una suba de precios por encima del 20%, mientras las autoridades se plantaron en mantener la pauta del 15% para las paritarias de este año (y la mayoría de los convenios cerrados hasta ahora gira en torno a esa cifra; ver datos abajo, click para agrandar).
En este marco, de haber una correspondencia entre la caída de 8 puntos del salario y la movilidad social descendente en torno a los 5 puntos porcentuales entre 2015 y 2018, se podría estimar que si al cierre del 2018 el salario pierde alrededor de 5 puntos contra la inflación anual (estimando paritarias en un promedio de 15% e inflación en torno al 20%) el deterioro a nivel socioeconómico podría rondar los 3 puntos este año (merma que podría ser mayor si la inflación supera el 20% y los salarios no se revisan hacia arriba, o lo hacen con delay). Habría que ver si ese empeoramiento relativo se traduce en términos de niveles como una nueva caída de la clase media (de 5 puntos en dos años de gestión Cambiemos) hacia la baja superior o en un descenso ya más sensible hacia la clase baja inferior, a la que podemos considerar pobre estructural. Esto sugiere un efecto socioeconómico ya más cercano al escenario perfilado por el consultor Artemio López que al más deterioro más gradual observado hasta fines de 2017, amortiguado en gran parte por la relativa heterodoxia practicada por el gobierno en un año electoral (y, ciertamente, no este año).
Dada esta coyuntura socioeconómica, no sorprende que la inflación siga confirmándose como la principal preocupación de los argentinos, según un reciente estudio de opinión elaborado por las consultoras Taquión y 3puntozero sobre una muestra nacional de 1.632 casos (ver datos arriba; click para agrandar). Casi el 22% cree que la suba del costo de vida es el "principal" problema del país. En segundo lugar se ubicó la inseguridad ( 19%); con 14,4%, la corrupción disputa la tercera posición con la pobreza (14,4%). Cerca, aparecen la educación (12,7%) y el desempleo (casi 12%). En conjunto, los problemas ligados a la economía alcanzan el 48%, casi la mitad de las menciones totales. Según el director de Taquión, Sergio Doval, lo más perjudicial de la inflación es la pérdida del poder adquisitivo. "La inflación es una de las características más claras de los problemas de la economía y es comprensible porque trae distorsiones que hacen que la gente empiece a sentir que no gana lo suficiente. Los cambios que son producto de la inflación, como los ajustes salariales generalmente tienen defasajes y el salario queda atrasado, y eso genera mucha preocupación", explicó. Para Doval, el segundo principal problema también deviene de los problemas económicos. "La economía de bolsillo es lo que termina generando problemas para la gente y eso impacta en la inseguridad, porque mucha gente termina volcándose ahí cuando no tiene salida", sostuvo. De acuerdo al consultor, esos dos “issues” se alternan en el podio de las preocupaciones. "La inseguridad se mueve en la opinión pública en base a determinados casos. Hoy en día la inflación le gana", aseguró Doval, y agregó que sólo el gobierno nacional tiene la llave para destronar ese problema. "El gobierno debe lograr controlarla y poder trasmitir a la población una sensación de confianza, que es el primer elemento que termina de derruir la inflación, más allá los elementos técnicos. Hay una parte de lo construido a través de la sociedad que empieza a demostrar que hay bases muy lábiles para la confianza: casi 60% no creen en ningún de los representantes y la inflación es una expresión de eso", concluyó el director de Taquión.
miércoles, 25 de abril de 2018
Efectos socioeconómicos de gestión: pobreza y gestión Cambiemos
En el marco del análisis que venimos haciendo también resulta ilustrativo comparar la evolución de la pobreza en la era K (12 años) con la observada en la anterior gestión de gobierno extensa en el tiempo, la de Carlos Menem (1989-1999). Según el NSE 1996, la sumatoria de las clases baja inferior y marginal alcanzaba el 30% en ese año, el primero de la segunda gestión presidencial de Carlos Menem. Aunque no contamos con cifras de 1999, es sabido que ya en 1998 la recesión económica era rampante y había subido el desempleo (condiciones estructurales que contribuyeron a la caída del gobierno de la Alianza en 2001). Considerando que la gestión de Fernando de la Rúa continuó con el esquema de convertibilidad heredado del menemismo, no hay dudas de que en 1999 la sumatoria de las clases pobres estructurales debe haberse ubicado por encima del 30% de 1996 y en camino al 40% que registró el NSE 2002 de la AAM (ver datos abajo; click para agrandar).
Tomando como referencia un aproximado de 20% de pobreza al concluir el kirchnerismo (guarismo alrededor del cual convergen las mediciones de Unicef, CIFRA, CEPA, CEDLAS y la propia de Consultora Delfos, por arriba del 13,4% de la AAM en 2014), ¿qué sucedió en los dos años de gobierno de Cambiemos? Según estudios nacionales de la consultora Delfos, 5 puntos cayeron de la clase media a la baja superior (el C3 pasó del 30% al 25% y la D1 del 31% al 36%): esto es, 1.659.684 personas en el total país vieron un empeoramiento de su situación. Evaluamos oportunamente que eso implica un deterioro relativo pero consistente con el programa “gradualista” de Cambiemos. Se ve un efecto de goteo o “derrame” inverso al pregonado por el oficialismo, de movilidad descendente en lugar de ascendente, pero más gradual que otra cosa (ver datos arriba; click para agrandar). En cambio, una reciente hipótesis planteada por el consultor Artemio López presupone una crisis mucho más aguda: “nuevos segmentos medios bajos, ascendidos en la década K, hoy muy impactados por el insólito aumento de tarifas, la caída salarial real y pérdida de poder adquisitivo de jubilaciones y pensiones comienzan a dar forma al sujeto reactivo central que rechazará inicialmente en un tiempo aún indefinido, pero inexorable, el despiadado ajuste macrista, el más salvaje desde la recuperación democrática”, apuntó el sociólogo.
La hipótesis de López implica una lectura crítica de la evolución de la pobreza en lo que va de gobierno de Cambiemos: en esa línea interpretativa, el deterioro social generado por la presidencia de Mauricio Macri traccionaría en algún momento un rechazo electoral al gobierno. ¿Sobre la base de qué números podría sostenerse esto? López parte del 25,7% suministrado por el Indec y celebrado por el gobierno de Cambiemos. Desde esa referencia, el consultor apunta que la pobreza por ingresos creció 5,5% en el bienio, “aumento compatible con la caída en igual lapso de 11% en el poder adquisitivo de la Asignación Universal por Hijo, 7% de jubilaciones y pensiones, y entre 4,2% y 7,3% de los salarios formales, según las estimaciones de CIFRA y de la Universidad Nacional de Avellaneda, UNDAV y el aumento de 2,5% de la informalidad, lo que supone que estos trabajadores reciben un salario que se ubica un 50% por debajo del promedio formal”. El sociólogo proyecta estos datos para una población de 43,8 millones de personas y calcula “la incorporación en el bienio neoliberal de 2,4 millones de personas debajo de la línea de pobreza de los cuales el 24% son menores de 14 años”.
