Este año, el problema electoral se planteó para los gobernadores del PJ y referentes del espacio pan-justicialista que tuvieron una doble apuesta: 1) jubilar a CFK del escenario político 2) enfrentar y vencer a Cambiemos desde una condición de “opo-oficialistas”. Puestos por sí mismos en esa suerte de “no lugar”, quedaron presos de “la MaCris” (la polarización entre Cambiemos y CFK): no pudieron lo primero, ni tampoco lo segundo. Juan Urtubey, el gobernador que en su momento se autoproclamó presidenciable para el 2019, es el principal ejemplo: su lista no sólo perdió en Salta frente a Cambiemos por casi 46 mil votos de diferencia, sino que apenas aventajó al kirchnerismo por 10 mil votos. A su turno, la lista de Juan Schiaretti también fue derrotada por la de Cambiemos (por casi 18 puntos). La dinámica de la polarización que afectó fuerte a esos oficialismos provinciales también se puso de manifiesto en la suba de la participación electoral en ambos distritos entre las PASO y la elección general (ver gráfico arriba; click para agrandar). También quedó preso de “la MaCris” y corrió aún peor suerte electoral que esos gobernadores una figuras del espacio pan-justicialista como Florencio Randazzo, que con el sello del PJ fue superado por Cambiemos y CFK; lo mismo le sucedió al "renovador" Sergio Massa con el sello de 1País, ambos en la estratégica provincia de Buenos Aires (PBA), otro distrito en el cual la polarización traccionó electoralmente y generó un incremento de la afluencia de electores (ver gráfico arriba, click para agrandar).
Como apuntó oportunamente Alejandro Grimson, si bien CFK fue derrotada en PBA, “el peronismo más cercano al gobierno sufre derrotas mucho más graves. Sergio Massa cae al 11%, cuando había partido de un 43% en 2013 y un 22% en 2015. Lo mismo sucede con otro “peronista racional” (así los han catalogado periodistas oficialistas) como Schiaretti en Córdoba, duramente derrotado por el macrismo. Cristina Kirchner perdió, pero a Urtubey le fue aún peor. Ni de Salta, ni de Tigre ni de Córdoba provendrán los presidenciables”. Ya lo hemos apuntado en posts anteriores: en el espacio pan-justicialista sólo salieron airosas aquellas figuras que se recortaron más nítidamente como opositores a Cambiemos (considerando el vector político). Visto desde otra óptica (la de la resiliencia), el provincianismo pudo resistir el embate de la ola amarilla sólo en aquellos distritos por fuera del “corredor de la soja” (considerando el vector geográfico).
Por otra parte, el clivaje que caracteriza a PRO/Cambiemos como “el partido de la soja” no es estrictamente nuevo, sino una reedición de un fenómeno que ya se vio en las legislativas del 2009, las elecciones que siguieron al conflicto del campo pos-resolución 125. Por entonces, Héctor Huergo hablaba del “soja power”: “Esta nueva Argentina tuvo su bautismo de fuego político en el 2008, cuando los del campo le pusieron la mano en el pecho a un gobierno que viene de las antípodas. Fue la primera expresión del nuevo poder económico del interior. El "soy power" (el poder de la soja) hizo sonar su despertador. Y ahora, cuando despunta el 2009, aparecen indicios de que cada vez tallará más fuerte en la gran escena política nacional”. A partir de esa constatación, Huergo hacía varias extrapolaciones políticas: “El lanzamiento de Carlos Reutemann como presidenciable para el 2011 se inscribe en esta saga. Se suma a la candidatura obvia de Felipe Solá. Ambos crecieron de la mano de su postura a favor del campo en el conflicto por las retenciones móviles, que cambió la historia nacional. Pero vienen con antecedentes muy fuertes de vinculación objetiva con el sector. Reutemann es productor desde siempre. Visitante infaltable de las grandes exposiciones, siempre, desde el llano o como gobernador, se mostró genuinamente interesado por los avances tecnológicos. Además, el senador y ex gobernador de Santa Fe fue un gran facilitador para la consolidación del polo agroindustrial del Gran Rosario, la industria lechera santafesina y el poderoso cluster de maquinaria agrícola de su provincia. Felipe Solá fue casi diez años secretario de Agricultura, y su gran pergamino fue la autorización de la soja RR en 1996. La cosecha pasó de 15 a 50 millones de toneladas en apenas una década. Sólo en el último año, la diferencia representó 15.000 millones de dólares. Pero tendrán que pelear. Por ejemplo con el ex gobernador salteño Roberto Romero y el puntano Alberto Rodríguez Saá. Ambos se muestran definitivamente convencidos del destino agroindustrial de sus provincias. La propia Elisa Carrió y la Coalición Cívica, se encuentran consustanciadas con el sector. La Comisión de Agricultura de Diputados tiene un vicepresidente (Christian Gribaudo) que pertenece al Pro”.
