Sin embargo, la elección de medio término del 2017 ofrece un panorama muy distinto: 42% para Cambiemos, 24% para Unidad Ciudadana y aliados, 9,5% para el Peronismo no K, 6% para 1País (massismo y aliados), 5% para el Peronismo filo K y otro tanto para la izquierda. Aquí no hay la misma fragmentación y dispersión que en 2009 y 2013, sino una polarización asimétrica. El oficialismo ronda los 40 puntos, no ya el 30%, y está bien claro cuál es la principal fuerza opositora: el kirchnerismo y aliados, con el nuevo ropaje de Unidad Ciudadana. Las demás fuerzas no llegan a los dos dígitos, con lo cual no pueden disputar esa representación.
Ahí reside el principal problema del Peronismo no K y sus eventuales nuevos aliados: en 2017, los dirigentes que crecieron a la sombra de CFK y aspiraron a jubilarla la vieron consolidarse como la principal opositora a nivel nacional, con más de 6 millones de votos en el total país. Dos de sus ex ministros, Sergio Massa y Florencio Randazzo, además fueron derrotados por ella y por Cambiemos en la estratégica provincia de Buenos Aires. Juan Urtubey, otro autocandidateado, fue derrotado por Cambiemos y por poco no cayó también a manos del kirchnerismo en su provincia. A todos se los llevó puesto la grieta, ya no entendida como metáfora periodística sino como juego de fuerzas en la competencia electoral, una polarización asimétrica que quebró la tendencia fragmentaria de las elecciones de medio término precedentes: una primera minoría eligió oficialismo y una segunda eligió a la oposición más clara y nítida. Los "ni-ni" u opo-oficialistas perdieron, a lo largo y ancho de todo el país. De ahí que la reconstrucción del espacio pan-justicialista a espaldas del kirchnerismo o poniendo a CFK como límite condene a la irrelevancia electoral a ese peronismo. Para bien o para mal, el grueso de los electores (2 de cada 3) ya eligieron en 2017 al oficialismo (en gran parte, para que no vuelva CFK) o a CFK (en gran parte, para frenar a Macri). Quienes quisieron competir a la vez contra ambos, perdieron (contra uno, o incluso contra los dos).
En ese marco, de cara al 2019 es muy poco probable que prospere ese intento de renovación, sobre todo mientras ese espacio dentro del espacio pan-justicialista no elija con claridad contra quién compite: contra Macri, o contra CFK. Y es más difícil que prospere, en la medida en que la gente ya eligió en 2017 quién es el principal opositor contra Macri: CFK. La centralidad política de la ex presidenta se confirma incluso entre quienes no la votan, lo que le da a ella una ventaja competitiva doble: tiene más caudal que los demás opositores y asimismo es percibida como la principal opositora a Macri (ver datos arriba; click para agrandar). En su medición mensual de marzo pasado, basada en una muestra de 1.200 casos con un margen de error de +-2,8%, el consultor Ricardo Rouvier incorporó la pregunta espontánea "¿Cuál o cuáles de estos políticos y/o dirigentes considera como los principales opositores al Gobierno de Macri?" CFK alcanza el 67,9%, seguida de lejos por Hugo Moyano (36,6%) y Roberto Baradel (10,7%). La hegemonía de CFK confirma que su relieve posterga las chances de protagonismo de figuras más moderadas como Sergio Massa o Margarita Stolbizer, Florencio Randazzo o Juan Manuel Urtubey y que sólo dirigentes aupados por elementos de la coyuntura (como Moyano, ex aliado de CFK y luego de Macri y desde el 21F opositor a Cambiemos) y Baradel (con una representatividad acotada a lo gremial y sectorial) disputan, si bien en desventaja, en lo que hace a visibilidad opositora. Si este marco no cambia, las únicas chances de “renovación” a favor del peronismo no K pasan por un renunciamiento histórico o paso al costado de CFK.
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