Sin embargo, tanto el punto de partida del Indec de la era Macri como la metodología empleada ha sido objeto de críticas. López desestima como “irreal” que se informara como herencia K de 32,2% de pobreza y 6,3% de indigencia. En la misma línea, según el Centro de Economía Política Argentina (CEPA) el cálculo de la pobreza estimado por el Indec adolece de una serie de inconsistencias metodológicas, a saber: en agosto de 2016 se modificó la composición interna en las proyecciones poblacionales de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH); al incorporarse más adultos y quitarse menores de 18 años, se agrandó la Población Económicamente Activa (PEA) y así se subestimaron la tasa de desocupación y la pobreza. También se minimizó el aumento de las tarifas por la desactualización de la Encuesta de Gastos de Los Hogares, clave para calcular pobreza porque determina cuánto consumen de cada rubro (cuánto en tarifas, cuánto en alimentos, transporte, educación). Se desestimó la Encuesta de 2013 y en vez de ello se usó la de 2005, lo que dio lugar a un vicio de origen clave: la subestimación del peso de los servicios en la canasta básica total (CBT). Asimismo, el Indec oculta información sobre el mercado de trabajo (desocupación, desigualdad, pobreza) y posterga 3 meses la publicación de los microdatos de la EPH que permitirían cotejar afirmaciones inconsistentes (por caso, una suba mayor de ingresos en los sectores menos favorecidos). Tampoco están disponibles los microdatos correspondientes al cuarto trimestre del 2017 referidos a la EPH ni la evolución de los precios de cada producto que mide el organismo. Los indicadores socio-laborales también contradicen una baja de la pobreza en los dos primeros años de Cambiemos: en 2017 el empleo y los salarios recuperaron una parte de lo perdido en 2016, lo que puede traccionar una mejora relativa para el segundo semestre de 2017 en relación al segundo semestre de 2016, pero no en la magnitud reportada para el bienio 2016 y 2017. Si se comparan los segundos semestres de 2017 y de 2015, una serie de indicadores socio-laborales muestran un empeoramiento de las condiciones de vida de la población. De ahí se puede inferir que la pobreza en el segundo semestre de 2015 era sensiblemente inferior al 25%, lo cual nos lleva nuevamente a situarla más bien en el orden del 20%, tal como venimos exponiendo. Por nuestra parte, ya expusimos (en este blog y en el diario La Voz del Interior) nuestra crítica a la inconsistencia metodológica del último índice de pobreza. En síntesis, datos consistentes sugieren de mínima que la pobreza se mantuvo en los mismos niveles del cierre de la gestión CFK, pero con el agravante de la caída de 5 puntos porcentuales de la clase media a la baja superior (mediciones propias de Delfos) o bien que la pobreza aumentó en torno a 5 puntos porcentuales (estimación de Artemio López) en los dos primeros años de la gestión Cambiemos.
Tomando como referencia un aproximado de 20% de pobreza al concluir el kirchnerismo (guarismo alrededor del cual convergen las mediciones de Unicef, CIFRA, CEPA, CEDLAS y la propia de Consultora Delfos, por arriba del 13,4% de la AAM en 2014), ¿qué sucedió en los dos años de gobierno de Cambiemos? Según estudios nacionales de la consultora Delfos, 5 puntos cayeron de la clase media a la baja superior (el C3 pasó del 30% al 25% y la D1 del 31% al 36%): esto es, 1.659.684 personas en el total país vieron un empeoramiento de su situación. Evaluamos oportunamente que eso implica un deterioro relativo pero consistente con el programa “gradualista” de Cambiemos. Se ve un efecto de goteo o “derrame” inverso al pregonado por el oficialismo, de movilidad descendente en lugar de ascendente, pero más gradual que otra cosa (ver datos arriba; click para agrandar). En cambio, una reciente hipótesis planteada por el consultor Artemio López presupone una crisis mucho más aguda: “nuevos segmentos medios bajos, ascendidos en la década K, hoy muy impactados por el insólito aumento de tarifas, la caída salarial real y pérdida de poder adquisitivo de jubilaciones y pensiones comienzan a dar forma al sujeto reactivo central que rechazará inicialmente en un tiempo aún indefinido, pero inexorable, el despiadado ajuste macrista, el más salvaje desde la recuperación democrática”, apuntó el sociólogo.
La hipótesis de López implica una lectura crítica de la evolución de la pobreza en lo que va de gobierno de Cambiemos: en esa línea interpretativa, el deterioro social generado por la presidencia de Mauricio Macri traccionaría en algún momento un rechazo electoral al gobierno. ¿Sobre la base de qué números podría sostenerse esto? López parte del 25,7% suministrado por el Indec y celebrado por el gobierno de Cambiemos. Desde esa referencia, el consultor apunta que la pobreza por ingresos creció 5,5% en el bienio, “aumento compatible con la caída en igual lapso de 11% en el poder adquisitivo de la Asignación Universal por Hijo, 7% de jubilaciones y pensiones, y entre 4,2% y 7,3% de los salarios formales, según las estimaciones de CIFRA y de la Universidad Nacional de Avellaneda, UNDAV y el aumento de 2,5% de la informalidad, lo que supone que estos trabajadores reciben un salario que se ubica un 50% por debajo del promedio formal”. El sociólogo proyecta estos datos para una población de 43,8 millones de personas y calcula “la incorporación en el bienio neoliberal de 2,4 millones de personas debajo de la línea de pobreza de los cuales el 24% son menores de 14 años”.
Sin embargo, tanto el punto de partida del Indec de la era Macri como la metodología empleada ha sido objeto de críticas. López desestima como “irreal” que se informara como herencia K de 32,2% de pobreza y 6,3% de indigencia. En la misma línea, según el Centro de Economía Política Argentina (CEPA) el cálculo de la pobreza estimado por el Indec adolece de una serie de inconsistencias metodológicas, a saber: en agosto de 2016 se modificó la composición interna en las proyecciones poblacionales de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH); al incorporarse más adultos y quitarse menores de 18 años, se agrandó la Población Económicamente Activa (PEA) y así se subestimaron la tasa de desocupación y la pobreza. También se minimizó el aumento de las tarifas por la desactualización de la Encuesta de Gastos de Los Hogares, clave para calcular pobreza porque determina cuánto consumen de cada rubro (cuánto en tarifas, cuánto en alimentos, transporte, educación). Se desestimó la Encuesta de 2013 y en vez de ello se usó la de 2005, lo que dio lugar a un vicio de origen clave: la subestimación del peso de los servicios en la canasta básica total (CBT). Asimismo, el Indec oculta información sobre el mercado de trabajo (desocupación, desigualdad, pobreza) y posterga 3 meses la publicación de los microdatos de la EPH que permitirían cotejar afirmaciones inconsistentes (por caso, una suba mayor de ingresos en los sectores menos favorecidos). Tampoco están disponibles los microdatos correspondientes al cuarto trimestre del 2017 referidos a la EPH ni la evolución de los precios de cada producto que mide el organismo. Los indicadores socio-laborales también contradicen una baja de la pobreza en los dos primeros años de Cambiemos: en 2017 el empleo y los salarios recuperaron una parte de lo perdido en 2016, lo que puede traccionar una mejora relativa para el segundo semestre de 2017 en relación al segundo semestre de 2016, pero no en la magnitud reportada para el bienio 2016 y 2017. Si se comparan los segundos semestres de 2017 y de 2015, una serie de indicadores socio-laborales muestran un empeoramiento de las condiciones de vida de la población. De ahí se puede inferir que la pobreza en el segundo semestre de 2015 era sensiblemente inferior al 25%, lo cual nos lleva nuevamente a situarla más bien en el orden del 20%, tal como venimos exponiendo. Por nuestra parte, ya expusimos (en este blog y en el diario La Voz del Interior) nuestra crítica a la inconsistencia metodológica del último índice de pobreza. En síntesis, datos consistentes sugieren de mínima que la pobreza se mantuvo en los mismos niveles del cierre de la gestión CFK, pero con el agravante de la caída de 5 puntos porcentuales de la clase media a la baja superior (mediciones propias de Delfos) o bien que la pobreza aumentó en torno a 5 puntos porcentuales (estimación de Artemio López) en los dos primeros años de la gestión Cambiemos.
lunes, 23 de abril de 2018
Efectos socioeconómicos de gestión: pobreza y herencia K
En el post anterior articulábamos el análisis político-electoral con el de los efectos socioeconómicos de gestión. En ese marco, decíamos que si la dinámica electoral favorece la unificación de la oferta electoral opositora alrededor de una fuerza predominante (UC y aliados), a su turno un contexto de crisis manifiesta podría difuminar la fractura entre electores con ocupación más formal y electores precarizados, contribuyendo también a agrupar a los electores que antes se encontraban dispersos entre la oferta del espacio pan-justicialista y otras expresiones opositoras. Sin embargo, esa tesis plantea la dificultad de estimar la magnitud de crisis en la cual podría expresarse eso con suficiente claridad para generar un cambio en el balance de poder político. Para poner en contexto este análisis, según Cifra (el centro de Flacso y la CTA ajeno a la intervención en el Indec que se dio en el kirchnerismo) al asumir la presidencia Mauricio Macri a fines del 2015 la pobreza por ingresos ascendía a 19,4% y la indigencia al 4,4%. Es decir, el kirchnerismo habría dejado entre un 19% y un 20% de pobres estructurales, según esos indicadores.