Sin embargo, lo que pintaba como un clima de época, apenas fue un clima de opinión pasajero: recordemos que, luego del relativo revés electoral del 2009 (el FPV perdió en los principales distritos, pero conservó la primera minoría electoral a nivel país), en 2011 CFK se impuso con el 54% de los votos en primera vuelta, mientras que Rodríguez Saá alcanzó apenas 7,96% de los votos, Carrió sólo 1,82%; Reutemann, Solá y Romero (candidatos "cantados" para algunos analistas, junto con Julio Cobos) ni siquiera compitieron en esa elección. La gran pregunta, entonces, es si ahora estamos en presencia de un clima de época, o se trata de otro clima de opinión, aunque pueda ser menos pasajero que el del 2009. Como vimos en un post anterior, Casullo es una de las que sostiene la tesis de cambio de época. “Estamos asistiendo a un cambio de época política en la Argentina, en tanto y en cuanto el país tiene hoy algo que no existió durante todo el siglo XX: un partido orgánico de derecha, con capacidad electoral”. Desde el punto de vista de fenómeno electoral, efectivamente hay una novedad en términos de oferta política (y exitosa a lo largo de dos elecciones, o si se quiere tres, contando la PASO de este año).
Sin embargo, dos elecciones consecutivas ganadas no construyen necesariamente un tercer turno electoral victorioso, lo que sí sería un signo inequívoco de cambio de época: “en las elecciones legislativas inmediatamente posteriores a la asunción presidencial de Alfonsín la UCR obtuvo en 1985 el 42,37%, el PJ obtuvo en 1991 el 40,22%, la Alianza el 23,1% en 2001, el Frente para la Victoria el 41,59% en 2005 y Cambiemos en 2017 el 40,7%”, apuntó Grimson. También Casullo se muestra cautelosa respecto a si el resultado electoral del 2017 “permite plantar bandera sobre el sueño de una hegemonía refundacional, más aun cuando el mismo sueño se le escapó al kirchnerismo luego de lograr el 54% de los votos y tener mayoría en ambas cámaras del Congreso. Cambiemos podrá gobernar sin sobresaltos hasta el 2019 y está en excelente posición para ganar su reelección. Pero plantear la inevitabilidad de una nueva Argentina ya mismo parece apresurado”. La primavera alfonsinista duró dos turnos electorales nacionales, y la aliancista apenas uno; sólo el menemismo y el kirchnerismo pudieron construir eficazmente climas de época que trascendieron a climas de opinión electorales. Si Cambiemos podrá hacerlo de cara al 2019, esa es la pregunta que se impone ahora.
Concepto acuñado por el filósofo inglés Joseph Glanvill, el clima de opinión nos rodea. Existen ciencias para medirlo, pero también hay lugar para lo inesperado, tal como el aleteo de una mariposa en Pekín puede desatar un huracán en México que contraríe el pronóstico del tiempo. Este blog de tendencias de opinión pública e influencia social pretende aportar elementos al "sensor cuasiestadístico" con que sondeamos el ambiente y ser un foro para intercambiar puntos de vista.
martes, 28 de noviembre de 2017
miércoles, 22 de noviembre de 2017
Hacia el 2019: problematizando lecturas
Según determinado enfoque interpretativo, los resultados electorales del 2017 pueden leerse como una puesta en cuestión de las identidades partidarias tradicionales (UCR y peronismo) frente a sellos emergentes (PRO-Cambiemos y Unidad Ciudadana, respectivamente). Si se articula ese planteo con la tesis de la conformación de un polo de centroderecha versus uno de centroizquierda de cara al turno electoral del 2019, entonces habría una oportunidad histórica de superar el carácter híbrido de las formaciones partidarias con más historia en favor de identidades más nítidas: el radicalismo se subsumiría en una fuerza de centroderecha dejando atrás sus pulsiones socialdemócratas, y el peronismo dejaría atrás su carácter pendular para abrazar una identidad nacional-popular más definida.
