Decíamos en la última entrada que Massa
ostenta una posición ambigua de cara a las elecciones del 2015: por un lado, estar
fuera de responsabilidades ejecutivas lo hace menos vulnerable frente a la
coyuntura (que suele acarrear a los gobernantes problemas de gestión); por
otro, eso mismo limita su capacidad de instalar agenda y transmitir liderazgo,
máxime teniendo en cuenta que el año que viene sería candidato a presidente, el
mayor cargo electivo a nivel ejecutivo (escenario muy diferente al de
elecciones legislativas como las del 2013, en las que se juegan otros atributos
a la hora de elegir los candidatos).
Esa posición resulta un desafío para el
tigrense, dado que lo obliga a un gran esfuerzo para sostener la iniciativa
política desde un lugar de menor visibilidad (como es el Congreso) y sin los
beneficios (aunque tampoco las contras) que da estar al frente de una gestión
(como es el caso de otros precandidatos para el 2015, como Daniel Scioli,
Mauricio Macri y Florencio Randazzo, por sólo mencionar algunos). En ese marco,
el “hit” postelectoral que en términos de opinión pública logró Massa con su
rechazo al proyecto de Reforma de Código Penal fue seguido en el tiempo por un
mucho menos eficaz (en términos de rendimiento de opinión pública) proyecto
para limitar las reelecciones en cargos ejecutivos como el de intendente, iniciativa
poco pregnante, dado que en la idiosincrasia electoral argentina se pondera más
la eficacia percibida en las gestiones (el “es”) que las ventajas de la alternancia en el poder en términos de ciencia política (el “deber ser”).
Esa falta de eficacia también se pone de
manifiesto en la inconsistencia del proyecto, toda vez que varias de las figuras que
acompañan a Massa son intendentes que llevan varios mandatos consecutivos
(entre otros, Jesús Cariglino, peronista disidente de Malvinas Argentinas, provincia de
Buenos Aires, y Raúl Otacehé de Merlo, reciente incorporación al armado
político massista y adherente K hasta el 2013). En este contexto, Massa corre el riesgo de ir desinflándose en una “carrera de caballos” de largo aliento hasta el 2015: “El
empuje inicial de Massa, capitalizando el triunfo electoral de 2013, se va
enfriando. Ahora se lo ve a Scioli consolidándose; lo beneficia en parte su
posicionamiento bien definido en ese eje de ‘continuidad y cambio’ demandado
por un amplio segmento del electorado –descontando, también, que cuando el
Gobierno navega en aguas más tranquilas él tiene más para ganar–. En la medida
en que una parte del electorado demanda poca conflictividad y algo de
continuidad, Scioli encuentra un terreno propicio. Massa, en cambio, si bien en
principio cultiva un perfil similar y gestó su éxito electoral el año pasado
desde ese lugar de la no confrontación, se ve exigido a jugar ahora más cartas
opositoras, moviéndose a un territorio donde encuentra mucha competencia”, interpreta
el sociólogo Manuel Mora y Araujo.
Precisamente, mientras en las elecciones
de 2013 Massa llegó posicionado como un cóctel de opositor con algunas
reminiscencias K (al punto que un segmento de votantes creyó que estaba ligado
al kirchnerismo hasta bien avanzado el proceso electoral, una suerte de
"residual de marca" de su paso por el Anses y como jefe de gabinete y candidato
testimonial de Cristina Fernández en las legislativas del 2009), de aquí al
2015 el líder del Frente Renovador debe sumar nitidez a su posicionamiento
opositor, con lo que pasa a navegar en océanos más rojos (o sea, competitivos
con figuras en algo similares a la suya): “Allí
están también las otras ofertas de este proceso electoral: el PRO, que se
siente cómodo en el perfil que encontró –una mezcla adecuada de ‘gestión’ e
indefinición programática, cuyo mensaje llega a muchos votantes, pero no
infunde mucho entusiasmo–, y los partidos de la UNEN, convencidos de que
potenciarán sus fortalezas si efectivamente se unen, pero no terminan de
definir los límites de esa unión. La teoría es que la unión de lo que es
parecido suma, la unión de lo diferente resta; acá el problema es que hay muchas
definiciones de lo que es similar o diverso y, además, que algunos dirigentes
anteponen sus propias definiciones, y otros, las que piensan que prefieren los
votantes”, agregaba Mora y Araujo al análisis antes citado.
En ese marco, el liderazgo natural de
Massa dentro de su espacio le allana el camino a una candidatura, pero insinúa
el riesgo de ponerlo en desventaja de cara al proceso de primarias abiertas,
simultáneas y obligatorias (PASO) previsto para el 2015: mientras que el
oficialismo parece avanzar hacia un panorama de varios candidatos y otro tanto
hace el Frente Amplio Unen (FAU), Massa no tiene contendientes que hagan “atractivo”
al votante participar de una “interna” de ese espacio (en ese sentido, está en
la misma situación que Macri). Asimismo, no es sencillo que el tigrense
encuentre un precandidato dispuesto a oficiar simplemente de “sparring” de su
figura (dado que a priori es difícil que otra figura pueda derrotar al tigrense
en una interna “abierta” del Frente Renovador, aunque por momentos José Manuel De la Sota
amaga con la posibilidad de participar en un ensayo de ese tipo). Por otro lado, esa condición de líder natural de su espacio que tienen Massa (y Macri, por añadidura) podría beneficiarlos respecto
de la otra fuerza opositora, el FAU, si las múltiples precandidaturas de ese frente generan una alta dispersión del voto. Esa amenaza de dispersión también es latente en el espacio pan-oficialista, pero con el matiz de que
el peronismo filo-K no juega en el campo semántico de la oposición y con el
aditamento de que allí aparecen dos elementos de los que carecen las otras
fuerzas: una suerte de “gran electora” en la figura de CFK (si será “neutral” o
no en la definición del candidato oficialista en 2015 está por verse) y una figura (Scioli) que, sin ser líder natural, puede ser un “primus inter pares”, a tenor de lo
que sugieren varias encuestas.