Se impone la siguiente pregunta: ¿cuál fue la herencia K? En otros términos, ¿el kirchnerismo dejó más o menos pobres de los que recibió? Veamos aproximaciones para responder este interrogante: en el informe de CEDLAS sobre “Las asignaciones universales por hijo. Impacto, discusión y alternativas”, (firmado por Leonardo Gasparini y Guillermo Cruces) se estimó una pobreza del orden del 20% en 2009, 30 puntos menos que en 2001 (año del estallido final de la convertibilidad). Si usáramos como referencia el NSE vigente por entonces en la Asociación Argentina de Marketing (AAM) y aplicáramos idéntico criterio al que venimos proponiendo, que considera como pobreza estructural a la sumatoria de las clases baja inferior y marginal, tendríamos que en 2002 (año previo a la asunción presidencial de Néstor Kirchner) la clase baja inferior alcanzaba 20% y la marginal 20%: esto es, una pobreza estructural medida por clases sociales del 40%.
En 2014, con la metodología actualizada, la sumatoria de ambas clases llegaba al 13,4%; a fines de 2015, sobre el cierre del segundo mandato de CFK y sobre la base de la misma metodología de la AAM, desde Delfos estimamos una sumatoria de 19% para ambos estratos. Es decir, aun con el matiz de las limitaciones de empalme metodológico (la forma de calcular el NSE tuvo cambios entre el 2002 y las actualizaciones de 2006 y 2014), estaría fuera de discusión que la pobreza bajó durante el kirchnerismo, ya sea que la estimación sea del 50% al 20% (una baja de 30 puntos porcentuales) o del 40% al 20% (-20 pp).
A lo largo de la década K, entonces, se produjo una movilidad social ascendente, con crecimiento de la clase media del 25,3% al 30,8% entre 2004 y 2014 y baja de las clases pobres estructurales (la sumatoria de D2 y E pasó del 21% en 2004 al 13,4% en 2014; ver datos arriba, click para agrandar). Aun considerando el dato de 19% de Delfos a cierre del 2015, lo que se advierte es una mejora relativa de la situación de punta a punta del ciclo K, si bien con un estancamiento al cierre (comparar la serie de arriba con la de abajo; click para agrandar). En síntesis, los efectos socioeconómicos del kirchnerismo a mediano y largo plazo fueron beneficiosos, y si seguimos la premisa analítica del consultor Carlos Fara ellos contribuirían a explicar la larga estadía en el poder del FPV.
Se impone la siguiente pregunta: ¿cuál fue la herencia K? En otros términos, ¿el kirchnerismo dejó más o menos pobres de los que recibió? Veamos aproximaciones para responder este interrogante: en el informe de CEDLAS sobre “Las asignaciones universales por hijo. Impacto, discusión y alternativas”, (firmado por Leonardo Gasparini y Guillermo Cruces) se estimó una pobreza del orden del 20% en 2009, 30 puntos menos que en 2001 (año del estallido final de la convertibilidad). Si usáramos como referencia el NSE vigente por entonces en la Asociación Argentina de Marketing (AAM) y aplicáramos idéntico criterio al que venimos proponiendo, que considera como pobreza estructural a la sumatoria de las clases baja inferior y marginal, tendríamos que en 2002 (año previo a la asunción presidencial de Néstor Kirchner) la clase baja inferior alcanzaba 20% y la marginal 20%: esto es, una pobreza estructural medida por clases sociales del 40%.
En 2014, con la metodología actualizada, la sumatoria de ambas clases llegaba al 13,4%; a fines de 2015, sobre el cierre del segundo mandato de CFK y sobre la base de la misma metodología de la AAM, desde Delfos estimamos una sumatoria de 19% para ambos estratos. Es decir, aun con el matiz de las limitaciones de empalme metodológico (la forma de calcular el NSE tuvo cambios entre el 2002 y las actualizaciones de 2006 y 2014), estaría fuera de discusión que la pobreza bajó durante el kirchnerismo, ya sea que la estimación sea del 50% al 20% (una baja de 30 puntos porcentuales) o del 40% al 20% (-20 pp).
A lo largo de la década K, entonces, se produjo una movilidad social ascendente, con crecimiento de la clase media del 25,3% al 30,8% entre 2004 y 2014 y baja de las clases pobres estructurales (la sumatoria de D2 y E pasó del 21% en 2004 al 13,4% en 2014; ver datos arriba, click para agrandar). Aun considerando el dato de 19% de Delfos a cierre del 2015, lo que se advierte es una mejora relativa de la situación de punta a punta del ciclo K, si bien con un estancamiento al cierre (comparar la serie de arriba con la de abajo; click para agrandar). En síntesis, los efectos socioeconómicos del kirchnerismo a mediano y largo plazo fueron beneficiosos, y si seguimos la premisa analítica del consultor Carlos Fara ellos contribuirían a explicar la larga estadía en el poder del FPV.
miércoles, 18 de abril de 2018
2019, entre la política y los efectos socioeconómicos de gestión
En los posts anteriores analizamos antecedentes y fundamentos relativos a porqué las tendencias de la opinión pública y la dinámica electoral de cara al 2019 favorecen un escenario de polarización (con un oficialismo, Cambiemos, como primera minoría neta y una representación opositora concentrada en torno a una fuerza central, Unidad Ciudadana) más que uno de dispersión. Dijimos que el resultado electoral general, los desplazamientos de votos entre las PASO y las generales y hasta los vaivenes de la coyuntura favorecen esa dinámica polarizadora. Esto, por supuesto, no implica que el reordenamiento del espacio pan-justicialista termine estructurándose de manera inexorable en torno a Unidad Ciudadana ni a CFK, pues las tácticas y estrategias al interior de ese espacio también articularán ese reordenamiento. Lo que planteamos es que el plexo preexistente de tendencias, en términos de volumen electoral y percepción, favorece la consolidación de UC como polo opositor, muy por encima del massismo y del peronismo anti-K. Aun así, esas otras expresiones del espacio pan-PJ podrían sostenerse hacia el 2019, generando así una oferta política fragmentada que favorezca la reelección de Mauricio Macri (o bien un recambio dentro de Cambiemos, con otra figura, si la del presidente Mauricio Macri llegara muy desgastada).
Como planteamos, las chances del peronismo no K para disputar la representación opositora dependen centralmente de que CFK salga del escenario: con ella compitiendo, Unidad Ciudadana alcanza el 28,2%% de la preferencia electoral y deja al frente entre Sergio Massa y los gobernadores anti-K con un magro 12,2% (es decir, menos de la mitad que la fuerza de la ex presidenta). Más aún, UC podría escalar hasta el 32% sumando el 3,8% de Alberto Rodríguez Saá, aliado de CFK desde el 2017 y nítido opositor a Cambiemos (al punto de sonar incluso como candidato alternativo del frente UC). Sólo con la salida de Cristina Fernández de la competencia el peronismo no K con Massa logra proyectarse al 20,2%, guarismo que está cerca del techo logrado por el tigrense en la primera vuelta del 2015 (21,39%). Y acá aparece otra diferencia sustantiva entre CFK y el peronismo no K aliado al massismo: mientras este último frente depende de un hecho de la oferta política (que CFK no juegue, por la razón que sea) la ex presidenta, al contar con un volumen político mayor (28% a 12% en la encuesta de Haime y 25% a 9% en las urnas del 2017) podría encarar una campaña que interpele directamente a los electores que busquen una representación opositora frente a Cambiemos, sin tener que acordar con una dirigencia que la viene rechazando: es decir, apelar a los electores sin pasar por los referentes del peronismo anti-K.