En una línea similar a la que planteaba la politóloga María Casullo, el sociólogo Juan Carlos Torre apunta: “Hoy la única fuerza con identidad en el campo del peronismo es la que lidera Cristina Kirchner, aunque, si bien sirve como oposición, claramente no entusiasma a los peronistas. El problema es que el espacio del centro o centroderecha popular de alguna manera ya está ocupado por Cambiemos, mientras la expresidenta gana terreno hacia la izquierda. A los dirigentes que encarnan la renovación por ahora les queda el camino de la ambigüedad”. En efecto, mientras a nivel nacional el polo de centroderecha y el de centroizquierda se afirman como primera y segunda minoría electoral, respectivamente, el camino de la ambigüedad no resulta electoralmente rentable: todas las referencias del espacio pan-peronista que transitaron la avenida del opo-oficialismo este año perdieron (Juan Urtubey, Gustavo Bordet, Juan Schiaretti). Al contrario, aquellas con una identidad opositora más definida frente a Cambiemos salieron airosas: Gildo Insfrán, Alberto Rodríguez Saá, Lucía Corpacci, Sergio Uñac, Jorge Manzur, el recientemente fallecido Mario Das Neves, Carlos Verna (con dos excepciones, Alicia Kirchner y Domingo Peppo).
Sin embargo, hay otras formas de leer esa persistencia: Julio Burdman la llama “la resiliencia provinciana”, un fenómeno que se dio desde las primarias a la elección general de octubre. “Las PASO mostraron un fenómeno generalizado, el de los partidos provinciales y las anchas avenidas del medio desplazadas por la nacionalización y la polarización. Los oficialismos provinciales de Córdoba, Santa Fe, Río Negro, Neuquén y Chubut, no alineados con ninguna de las dos corrientes políticas principales, habían perdido. En varios casos, quedando en tercer lugar. En la región metropolitana, los disidentes de la grieta encabezados por Sergio Massa y Martín Lousteau quedaron terceros y lejos. Los peronismos autárquicos de San Luis y La Pampa perdían contra Cambiemos. Caían todos en un camino de ida. Pero entre el 13 de agosto y el 22 de octubre, la resiliencia provinciana puso algunas cosas en su lugar. Hubo tres casos de reversión: Chubut, La Pampa y la República de San Luis. Asimismo, los partidos ‘neoprovinciales’ de Misiones y Santiago del Estero ampliaron la brecha. Cinco casos de oficialismos provinciales que hicieron sentir el peso de sus territorios (…) En los cinco casos mencionados, el eje de la campaña fue el provincianismo (...) El provincianismo pareciera haber sido la forma más eficaz de 2017 para resistir a la polarización nacionalizante. Massa y Lousteau siguieron perdiendo. Habría que destacar que no en todos los casos el discurso provincianista funcionó: los oficialismos de Córdoba y Santa Fe no pudieron recuperar posiciones, y tampoco los neuquinos, que vieron aumentar su derrota frente a la ola cambiemita. Sin embargo, los tres tienen algo en común: estuvieron atravesados internamente por una tensión por su relación con el gobierno nacional de Cambiemos. Sapagistas y gutierristas en Neuquén, y De la Sota y Schiaretti en Córdoba, están diferenciados por su relación con Macri. En Santa Fe, el Frente Progresista aún está pagando la ruptura con los radicales y la conformación del cambiemismo provincial. Evidentemente, la estrategia provincianista necesita ser creíble y estar unificada. Ese fue, al menos, el denominador común de los casos que resistieron localmente la ola nacional”.
