miércoles, 10 de octubre de 2012

Venezuela: lecciones para la oposición argentina (2)

Remarcábamos en la entrada anterior sobre este tema lo erróneo que era por parte de la oposición (y decimos: de la oposición que sea, en cualquier parte del mundo, ante el oficialismo que sea) apostar a que el desgaste natural del ejercicio del poder creara las condiciones para el cambio. 

El error no consiste en esperar que el oficialismo pierda -algo que por supuesto en algún momento, inexorablemente, sucederá- sino en confiar que el tiempo haga por sí mismo el trabajo que tiene que hacer la oposición, que es generar las condiciones para que los electores voten un cambio a partir de percibir una alternativa electoral competitiva en la oposición. Esto es algo que Capriles estuvo relativamente cerca de lograr, ya que quedó unos 11 puntos detrás de Chávez;  concurrieron otros cuatro candidatos opositores, que en ningún caso lograron más del 0,5% de los votos, lo cual marca claramente que fue una elección polarizada entre Chávez y Capriles. 

En cambio, la oposición argentina en 2011 estuvo muy lejos de constituir una alternativa competitiva, dado que el segundo candidato presidencial más votado (Hermes Binner, alrededor del 17%) obtuvo unos 37 puntos menos que la presidenta reelecta (CFK, más del 54%), mientras que hubo otros tres candidatos que oscilaron entre el 7% y el 12% de los votos (Ricardo Alfonsín, Eduardo Duhalde, Alberto Rodrìguez Saá) evidenciando así no un escenario de polarización como en Venezuela sino de dispersión opositora.

Decíamos también que esperar que el tiempo suplante la tarea que las fuerzas de la oposición deben asumir como propia era una suerte de automutilación (o autoesterilización), porque si bien es un hecho que el ejercicio del poder ocasiona en algún momento un desgaste inexorable, no sirve de nada constatar eso mientras permanezca indefinido el momento temporal en el que tal cosa se produzco: como caso extremo, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) de México gobernó durante 70 años antes de perder una elección (por eso fue llamado por algunos analistas la dictadura perfecta). 

Citábamos en la entrada anterior los ejemplos menos extremos de la Concertación chilena (aunque en ese caso sin reelección presidencial) y a nivel local los 4 mandatos consecutivos de la UCR en las décadas del `80 y `90 (tres de Eduardo César Angeloz y 1 de Ramón Mestre padre) y de Unión por Córdoba (dos de José M. De la Sota, uno de Juan Schiaretti y nuevamente De la Sota). Chávez, promotor del autodenominado "Socialismo del Siglo XXI" ha logrado ser reelecto por tercera vez, con lo que gobernará (a priori) hasta el año 2019, acumulando así un total de 20 años en el poder (fue elegido por primera vez en 1998, y gobierna desde 1999). Y obtuvo esa victoria en comicios que registraron una participación del 80,94%, una de la más altas de las últimas décadas (con régimen de voto voluntario, lo cual le da aún más valor al dato) y con un sistema de voto electrónico que el ex presidente de EE.UU. James Carter (a quien no se puede sospechar de simpatía con el chavismo) calificó como el más avanzado del mundo.

Por otra parte, no es menos cierto, como decía el ex primer ministro italiano Giulio Andreottti, que el ejercicio del poder desgasta... a quien no lo tiene. Este es sin dudas un desafío para la oposición argentina, en especial para las fuerzas y referentes opositores que no pertenecen al amplio abanico de expresiones políticas que contiene el Partido Justicialista, pues existe una suerte de premisa transversal de la política que reza que es muy difícil ganar una elección (y más difìcil todavía gobernar) Argentina sin tener al menos una "pata peronista" en la coalición ganadora mínima. 

En marzo pasado (7 meses antes de la elección), el politólogo venezolano Nicmer Evans (una suerte de intelectual chavista pero con suficiente vuelo como para marcar críticas y desaciertos del proceso que lidera el bolivariano) ya pronosticaba la victoria de Chávez en las elecciones de octubre y marcaba aciertos clave que a su juicio contribuían al éxito electoral del mandatario: la política social, la profundización de la democracia participativa y su estilo de liderazgo. 

El martes anterior a la elección, una encuesta de Datanálisis (una consultora independiente del gobierno, incluso algunos especialistas destacan que la dirige un antichavista) anticipaba una victoria del presidente venezolano por unos 10 puntos de ventaja. Esa brecha, si bien no tenía la contundencia de los triunfos anteriores del bolivariano, debería haber sido considerada para no sobreestimar las chances electorales del opositor Capriles (error en el que incurrieron no sólo algunos venezolanos sino también muchísimos argentinos, entre ellos periodistas como Jorge Lanata y referentes opositores como Patricia Bullrich y Eduardo Amadeo, además de muchísimos ciudadanos comunes y "caceroleros"). 

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