Una campaña en esa línea resultaría asertiva en un contexto socioeconómico de crisis o de malestar igual o mayor al que es visible hoy: según la última encuesta de la consultora Query, al evaluar su situación económica personal el 55% de los argentinos adultos considera que "se encuentra peor" que hace un año, mientras que el 42% de los consultados cree que la situación "se agravará" aún más el año próximo, cuando Cambiemos buscaría retener el poder (ver datos arriba; click para agrandar). En la misma línea, al 49% no le alcanzan los ingresos familiares para cubrir los gastos del hogar. La persistencia en el tiempo de esas circunstancias (mala calificación del presente y mala expectativa a futuro) reforzaría a una oposición más nítida frente a Cambiemos. En escala micro, la masiva movilización del 21 de febrero pasado encabezada por Hugo Moyano puso de manifiesto que existe un caldo de cultivo opositor lo suficientemente fuerte como para superar las resistencias que genera la figura del camionero. En esa marcha se movilizaron espontáneamente afiliados a sindicatos cuyos referentes no participaron de la protesta o se bajaron en los últimos días, y también sectores no sindicalizados; por ello, decimos que una campaña de UC para engrosar su participación como principal fuerza opositora debería ser asertiva y sin intermediaciones, apelando directamente al elector (la demanda política) sin esperar que el PJ no K (la oferta) esté dispuesto a acordar con CFK.
Con todo, este análisis estaría incompleto si no recordamos la premisa central según la cual, a mediano y largo plazo, son los efectos socioeconómicos los que construyen las tendencias de opinión pública (tesis del consultor Carlos Fara que hacemos propia). Esta resulta más que pertinente si volvemos sobre la tesis que citamos recientemente de Rodrigo Zarazaga (experto en la pobreza del GBA), según la cual existe una fractura en las bases populares que afecta al voto peronista, en rigor una doble escisión: arriba, entre sus dirigentes (la oferta político-electoral) y abajo, entre sus votantes tradicionales (electores, demanda política). Esa fractura social entre los electores con ocupación formal y un mayor horizonte aspiracional y los que dependen de trabajos precarios y planes de asistencia se viene expresando, según Zarazaga, en la fragmentación del espacio pan-justicialista en sus diversas expresiones (kirchnerismo/Unidad Ciudadana/aliados y afines, por un lado, y peronismo no K y massismo, por otro). En ese marco, si la dinámica favorece la unificación de la oferta electoral opositora alrededor de una fuerza predominante (UC y aliados), un contexto de crisis manifiesta podría difuminar la fractura entre electores con ocupación más formal y electores precarizados, contribuyendo también a agrupar los electores que antes se encontraban dispersos. Lo que es difícil de estimar hoy es la magnitud de crisis en la cual podría eso expresarse con claridad: en los dos años de gobierno de Cambiemos, según estudios nacionales de la consultora Delfos, 5 puntos de la población cayeron de la clase media a la baja superior (el C3 pasó del 30% al 25% y la D1 del 31% al 36%): esto es, 1.659.684 personas en el total país vieron un empeoramiento de su situación. Esto implica un deterioro relativo consistente con el programa “gradualista” de Cambiemos. Se ve un efecto de goteo o “derrame” inverso al pregonado por el oficialismo, de movilidad descendente en lugar de ascendente, pero más gradual que otra cosa.
Como planteamos, las chances del peronismo no K para disputar la representación opositora dependen centralmente de que CFK salga del escenario: con ella compitiendo, Unidad Ciudadana alcanza el 28,2%% de la preferencia electoral y deja al frente entre Sergio Massa y los gobernadores anti-K con un magro 12,2% (es decir, menos de la mitad que la fuerza de la ex presidenta). Más aún, UC podría escalar hasta el 32% sumando el 3,8% de Alberto Rodríguez Saá, aliado de CFK desde el 2017 y nítido opositor a Cambiemos (al punto de sonar incluso como candidato alternativo del frente UC). Sólo con la salida de Cristina Fernández de la competencia el peronismo no K con Massa logra proyectarse al 20,2%, guarismo que está cerca del techo logrado por el tigrense en la primera vuelta del 2015 (21,39%). Y acá aparece otra diferencia sustantiva entre CFK y el peronismo no K aliado al massismo: mientras este último frente depende de un hecho de la oferta política (que CFK no juegue, por la razón que sea) la ex presidenta, al contar con un volumen político mayor (28% a 12% en la encuesta de Haime y 25% a 9% en las urnas del 2017) podría encarar una campaña que interpele directamente a los electores que busquen una representación opositora frente a Cambiemos, sin tener que acordar con una dirigencia que la viene rechazando: es decir, apelar a los electores sin pasar por los referentes del peronismo anti-K.
Una campaña en esa línea resultaría asertiva en un contexto socioeconómico de crisis o de malestar igual o mayor al que es visible hoy: según la última encuesta de la consultora Query, al evaluar su situación económica personal el 55% de los argentinos adultos considera que "se encuentra peor" que hace un año, mientras que el 42% de los consultados cree que la situación "se agravará" aún más el año próximo, cuando Cambiemos buscaría retener el poder (ver datos arriba; click para agrandar). En la misma línea, al 49% no le alcanzan los ingresos familiares para cubrir los gastos del hogar. La persistencia en el tiempo de esas circunstancias (mala calificación del presente y mala expectativa a futuro) reforzaría a una oposición más nítida frente a Cambiemos. En escala micro, la masiva movilización del 21 de febrero pasado encabezada por Hugo Moyano puso de manifiesto que existe un caldo de cultivo opositor lo suficientemente fuerte como para superar las resistencias que genera la figura del camionero. En esa marcha se movilizaron espontáneamente afiliados a sindicatos cuyos referentes no participaron de la protesta o se bajaron en los últimos días, y también sectores no sindicalizados; por ello, decimos que una campaña de UC para engrosar su participación como principal fuerza opositora debería ser asertiva y sin intermediaciones, apelando directamente al elector (la demanda política) sin esperar que el PJ no K (la oferta) esté dispuesto a acordar con CFK.
Con todo, este análisis estaría incompleto si no recordamos la premisa central según la cual, a mediano y largo plazo, son los efectos socioeconómicos los que construyen las tendencias de opinión pública (tesis del consultor Carlos Fara que hacemos propia). Esta resulta más que pertinente si volvemos sobre la tesis que citamos recientemente de Rodrigo Zarazaga (experto en la pobreza del GBA), según la cual existe una fractura en las bases populares que afecta al voto peronista, en rigor una doble escisión: arriba, entre sus dirigentes (la oferta político-electoral) y abajo, entre sus votantes tradicionales (electores, demanda política). Esa fractura social entre los electores con ocupación formal y un mayor horizonte aspiracional y los que dependen de trabajos precarios y planes de asistencia se viene expresando, según Zarazaga, en la fragmentación del espacio pan-justicialista en sus diversas expresiones (kirchnerismo/Unidad Ciudadana/aliados y afines, por un lado, y peronismo no K y massismo, por otro). En ese marco, si la dinámica favorece la unificación de la oferta electoral opositora alrededor de una fuerza predominante (UC y aliados), un contexto de crisis manifiesta podría difuminar la fractura entre electores con ocupación más formal y electores precarizados, contribuyendo también a agrupar los electores que antes se encontraban dispersos. Lo que es difícil de estimar hoy es la magnitud de crisis en la cual podría eso expresarse con claridad: en los dos años de gobierno de Cambiemos, según estudios nacionales de la consultora Delfos, 5 puntos de la población cayeron de la clase media a la baja superior (el C3 pasó del 30% al 25% y la D1 del 31% al 36%): esto es, 1.659.684 personas en el total país vieron un empeoramiento de su situación. Esto implica un deterioro relativo consistente con el programa “gradualista” de Cambiemos. Se ve un efecto de goteo o “derrame” inverso al pregonado por el oficialismo, de movilidad descendente en lugar de ascendente, pero más gradual que otra cosa.
lunes, 16 de abril de 2018
La primacía de la hipótesis de una dinámica polarizadora hacia el 2019: fundamentos
Uno de los fundamentos del método de pronóstico del estadígrafo Nate Silver es pensar en términos probabilísticos y recopilar información variada. Mientras el gurú del tipo “erizo” tiende a jugarse todo a un pleno (ejerce un rol de “tirapostas”), el pronosticador del tipo “zorro” piensa en términos de escenarios con grados de probabilidad. “Casi todas las predicciones que publico, sean sobre política o sobre otro campo, son probabilísticas. En lugar de escupir un número y fingir que sé exactamente qué va a suceder, presento diversos resultados posibles (…) Los pronósticos de FiveThirtyEight, por ejemplo, combinan a menudo datos de sondeos con información económica y demografía de cada estado”. Silver remarca que los modelos que adoptan un enfoque que combina datos económicos, datos de sondeos y otro tipo de información (un enfoque más propio de un zorro) han obtenido resultados muchos más fiables que otros. Un buen tip es presentar un abanico de no menos de tres escenarios: el mejor posible, el peor posible y el más probable, es decir, un abanico de posibilidades, más sensato que plantear un “pleno”. Humildemente, en este blog tratamos de trabajar del mismo modo.