Del mismo modo que la “resiliencia provinciana” aporta otra clave de lectura para entender por qué algunas figuras del espacio pan-justicialista resistieron el avance de la ola amarilla y otras no, la interpretación en clave geográfica hace otro tanto. Según José Natanson, el apoyo a Cambiemos “tiene un claro componente de clase, con un sesgo a los sectores de mayor poder adquisitivo, y etario, con un respaldo nítido entre los mayores. Pero el corte más claro es geográfico: el PRO es, en esencia, el ‘partido de la soja’, potente en la zona núcleo, que registró sus mejores marcas, además de la Ciudad, en Córdoba, el Norte de la provincia de Buenos Aires y el Sur de Santa Fe” (ver gráfico arriba; click para agrandar). Agrega Natanson: “Con una campaña astuta, la apuesta a candidatos propios y la decisión de explotar al máximo el rechazo que generaba el kirchnerismo en crecientes sectores de las capas medias, el PRO consagró el primer presidente de derecha elegido por los votos y el primero también que no pertenece ni al peronismo ni al radicalismo. Más allá del éxito o fracaso de su gestión, esto ya lo sitúa en un lugar novedoso, que expresa tanto la decisión de un sector de la sociedad de confiar en una fuerza nueva como la crisis de los partidos tradicionales abierta a partir del estallido de 2001”. Complementando esta lectura con la anterior, podríamos decir: el provincianismo pudo resistir el embate de la ola amarilla sólo en aquellos distritos por fuera del “corredor de la soja”. Esto, a su vez, marca un desafío para los gobernadores del PJ que este año sufrieron derrotas frente a Cambiemos en sus provincias, de cara al turno electoral del 2019: ¿es posible hacer un tránsito exitoso desde el opo-oficialismo hacia una postura más opositora más nítida para retener el poder en sus provincias y a la vez preservarse de la dinámica polarizadora nacional en la que Cambiemos y Unidad Ciudadana se insinúan como las referencias principales?
En una línea similar a la que planteaba la politóloga María Casullo, el sociólogo Juan Carlos Torre apunta: “Hoy la única fuerza con identidad en el campo del peronismo es la que lidera Cristina Kirchner, aunque, si bien sirve como oposición, claramente no entusiasma a los peronistas. El problema es que el espacio del centro o centroderecha popular de alguna manera ya está ocupado por Cambiemos, mientras la expresidenta gana terreno hacia la izquierda. A los dirigentes que encarnan la renovación por ahora les queda el camino de la ambigüedad”. En efecto, mientras a nivel nacional el polo de centroderecha y el de centroizquierda se afirman como primera y segunda minoría electoral, respectivamente, el camino de la ambigüedad no resulta electoralmente rentable: todas las referencias del espacio pan-peronista que transitaron la avenida del opo-oficialismo este año perdieron (Juan Urtubey, Gustavo Bordet, Juan Schiaretti). Al contrario, aquellas con una identidad opositora más definida frente a Cambiemos salieron airosas: Gildo Insfrán, Alberto Rodríguez Saá, Lucía Corpacci, Sergio Uñac, Jorge Manzur, el recientemente fallecido Mario Das Neves, Carlos Verna (con dos excepciones, Alicia Kirchner y Domingo Peppo).
Sin embargo, hay otras formas de leer esa persistencia: Julio Burdman la llama “la resiliencia provinciana”, un fenómeno que se dio desde las primarias a la elección general de octubre. “Las PASO mostraron un fenómeno generalizado, el de los partidos provinciales y las anchas avenidas del medio desplazadas por la nacionalización y la polarización. Los oficialismos provinciales de Córdoba, Santa Fe, Río Negro, Neuquén y Chubut, no alineados con ninguna de las dos corrientes políticas principales, habían perdido. En varios casos, quedando en tercer lugar. En la región metropolitana, los disidentes de la grieta encabezados por Sergio Massa y Martín Lousteau quedaron terceros y lejos. Los peronismos autárquicos de San Luis y La Pampa perdían contra Cambiemos. Caían todos en un camino de ida. Pero entre el 13 de agosto y el 22 de octubre, la resiliencia provinciana puso algunas cosas en su lugar. Hubo tres casos de reversión: Chubut, La Pampa y la República de San Luis. Asimismo, los partidos ‘neoprovinciales’ de Misiones y Santiago del Estero ampliaron la brecha. Cinco casos de oficialismos provinciales que hicieron sentir el peso de sus territorios (…) En los cinco casos mencionados, el eje de la campaña fue el provincianismo (...) El provincianismo pareciera haber sido la forma más eficaz de 2017 para resistir a la polarización nacionalizante. Massa y Lousteau siguieron perdiendo. Habría que destacar que no en todos los casos el discurso provincianista funcionó: los oficialismos de Córdoba y Santa Fe no pudieron recuperar posiciones, y tampoco los neuquinos, que vieron aumentar su derrota frente a la ola cambiemita. Sin embargo, los tres tienen algo en común: estuvieron atravesados internamente por una tensión por su relación con el gobierno nacional de Cambiemos. Sapagistas y gutierristas en Neuquén, y De la Sota y Schiaretti en Córdoba, están diferenciados por su relación con Macri. En Santa Fe, el Frente Progresista aún está pagando la ruptura con los radicales y la conformación del cambiemismo provincial. Evidentemente, la estrategia provincianista necesita ser creíble y estar unificada. Ese fue, al menos, el denominador común de los casos que resistieron localmente la ola nacional”.
Del mismo modo que la “resiliencia provinciana” aporta otra clave de lectura para entender por qué algunas figuras del espacio pan-justicialista resistieron el avance de la ola amarilla y otras no, la interpretación en clave geográfica hace otro tanto. Según José Natanson, el apoyo a Cambiemos “tiene un claro componente de clase, con un sesgo a los sectores de mayor poder adquisitivo, y etario, con un respaldo nítido entre los mayores. Pero el corte más claro es geográfico: el PRO es, en esencia, el ‘partido de la soja’, potente en la zona núcleo, que registró sus mejores marcas, además de la Ciudad, en Córdoba, el Norte de la provincia de Buenos Aires y el Sur de Santa Fe” (ver gráfico arriba; click para agrandar). Agrega Natanson: “Con una campaña astuta, la apuesta a candidatos propios y la decisión de explotar al máximo el rechazo que generaba el kirchnerismo en crecientes sectores de las capas medias, el PRO consagró el primer presidente de derecha elegido por los votos y el primero también que no pertenece ni al peronismo ni al radicalismo. Más allá del éxito o fracaso de su gestión, esto ya lo sitúa en un lugar novedoso, que expresa tanto la decisión de un sector de la sociedad de confiar en una fuerza nueva como la crisis de los partidos tradicionales abierta a partir del estallido de 2001”. Complementando esta lectura con la anterior, podríamos decir: el provincianismo pudo resistir el embate de la ola amarilla sólo en aquellos distritos por fuera del “corredor de la soja”. Esto, a su vez, marca un desafío para los gobernadores del PJ que este año sufrieron derrotas frente a Cambiemos en sus provincias, de cara al turno electoral del 2019: ¿es posible hacer un tránsito exitoso desde el opo-oficialismo hacia una postura más opositora más nítida para retener el poder en sus provincias y a la vez preservarse de la dinámica polarizadora nacional en la que Cambiemos y Unidad Ciudadana se insinúan como las referencias principales?
viernes, 17 de noviembre de 2017
Hacia el 2019: ¿un polo de centroderecha versus un polo de centroizquierda?
Los resultados electorales del 2017 también pueden ser leídos en clave de polarización asimétrica, con Cambiemos como primera minoría electoral nacional (43% de votos) con un sesgo de centroderecha y Unidad Ciudadana como segunda minoría electoral (25% del total nacional), con un sesgo de centroizquierda. Ambos polos, antitéticos entre sí, son dos sellos nuevos y con una pregnancia electoralmente más potente, a tenor de los resultados de este año, que sellos más tradicionales, como la UCR y el PJ, respectivamente. De cara al turno electoral del 2019, sin embargo, ambos dependen de mantener y de conquistar a parte de la “franja del medio” para tener chances de ganar. En esa franja participan el peronismo filo K (5% de los votos), el no K (alrededor del 8%) y el massismo (alrededor del 6%), más 3% de partidos provinciales. Por otro lado, a la izquierda de Unidad Ciudadana, existe un 5% de fuerzas de izquierda tradicional. Con esa foto, nuevamente, de cara al 2019 la competitividad electoral del espacio pan-justicialista como alternativa opositora depende de las chances de expansión hacia gran parte de la “avenida del medio” para formar una coalición del 44% capaz de disputar en una eventual segunda vuelta la presidencia con Cambiemos, en el caso de que la coalición oficialista pueda mantenerse con aproximadamente el mismo caudal que obtuvo en las legislativas de este año.