Dicho esto, veamos los fundamentos de porqué creemos que de cara al 2019 la dinámica de polarización (asimétrica o simétrica) es más probable que la de fragmentación. En primer lugar, porque ya en 2017 vimos una dinámica de polarización, si bien asimétrica, diferente de la fragmentación y dispersión que mostraron las elecciones de medio término inmediatas anteriores (2013 y 2009), en las cuales la primera minoría no llegaba al 40% y la representación opositora estaba distribuida en más de una fuerza, cada una de ellas con más de un dígito del total de votos. Nada de eso sucedió en 2017: Cambiemos superó el 40% y la representación opositora estuvo nítidamente concentrada en Unidad Ciudadana y aliados, con casi 24%; ninguna de las demás fuerzas alcanzó siquiera del 10% de los votos. Aquí ya se ve una polarización asimétrica, que si se dio en una legislativa de medio término tiene altas chances de replicarse en 2019, ya que se trata de una elección ejecutiva antes que nada (instancias que de por sí favorecen polarizaciones simétricas o asimétricas).
Otro argumento de peso es que esa polarización asimétrica es evidente cuando se miran los números y caudales de voto desde las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) a las generales de octubre: Cambiemos pasó de 36% a 42% (+6 puntos porcentuales) y Unidad Ciudadana y aliados de 21,1% a 23,5% (+2,4 pp). Es decir, el oficialismo y la principal fuerza opositora crecieron. En cambio, las demás fuerzas cayeron: 1País (massismo y aliados) pasó de 8,8% a 5,9% (-2,9 pp), el peronismo no K pasó de 10,1% a 9,5% (-0,6 pp) y el peronismo filo K de 6,6% a 4,8% (-1,8 pp). Es decir, las posiciones opo-oficialistas y las opositoras más moderadas perdieron fuerza entre agosto y octubre de 2017. El saldo resultante: la dinámica de polarización asimétrica se impuso contra la tradición de dispersión y fragmentación de anteriores elecciones de medio término. Un principio de explicación a por qué sucede esto (y que también podría fungir como quinto argumento) tiene que ver con la dinámica del discurso. Como bien planteó el twittero y analista @Gonzalo, los issues clave en la opinión pública, más que provocar cambios, refuerzan posiciones previas: “lo que sucede es que se logra movilizar a los duros aumentando, de esta manera, la confrontación sin generar grandes procesos de desplazamiento que modificarían la distribución de la capacidad de representación de los actores/entes políticos”.
Agregamos nosotros: la elección de 2017 reforzó las posiciones de los afines al oficialismo y la posición contraria de los opositores, licuando al segmento de “ni-ni”. Si eso sucedió en una elección intermedia, difícilmente no suceda en una ejecutiva como la del 2019. En síntesis, la dinámica polarizadora no es inexorable, pero sí el escenario más probable, sobre todo en una elección que, aun si no hubiera ballotage, tiene de mínima dos vueltas: PASO y octubre. Esa dinámica favorece que el oficialismo y la principal fuerza opositora crezcan desde los duros hacia los blandos, desde los decididos hacia los indecisos, desde los intensos hacia los moderados, desde los alineados a los desalineados (nunca al revés). Al polarizar, cada polos crece tomando elementos del medio, nunca del otro polo. Y es por eso que las terceras vías no pueden prosperar cuando hay dos polos intensos que son primera y segunda minoría (le sucedió Massa en 2015, y a Massa y el peronismo no K en 2017). En este marco, no sorprende que las encuestas que ya se están haciendo de cara al 2019 muestren un escenario de preferencia electoral que preanuncia polarización, con Cambiemos en 35,4%, Unidad Ciudadana con 28,2% y un frente común entre el massismo y los gobernadores en apenas 12,2%, como arroja un estudio nacional de Haime y Asociados (ver datos arriba; click para agrandar). En ese marco, la única chance de crecimiento de ese tercer espacio depende de que CFK salga de la competencia, como se ve en el segundo escenario planteado.
martes, 10 de abril de 2018
La hipótesis de una dinámica polarizadora hacia el 2019: antecedentes
Sin embargo, la elección de medio término del 2017 ofrece un panorama muy distinto: 42% para Cambiemos, 24% para Unidad Ciudadana y aliados, 9,5% para el Peronismo no K, 6% para 1País (massismo y aliados), 5% para el Peronismo filo K y otro tanto para la izquierda. Aquí no hay la misma fragmentación y dispersión que en 2009 y 2013, sino una polarización asimétrica. El oficialismo ronda los 40 puntos, no ya el 30%, y está bien claro cuál es la principal fuerza opositora: el kirchnerismo y aliados, con el nuevo ropaje de Unidad Ciudadana. Las demás fuerzas no llegan a los dos dígitos, con lo cual no pueden disputar esa representación.
Ahí reside el principal problema del Peronismo no K y sus eventuales nuevos aliados: en 2017, los dirigentes que crecieron a la sombra de CFK y aspiraron a jubilarla la vieron consolidarse como la principal opositora a nivel nacional, con más de 6 millones de votos en el total país. Dos de sus ex ministros, Sergio Massa y Florencio Randazzo, además fueron derrotados por ella y por Cambiemos en la estratégica provincia de Buenos Aires. Juan Urtubey, otro autocandidateado, fue derrotado por Cambiemos y por poco no cayó también a manos del kirchnerismo en su provincia. A todos se los llevó puesto la grieta, ya no entendida como metáfora periodística sino como juego de fuerzas en la competencia electoral, una polarización asimétrica que quebró la tendencia fragmentaria de las elecciones de medio término precedentes: una primera minoría eligió oficialismo y una segunda eligió a la oposición más clara y nítida. Los "ni-ni" u opo-oficialistas perdieron, a lo largo y ancho de todo el país. De ahí que la reconstrucción del espacio pan-justicialista a espaldas del kirchnerismo o poniendo a CFK como límite condene a la irrelevancia electoral a ese peronismo. Para bien o para mal, el grueso de los electores (2 de cada 3) ya eligieron en 2017 al oficialismo (en gran parte, para que no vuelva CFK) o a CFK (en gran parte, para frenar a Macri). Quienes quisieron competir a la vez contra ambos, perdieron (contra uno, o incluso contra los dos).
En ese marco, de cara al 2019 es muy poco probable que prospere ese intento de renovación, sobre todo mientras ese espacio dentro del espacio pan-justicialista no elija con claridad contra quién compite: contra Macri, o contra CFK. Y es más difícil que prospere, en la medida en que la gente ya eligió en 2017 quién es el principal opositor contra Macri: CFK. La centralidad política de la ex presidenta se confirma incluso entre quienes no la votan, lo que le da a ella una ventaja competitiva doble: tiene más caudal que los demás opositores y asimismo es percibida como la principal opositora a Macri (ver datos arriba; click para agrandar). En su medición mensual de marzo pasado, basada en una muestra de 1.200 casos con un margen de error de +-2,8%, el consultor Ricardo Rouvier incorporó la pregunta espontánea "¿Cuál o cuáles de estos políticos y/o dirigentes considera como los principales opositores al Gobierno de Macri?" CFK alcanza el 67,9%, seguida de lejos por Hugo Moyano (36,6%) y Roberto Baradel (10,7%). La hegemonía de CFK confirma que su relieve posterga las chances de protagonismo de figuras más moderadas como Sergio Massa o Margarita Stolbizer, Florencio Randazzo o Juan Manuel Urtubey y que sólo dirigentes aupados por elementos de la coyuntura (como Moyano, ex aliado de CFK y luego de Macri y desde el 21F opositor a Cambiemos) y Baradel (con una representatividad acotada a lo gremial y sectorial) disputan, si bien en desventaja, en lo que hace a visibilidad opositora. Si este marco no cambia, las únicas chances de “renovación” a favor del peronismo no K pasan por un renunciamiento histórico o paso al costado de CFK.