¿Por qué pasamos de analizar las dinámicas de polarización del post anterior a una lectura en clave más ideológica en esta entrada? Retomamos la cita de la politóloga María Casullo, a quien abordamos ya en la entrada previa. Ella apunta que “estamos asistiendo a un cambio de época política en la Argentina, en tanto y en cuanto el país tiene hoy algo que no existió durante todo el siglo XX: un partido orgánico de derecha, con capacidad electoral. Cuando digo ‘derecha’ no lo digo desde el punto de vista de las políticas públicas implementadas, sino desde el punto de vista de la sociología política, de la conformación social de la coalición electoral del partido. Digo derecha como lo usaba Torcuato Di Tella: un partido que representa políticamente los intereses y la visión de mundo de las elites (económica, social y cultural) del país y cuyos dirigentes principales, empezando claro por el presidente, vienen de esas mismas elites”. Respecto al carácter de coalición electoral y partidaria de Cambiemos, Casullo apunta que si bien es cierto que la UCR tuvo un rol fundamental al expandir el alcance territorial del oficialismo y fiscalizar las elecciones en provincia de Buenos Aires y el interior, que esa fuerza tiene ministros en el gabinete y que luego de diciembre tendrá más diputados y senadores de los que tenía antes, “llaman la atención tres cosas. Primero, que la UCR no tiene al parecer un lugar en la mesa de decisión de Cambiemos, que es muy pequeña, muy centralizada, y muy PRO-pura. Segundo, en las Paso de este año el PRO recusó judicialmente a las listas internas que presentaron sectores de la UCR ‘orgánica’ en varias provincias y bloqueó la competencia interna o sólo la admitió (como en Neuquén) porque lo dijo la Justicia. Sin ir más lejos, no admitió internas en la ciudad de Buenos Aires, su distrito estrella, y expulsó al sector de Lousteau. Tercero, la UCR no ha planteado hasta ahora una agenda legislativa o de gobierno diferenciada, basada en su temas históricos, como puede ser la universidad pública o la salud pública. O la expansión de los derechos sociales universales”.
Sintetizando, Cambiemos es una marca consolidada electoralmente, pero no una coalición de gobierno: el gobierno es del PRO. Además, la identidad partidaria radical fue diluida dentro de la coalición, y las chances de que se mantenga se hallan ante una paradoja: mientras más exitoso sea el gobierno de Macri en términos de perdurabilidad en el tiempo, más riesgo corre el radicalismo de perder fuerza como signo político; en sentido contrario, si Cambiemos fracasa, ese fracaso también arrastrará al radicalismo en gran parte, si no surge una corriente "disidente" sustantiva. En la misma línea, Danilo Degiustti apuntó: “Cambiemos no es la Alianza. De alguna forma esto ya lo sospechábamos desde un principio, sobre todo por el mayor nivel de autonomía del presidente Macri, que a diferencia de De la Rúa es también el presidente de su partido y si bien lidera una coalición, los demás partidos son socios con una participación menor a la que tenía el Frepaso en su momento (lo que le permitió a Macri colocar a una vicepresidenta de su propio partido y diseñar un gabinete a su medida). En su proceso de consolidación, Cambiemos nació como una coalición urbana de nivel socioeconómico medio y alto, muy anclada en la zona central del país, pero las elecciones de este año dejaron un mapa con mucho amarillo desde Santa Cruz hasta Salta y Jujuy. Se nacionalizó. Entonces, por un lado, tenemos una expansión geográfica desde las provincias centrales o metropolitanas hacia las periféricas (…) desde las generales de 2015 hasta las elecciones del domingo, Cambiemos creció en las provincias más grandes (16,5%; ver datos arriba, click para agrandar), las que lo llevaron al gobierno, pero creció más del doble en las provincias periféricas (37,4%), tradicionalmente peronistas (…). En síntesis, el Pro nació desde el centro del país, adoptando al electorado huérfano del radicalismo y llegó a la presidencia unificando al voto no peronista con la alianza Cambiemos”. En ese marco, haber captado al electorado huérfano del radicalismo y liderar desde el gobierno una coalición electoral exitosa le da al PRO una ventaja competitiva sobre la UCR, que pone en cuestión la supervivencia del sello más tradicional y hace crecer las chances de conformación de un polo de centroderecha más tradicional, como existe en otros países de la región.
Ya dijimos en el post anterior que Cambiemos y Unidad Ciudadana son dos polos antitéticos: el primero hace oposición al gobierno anterior desde el oficialismo (el antikirchnerismo es definitorio de su impronta), mientras que la segunda es, sin dudas, la principal oposición al oficialismo y actual gobierno. Eso deja a todos los dirigentes de la franja del medio en un “no lugar” electoralmente no rentable, como se vio este año. Todos los “opo-oficialistas”, es decir, los gobernadores y las figuras que no tienen resuelto cuál es su posicionamiento frente a Cambiemos (¿son opositores "racionales"? ¿son más opositores al gobierno anterior que al actual?), como Juan Urtubey, Juan Schiaretti y Sergio Massa, corrieron mala suerte en las urnas este año. Al contrario, aquellas figuras del espacio pan-justicialista que tienen una definición más nítida como opositores a Cambiemos (Gildo Insfrán, Alberto Rodríguez Saá, Lucía Corpacci, Sergio Uñac, Jorge Manzur, el recientemente fallecido Mario Das Neves, Carlos Verna), salieron airosas. Esto abre una ventana de oportunidad para que el tránsito hacia el 2019 consolide un polo opositor con mayor competitividad electoral que el actual, con base en Unidad Ciudadana pero expandiéndose hacia las referencias opositoras del espacio pan-justicialista (o hacia los segmentos electorales que ellas interpelan). Como planteó Juan Rodil, “Cristina Fernández parece haber lanzado su campaña de cara a 2019 en su discurso del 22 por la noche, en el que aseguró ser la principal oposición al gobierno y sugirió que esa oposición será ejercida desde su nueva fuerza, Unidad Ciudadana y no desde el Partido Justicialista”. Así, es muy probable que la apuesta de CFK sea la simétrica (espejada) respecto a la de Cambiemos: fidelizar a los electores que acompañaron a Unidad Ciudadana, sumar a aquellos del espacio filo-K y desde allí interpelar a los electores justicialistas “del medio”, potencialmente huérfanos de referencias o de candidatos en 2019 (ver la hipótesis Casullo del post anterior). De hecho, ya este año la ex presidenta le regaló el sello del justicialismo a Florencio Randazzo en PBA y aun así capitalizó claramente al mayor caudal de electores, pues percibió que buscaban una oposición nítida a Cambiemos (y no una moderada ni “opo-oficialista”). Es decir, la apuesta de CFK sería crecer hacia el PJ y los sectores medios (así como el PRO creció hacia los huérfanos del radicalismo y los sectores medios) y, con un sesgo de centroizquierda, enfrentar al polo con sesgo de centroderecha.
Si un sello nuevo (PRO/Cambiemos tiene chances de absorber a la UCR, ¿podría también un sello nuevo (Unidad Ciudadana) hacerlo con el PJ? Tratando de buscar pistas al respecto, volvemos a Casullo, que se asombra por la falta de presencia de una alternativa de centroizquierda, y apunta en eso una oportunidad para el peronismo. “El peronismo tiene muchos problemas pero una cuestión que lo favorece: no parece haber nadie por fuera de él que quiera encarnar una postura netamente opositora. Para mí la pregunta más interesante no es qué va a pasar con el peronismo, sino qué pasó o qué está pasando con los partidos ‘progresistas’. No se ve hoy que esté apareciendo una oposición a Cambiemos nucleada en alguno de los viejos partidos progresistas de clase media no peronistas, o de alguno nuevo. En el 2011 los políticos más votados luego de CFK fueron Binner y Ricardo Alfonsín, ambas figuras son irrelevantes hoy a nivel nacional. ¿Eso continuará así por siempre? ¿Será Unidad Ciudadana el germen de un nuevo Frepaso con una parte del peronismo y una parte de sectores de clase media y una dirigencia desperonizada? Como dijo Mao: es demasiado pronto para saberlo”.
¿Por qué pasamos de analizar las dinámicas de polarización del post anterior a una lectura en clave más ideológica en esta entrada? Retomamos la cita de la politóloga María Casullo, a quien abordamos ya en la entrada previa. Ella apunta que “estamos asistiendo a un cambio de época política en la Argentina, en tanto y en cuanto el país tiene hoy algo que no existió durante todo el siglo XX: un partido orgánico de derecha, con capacidad electoral. Cuando digo ‘derecha’ no lo digo desde el punto de vista de las políticas públicas implementadas, sino desde el punto de vista de la sociología política, de la conformación social de la coalición electoral del partido. Digo derecha como lo usaba Torcuato Di Tella: un partido que representa políticamente los intereses y la visión de mundo de las elites (económica, social y cultural) del país y cuyos dirigentes principales, empezando claro por el presidente, vienen de esas mismas elites”. Respecto al carácter de coalición electoral y partidaria de Cambiemos, Casullo apunta que si bien es cierto que la UCR tuvo un rol fundamental al expandir el alcance territorial del oficialismo y fiscalizar las elecciones en provincia de Buenos Aires y el interior, que esa fuerza tiene ministros en el gabinete y que luego de diciembre tendrá más diputados y senadores de los que tenía antes, “llaman la atención tres cosas. Primero, que la UCR no tiene al parecer un lugar en la mesa de decisión de Cambiemos, que es muy pequeña, muy centralizada, y muy PRO-pura. Segundo, en las Paso de este año el PRO recusó judicialmente a las listas internas que presentaron sectores de la UCR ‘orgánica’ en varias provincias y bloqueó la competencia interna o sólo la admitió (como en Neuquén) porque lo dijo la Justicia. Sin ir más lejos, no admitió internas en la ciudad de Buenos Aires, su distrito estrella, y expulsó al sector de Lousteau. Tercero, la UCR no ha planteado hasta ahora una agenda legislativa o de gobierno diferenciada, basada en su temas históricos, como puede ser la universidad pública o la salud pública. O la expansión de los derechos sociales universales”.