lunes, 9 de abril de 2018
Preferencia electoral e hipótesis de cara al 2019
Cerrábamos el post anterior planteando que el promedio de tres mediciones nacionales recientes sitúa la preferencia electoral por el oficialismo en un 32,1%, es decir, 10 puntos porcentuales por debajo del caudal obtenido por Cambiemos en las legislativas de medio término hace apenas cinco meses. Esto, decíamos, sugiere un sensible desgaste del acompañamiento al oficialismo. Cabe mencionar que, luego de que publicáramos ese post, se conoció una nueva medición que confirma esa tendencia: se trata de un estudio de la consultora Query, sobre una muestra de 1.109 casos. Según ese sondeo, realizado entre el 1 y el 3 de abril, un 32,9% votaría a candidatos del oficialismo, mientras que un 39,8% optaría por candidatos de la oposición. Si sumamos a esta encuesta como la cuarta de la serie y hacemos un promedio, la preferencia electoral por el oficialismo alcanza 32,3%; décimas más, décimas menos, es un punto medio entre el caudal obtenido por los tres precandidatos de Cambiemos en la PASO del 2015 (30,12%) y el obtenido por Mauricio Macri en la primera vuelta presidencial del mismo año (34,15%). Sugestivamente, ese 32% coincide con el porcentaje de aprobación de la gestión, mientras que un 56% no la aprueba (ver datos arriba; click para agrandar).
Esos 10 puntos porcentuales por debajo del resultado de Cambiemos en octubre pasado (alrededor del 42% en todo el país) representan una merma no menor, sobre todo por el tiempo relativamente breve transcurrido desde entonces. ¿Qué pasó en el medio? Básicamente, el impacto del paquete de medidas lanzadas con la etiqueta de “reformismo permanente” como eje de la agenda poselectoral y con el cambio de fórmula para los haberes previsionales como bisagra en el mes de diciembre. Como hecho curioso (o no tanto), la Carta Económica del Estudio Broda y Asociados publicada en enero pasado apuntaba que 1 de cada 4 votantes de Cambiemos en las elecciones legislativas “no volverá a hacerlo, esgrimiendo como principal detonante a la reforma previsional”. Aunque el metier de Broda es el análisis económico (no el de opinión pública), es sugestivo que esa proyección de descenso de 1 de 4 electores (es decir, la cosecha electoral amarilla pasa del 40% al 30%) coincida con el promedio de 4 mediciones de consultoras especializadas en el seguimiento de tendencias electorales.
Si la preferencia electoral del oficialismo se mantuviera en torno al 30% hacia 2019 se abriría un escenario nuevo. El resultado de las legislativas de medio término del 2017 dejó sembrada la posibilidad de un triunfo oficialista en primera vuelta, dado que Cambiemos alcanzó un 42% de votos a nivel nacional, mientras que la principal fuerza opositora, Unidad Ciudadana y aliados, rozó el 24%. De repetirse una performance similar en 2019 no habría segunda vuelta, dado que la primera minoría superaría el 40% y le sacaría más de 10 puntos de ventaja a la segunda lista más votada. Esa es la primera hipótesis de continuidad en el poder para Cambiemos: sostener un caudal no menor al 40% en el total nacional. A su vez, la fragmentación opositora del espacio pan-justicialista (al caudal de UC/FPV/K le sigue un 9,5% de votos del peronismo no K, un 5% del peronismo filo K y un 6% de 1País/massismo). Esta, la segunda de las hipótesis clave de Cambiemos de cara al 2019, le permitiría conservar con holgura su condición de primera minoría y una ventaja de al menos 10 puntos sobre el segundo para abonar la reelección del presidente Macri (o, al menos, mantenerse en el poder con un sucesor o sucesora).
En cambio, si el oficialismo desciende a niveles en torno al 30%, cualquiera fuera el resultado de la segunda fuerza habría ballotage. Además de entrar en crisis la primera hipótesis, se forzaría un reagrupamiento del voto opositor en la segunda vuelta, lo que generaría una situación de alto riesgo para el oficialismo. Si ese escenario se combinara con una crisis socioeconómica ya no latente, sino manifiesta, tendríamos un panorama del tipo “la suma de todos los miedos”. Al reagrupamiento de la oferta electoral forzado por la segunda vuelta (los electores que votaron por listas opositoras que salieron del tercer lugar para atrás no tendrían más alternativa de voto positivo que optar por Cambiemos o por la segunda minoría, o bien abstenerse o votar en blanco) se sumaría un reagrupamiento de electores en función de los efectos socioeconómicos de la gestión de Macri. Ese clivaje resulta clave. Según Rodrigo Zarazaga (experto en la pobreza del GBA) existe una fractura en las bases populares que afecta al voto peronista, en rigor una doble escisión: arriba, entre sus dirigentes (la oferta electoral) y abajo, entre sus votantes tradicionales (electores). Esa fractura social entre los electores con ocupación formal y un mayor horizonte aspiracional y los que dependen de trabajos precarios y planes de asistencia se viene expresando, de acuerdo al especialista, en la fragmentación del espacio pan-justicialista en sus diversas expresiones (kirchnerismo/Unidad Ciudadana/aliados y afines, por un lado, y peronismo no K y massismo, por otro). En ese marco, si el ballotage fuerza la unificación de la oferta electoral opositora, un contexto de crisis manifiesta podría difuminar la fractura entre electores con ocupación más formal y electores precarizados; de hecho, según el propio Indec, en lo que va de la gestión Cambiemos el débil crecimiento del empleo pasa más por el cuentapropismo y el trabajo informal que por los empleados registrados.
Esos 10 puntos porcentuales por debajo del resultado de Cambiemos en octubre pasado (alrededor del 42% en todo el país) representan una merma no menor, sobre todo por el tiempo relativamente breve transcurrido desde entonces. ¿Qué pasó en el medio? Básicamente, el impacto del paquete de medidas lanzadas con la etiqueta de “reformismo permanente” como eje de la agenda poselectoral y con el cambio de fórmula para los haberes previsionales como bisagra en el mes de diciembre. Como hecho curioso (o no tanto), la Carta Económica del Estudio Broda y Asociados publicada en enero pasado apuntaba que 1 de cada 4 votantes de Cambiemos en las elecciones legislativas “no volverá a hacerlo, esgrimiendo como principal detonante a la reforma previsional”. Aunque el metier de Broda es el análisis económico (no el de opinión pública), es sugestivo que esa proyección de descenso de 1 de 4 electores (es decir, la cosecha electoral amarilla pasa del 40% al 30%) coincida con el promedio de 4 mediciones de consultoras especializadas en el seguimiento de tendencias electorales.
Si la preferencia electoral del oficialismo se mantuviera en torno al 30% hacia 2019 se abriría un escenario nuevo. El resultado de las legislativas de medio término del 2017 dejó sembrada la posibilidad de un triunfo oficialista en primera vuelta, dado que Cambiemos alcanzó un 42% de votos a nivel nacional, mientras que la principal fuerza opositora, Unidad Ciudadana y aliados, rozó el 24%. De repetirse una performance similar en 2019 no habría segunda vuelta, dado que la primera minoría superaría el 40% y le sacaría más de 10 puntos de ventaja a la segunda lista más votada. Esa es la primera hipótesis de continuidad en el poder para Cambiemos: sostener un caudal no menor al 40% en el total nacional. A su vez, la fragmentación opositora del espacio pan-justicialista (al caudal de UC/FPV/K le sigue un 9,5% de votos del peronismo no K, un 5% del peronismo filo K y un 6% de 1País/massismo). Esta, la segunda de las hipótesis clave de Cambiemos de cara al 2019, le permitiría conservar con holgura su condición de primera minoría y una ventaja de al menos 10 puntos sobre el segundo para abonar la reelección del presidente Macri (o, al menos, mantenerse en el poder con un sucesor o sucesora).
En cambio, si el oficialismo desciende a niveles en torno al 30%, cualquiera fuera el resultado de la segunda fuerza habría ballotage. Además de entrar en crisis la primera hipótesis, se forzaría un reagrupamiento del voto opositor en la segunda vuelta, lo que generaría una situación de alto riesgo para el oficialismo. Si ese escenario se combinara con una crisis socioeconómica ya no latente, sino manifiesta, tendríamos un panorama del tipo “la suma de todos los miedos”. Al reagrupamiento de la oferta electoral forzado por la segunda vuelta (los electores que votaron por listas opositoras que salieron del tercer lugar para atrás no tendrían más alternativa de voto positivo que optar por Cambiemos o por la segunda minoría, o bien abstenerse o votar en blanco) se sumaría un reagrupamiento de electores en función de los efectos socioeconómicos de la gestión de Macri. Ese clivaje resulta clave. Según Rodrigo Zarazaga (experto en la pobreza del GBA) existe una fractura en las bases populares que afecta al voto peronista, en rigor una doble escisión: arriba, entre sus dirigentes (la oferta electoral) y abajo, entre sus votantes tradicionales (electores). Esa fractura social entre los electores con ocupación formal y un mayor horizonte aspiracional y los que dependen de trabajos precarios y planes de asistencia se viene expresando, de acuerdo al especialista, en la fragmentación del espacio pan-justicialista en sus diversas expresiones (kirchnerismo/Unidad Ciudadana/aliados y afines, por un lado, y peronismo no K y massismo, por otro). En ese marco, si el ballotage fuerza la unificación de la oferta electoral opositora, un contexto de crisis manifiesta podría difuminar la fractura entre electores con ocupación más formal y electores precarizados; de hecho, según el propio Indec, en lo que va de la gestión Cambiemos el débil crecimiento del empleo pasa más por el cuentapropismo y el trabajo informal que por los empleados registrados.
viernes, 6 de abril de 2018
Clave: el piso del oficialismo de cara al 2019
De cara a una eventual reunificación o reagrupamiento en del espacio pan-justicialista hacia 2019 también resulta clave considerar cuál es el piso con el que cuenta hoy el oficialismo de cara al 2019, dado el régimen de doble vuelta que existe en Argentina. En este marco, los estudios que venimos citando miden opinión electoral más que intención de voto, dado lo mucho que falta para esos comicios. Aun así, el ejercicio sirve a los efectos de un análisis ilustrativo. Veamos:
Según el informe de la consultora Opina (publicado en marzo) que citamos en post anteriores, hoy un 35% votaría por Cambiemos. Ese guarismo está en el orden de magnitud de los votos obtenidos por Mauricio Macri en la primera vuelta del 2015 (34,15%). Con ese resultado estaría en duda que obtenga la primera minoría, dado que Unidad Ciudadana alcanza en ese estudio un 33% (empate técnico). Sucede lo mismo si el principal sello opositor fuera un peronismo unificado (32%). Aun si las urnas confirmaran esa ventaja mínima, los antecedentes de ballotage en la región muestran que en ese caso las chances para la segunda vuelta son 50% y 50%, con lo cual el resultado quedaría abierto a la luz de la literatura especializada (sin considerar el contexto al momento de la elección, algo que se desconoce).
En tanto, si revisamos el informe de Raúl Aragón y Asociados publicado también en marzo, Mauricio Macri alcanza 31,7% de preferencia electoral (ver datos arriba; click para agrandar). En este caso, el guarismo está en el orden de magnitud de los votos obtenidos por los tres precandidatos de Cambiemos en la PASO del 2015 (30%), es decir apenas por debajo del 34,15% de primera vuelta (diferencia estadísticamente no significativa). Esta medición establece que el 53,1% no lo votaría, pero no mide la preferencia por sellos opositores. Asimismo, deja a un 15,1% como ns/nc. Esto sugiere un escenario abierto, que requeriría de un ballotage para definir la elección presidencial.
Finalmente, si nos remitimos al informe de Rouvier y Asociados (publicado en febrero pasado), Mauricio Macri alcanza 29,7% de preferencia electoral. Nuevamente, el guarismo está en el orden de magnitud de los votos obtenidos por los tres precandidatos de Cambiemos en la PASO del 2015 (30%), es decir algo por debajo del 34,15% de primera vuelta. Esta medición asigna a la oposición (sin sellos definidos) una preferencia del 40,1%, pero deja a un 25% como ns/nc. Del mismo modo, el escenario seguiría abierto y sugiere la necesidad de un ballotage para definir la elección presidencial. Más allá de que se trata, como dijimos, de opinión electoral más que de intención de voto, no es menor el dato de que el promedio de estas tres mediciones da al oficialismo un 32,1% de preferencia, esto es, 10 puntos porcentuales por debajo del caudal obtenido por Cambiemos en las legislativas de medio término hace apenas un semestre. Esto sugiere un sensible desgaste del acompañamiento al gobierno.
Según el informe de la consultora Opina (publicado en marzo) que citamos en post anteriores, hoy un 35% votaría por Cambiemos. Ese guarismo está en el orden de magnitud de los votos obtenidos por Mauricio Macri en la primera vuelta del 2015 (34,15%). Con ese resultado estaría en duda que obtenga la primera minoría, dado que Unidad Ciudadana alcanza en ese estudio un 33% (empate técnico). Sucede lo mismo si el principal sello opositor fuera un peronismo unificado (32%). Aun si las urnas confirmaran esa ventaja mínima, los antecedentes de ballotage en la región muestran que en ese caso las chances para la segunda vuelta son 50% y 50%, con lo cual el resultado quedaría abierto a la luz de la literatura especializada (sin considerar el contexto al momento de la elección, algo que se desconoce).
En tanto, si revisamos el informe de Raúl Aragón y Asociados publicado también en marzo, Mauricio Macri alcanza 31,7% de preferencia electoral (ver datos arriba; click para agrandar). En este caso, el guarismo está en el orden de magnitud de los votos obtenidos por los tres precandidatos de Cambiemos en la PASO del 2015 (30%), es decir apenas por debajo del 34,15% de primera vuelta (diferencia estadísticamente no significativa). Esta medición establece que el 53,1% no lo votaría, pero no mide la preferencia por sellos opositores. Asimismo, deja a un 15,1% como ns/nc. Esto sugiere un escenario abierto, que requeriría de un ballotage para definir la elección presidencial.
Finalmente, si nos remitimos al informe de Rouvier y Asociados (publicado en febrero pasado), Mauricio Macri alcanza 29,7% de preferencia electoral. Nuevamente, el guarismo está en el orden de magnitud de los votos obtenidos por los tres precandidatos de Cambiemos en la PASO del 2015 (30%), es decir algo por debajo del 34,15% de primera vuelta. Esta medición asigna a la oposición (sin sellos definidos) una preferencia del 40,1%, pero deja a un 25% como ns/nc. Del mismo modo, el escenario seguiría abierto y sugiere la necesidad de un ballotage para definir la elección presidencial. Más allá de que se trata, como dijimos, de opinión electoral más que de intención de voto, no es menor el dato de que el promedio de estas tres mediciones da al oficialismo un 32,1% de preferencia, esto es, 10 puntos porcentuales por debajo del caudal obtenido por Cambiemos en las legislativas de medio término hace apenas un semestre. Esto sugiere un sensible desgaste del acompañamiento al gobierno.
martes, 3 de abril de 2018
Hacia el 2019: la clave es la representación
Cerrábamos el penúltimo post marcando que, de cara al reordenamiento del espacio opositor, había que desterrar el mito de que CFK no puede (o peor aún, "no debe") ser candidata porque “polariza” las opiniones, planteando que precisamente eso es lo que tiene que hacer un candidato opositor: polarizar. Quien polariza capitaliza los consensos negativos del rival y se constituye como alternativa (es lo que Macri hizo exitosamente y lo que le permitió capitalizar el antikirchnerismo para pasar al ballotage del 2015, y es lo que le permitió a CFK ser la candidata opositora más votada en las legislativas del 2017, muy por encima de los candidatos y fuerzas “opo-oficialistas”. En tanto, quienes no polarizaron en 2017 quedaron tanto lejos del oficialismo como de la principal fuerza opositora (Unidad Ciudadana) en rendimiento electoral. Además, eso tampoco rinde en imagen, como vimos en aquel post (Massa no sólo quedó tercero detrás de Cambiemos y de CFK, sino que además tiene hoy menos positiva que la ex presidenta y prácticamente el mismo caudal de negativa. “Pretender que el reordenamiento del espacio pan-justicialista debe hacerse a espaldas de la principal dirigente opositora a nivel país es un error estratégico de fuste”, decíamos en esa entrada. Recordemos: el agregado de datos electorales del 2017 arrojó que Unidad Ciudadana y sus aliados recogieron 6.3250.81 votos en el total nacional, contra 11.072.697 de Cambiemos, 1.452.502 de 1País y 2.021.735 del peronismo no K, lo cual confirma claramente cuál es la principal fuerza de oposición por la que se inclinaron los electores.
En la misma línea, en enero pasado el consultor Carlos Fara decía: “Cristina es hoy la más candidata presidencial opositora con más votos potenciales, y no hay dentro del peronismo quien le pueda disputar ese lugar. Ella es un liderazgo importante. Creo que no se debe subestimar cuánto kirchnerismo ideológico y cultural hay en la sociedad luego de 12 años de controlar el gobierno. En la provincia de Buenos Aires se pensaba que su techo era el 32 % y finalmente alcanzó el 37 %. Mientras el PJ no tenga caras nuevas potentes y un nuevo relato alternativo, va a ser difícil que el público opositor se olvide de Cristina. Decir que ella hoy es solo una dirigente representativa de la tercera sección electoral del territorio bonaerense es un error. La cuenta real es cuántos votos juntaría en una presidencial, más allá de la actitud que tomen los gobernadores”.
En este marco, el error de muchos gobernadores del PJ deviene de una mala lectura de la representación poselectoral en 2017. Como apuntó oportunamente Pablo Papini, las protestas de diciembre detonadas con la reforma previsional permitieron calibrar la monumentalidad de ese error: “se pretendió hacer descansar al reformismo permanente en un supuesto pacto entre Olivos y los gobernadores cuya letra tuvo copyright CEOcrático exclusivo. Con eso, los mandatarios locales corrieron a reforzar la representación de un segmento que ya tiene abogado. El resto, huérfanos”. Es decir, tratando de escapar de “la grieta”, los gobernadores opo-oficialistas se transformaron en socios del oficialismo. Privilegiaron la gobernabilidad recíproca, pero de esa manera cerraron el 2017 preocupados por ver cuántos costos compartían con el gobierno de Cambiemos y dejaron sin representación a los electores opositores. De esa manera, la crisis fue capitalizada por CFK. “Macri y Cristina parecen practicar nado sincronizado. Los 10 puntos de imagen que perdió Macri entre diciembre pasado y marzo de este año, los recuperó Cristina en simultáneo”, apuntó en estos días el politólogo Daniel Montoya.
En este blog hemos citado varios estudios que coinciden en la merma de imagen entre los dirigentes de Cambiemos junto con una recuperación en la calificación de CFK. Para más datos, el estudio de Opina que venimos citando muestra que en el pulso electoral de cara al 2019 el nuevo sello de Unidad Ciudadana que pergeñó CFK en 2017 como restyling del clásico y quizás desgastado FPV hoy rendiría tan bien como el de un más quimérico (a la luz de la coyuntura actual) peronismo unificado. Según esa consultora, si las elecciones fuesen hoy un 35% votaría a Cambiemos (macrismo), un 32% al peronismo unificado, un 16% a otro, un 8% al Frente de Izquierda y un 10% no sabe o no tiene opinión formada (ver datos abajo; click para agrandar). Si en vez de peronismo unificado juegan Unidad Ciudadana/CFK y 1País (massismo), la distribución apenas varía: 35% para Cambiemos, 33% para UC/CFK, 12% para 1País, 9% para otro y 5% no sabe o no tiene opinión formada (ver datos arriba; click para agrandar). Es decir, en este segundo escenario Cambiemos mantiene su voto duro (que está en el orden de magnitud del 34,15% obtenido por Macri en la primera vuelta del 2015 y por debajo del voto en las legislativas de medio término del 2017, que fue del 42%), la fuerza de CFK rinde igual de bien que el peronismo unificado y el massismo queda como tercero, desplazando a la izquierda. En síntesis, se reedita una dinámica de polarización, pero si la del 2017 fue asimétrica esta, en cambio, muestra una notable paridad, aunque se trate más de opinión electoral que de intención de voto.
En la misma línea, en enero pasado el consultor Carlos Fara decía: “Cristina es hoy la más candidata presidencial opositora con más votos potenciales, y no hay dentro del peronismo quien le pueda disputar ese lugar. Ella es un liderazgo importante. Creo que no se debe subestimar cuánto kirchnerismo ideológico y cultural hay en la sociedad luego de 12 años de controlar el gobierno. En la provincia de Buenos Aires se pensaba que su techo era el 32 % y finalmente alcanzó el 37 %. Mientras el PJ no tenga caras nuevas potentes y un nuevo relato alternativo, va a ser difícil que el público opositor se olvide de Cristina. Decir que ella hoy es solo una dirigente representativa de la tercera sección electoral del territorio bonaerense es un error. La cuenta real es cuántos votos juntaría en una presidencial, más allá de la actitud que tomen los gobernadores”.
En este marco, el error de muchos gobernadores del PJ deviene de una mala lectura de la representación poselectoral en 2017. Como apuntó oportunamente Pablo Papini, las protestas de diciembre detonadas con la reforma previsional permitieron calibrar la monumentalidad de ese error: “se pretendió hacer descansar al reformismo permanente en un supuesto pacto entre Olivos y los gobernadores cuya letra tuvo copyright CEOcrático exclusivo. Con eso, los mandatarios locales corrieron a reforzar la representación de un segmento que ya tiene abogado. El resto, huérfanos”. Es decir, tratando de escapar de “la grieta”, los gobernadores opo-oficialistas se transformaron en socios del oficialismo. Privilegiaron la gobernabilidad recíproca, pero de esa manera cerraron el 2017 preocupados por ver cuántos costos compartían con el gobierno de Cambiemos y dejaron sin representación a los electores opositores. De esa manera, la crisis fue capitalizada por CFK. “Macri y Cristina parecen practicar nado sincronizado. Los 10 puntos de imagen que perdió Macri entre diciembre pasado y marzo de este año, los recuperó Cristina en simultáneo”, apuntó en estos días el politólogo Daniel Montoya.
En este blog hemos citado varios estudios que coinciden en la merma de imagen entre los dirigentes de Cambiemos junto con una recuperación en la calificación de CFK. Para más datos, el estudio de Opina que venimos citando muestra que en el pulso electoral de cara al 2019 el nuevo sello de Unidad Ciudadana que pergeñó CFK en 2017 como restyling del clásico y quizás desgastado FPV hoy rendiría tan bien como el de un más quimérico (a la luz de la coyuntura actual) peronismo unificado. Según esa consultora, si las elecciones fuesen hoy un 35% votaría a Cambiemos (macrismo), un 32% al peronismo unificado, un 16% a otro, un 8% al Frente de Izquierda y un 10% no sabe o no tiene opinión formada (ver datos abajo; click para agrandar). Si en vez de peronismo unificado juegan Unidad Ciudadana/CFK y 1País (massismo), la distribución apenas varía: 35% para Cambiemos, 33% para UC/CFK, 12% para 1País, 9% para otro y 5% no sabe o no tiene opinión formada (ver datos arriba; click para agrandar). Es decir, en este segundo escenario Cambiemos mantiene su voto duro (que está en el orden de magnitud del 34,15% obtenido por Macri en la primera vuelta del 2015 y por debajo del voto en las legislativas de medio término del 2017, que fue del 42%), la fuerza de CFK rinde igual de bien que el peronismo unificado y el massismo queda como tercero, desplazando a la izquierda. En síntesis, se reedita una dinámica de polarización, pero si la del 2017 fue asimétrica esta, en cambio, muestra una notable paridad, aunque se trate más de opinión electoral que de intención de voto.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)