Sintetizando, Cambiemos es una marca consolidada electoralmente, pero no una coalición de gobierno: el gobierno es del PRO. Además, la identidad partidaria radical fue diluida dentro de la coalición, y las chances de que se mantenga se hallan ante una paradoja: mientras más exitoso sea el gobierno de Macri en términos de perdurabilidad en el tiempo, más riesgo corre el radicalismo de perder fuerza como signo político; en sentido contrario, si Cambiemos fracasa, ese fracaso también arrastrará al radicalismo en gran parte, si no surge una corriente "disidente" sustantiva. En la misma línea, Danilo Degiustti apuntó: “Cambiemos no es la Alianza. De alguna forma esto ya lo sospechábamos desde un principio, sobre todo por el mayor nivel de autonomía del presidente Macri, que a diferencia de De la Rúa es también el presidente de su partido y si bien lidera una coalición, los demás partidos son socios con una participación menor a la que tenía el Frepaso en su momento (lo que le permitió a Macri colocar a una vicepresidenta de su propio partido y diseñar un gabinete a su medida). En su proceso de consolidación, Cambiemos nació como una coalición urbana de nivel socioeconómico medio y alto, muy anclada en la zona central del país, pero las elecciones de este año dejaron un mapa con mucho amarillo desde Santa Cruz hasta Salta y Jujuy. Se nacionalizó. Entonces, por un lado, tenemos una expansión geográfica desde las provincias centrales o metropolitanas hacia las periféricas (…) desde las generales de 2015 hasta las elecciones del domingo, Cambiemos creció en las provincias más grandes (16,5%; ver datos arriba, click para agrandar), las que lo llevaron al gobierno, pero creció más del doble en las provincias periféricas (37,4%), tradicionalmente peronistas (…). En síntesis, el Pro nació desde el centro del país, adoptando al electorado huérfano del radicalismo y llegó a la presidencia unificando al voto no peronista con la alianza Cambiemos”. En ese marco, haber captado al electorado huérfano del radicalismo y liderar desde el gobierno una coalición electoral exitosa le da al PRO una ventaja competitiva sobre la UCR, que pone en cuestión la supervivencia del sello más tradicional y hace crecer las chances de conformación de un polo de centroderecha más tradicional, como existe en otros países de la región.
Ya dijimos en el post anterior que Cambiemos y Unidad Ciudadana son dos polos antitéticos: el primero hace oposición al gobierno anterior desde el oficialismo (el antikirchnerismo es definitorio de su impronta), mientras que la segunda es, sin dudas, la principal oposición al oficialismo y actual gobierno. Eso deja a todos los dirigentes de la franja del medio en un “no lugar” electoralmente no rentable, como se vio este año. Todos los “opo-oficialistas”, es decir, los gobernadores y las figuras que no tienen resuelto cuál es su posicionamiento frente a Cambiemos (¿son opositores "racionales"? ¿son más opositores al gobierno anterior que al actual?), como Juan Urtubey, Juan Schiaretti y Sergio Massa, corrieron mala suerte en las urnas este año. Al contrario, aquellas figuras del espacio pan-justicialista que tienen una definición más nítida como opositores a Cambiemos (Gildo Insfrán, Alberto Rodríguez Saá, Lucía Corpacci, Sergio Uñac, Jorge Manzur, el recientemente fallecido Mario Das Neves, Carlos Verna), salieron airosas. Esto abre una ventana de oportunidad para que el tránsito hacia el 2019 consolide un polo opositor con mayor competitividad electoral que el actual, con base en Unidad Ciudadana pero expandiéndose hacia las referencias opositoras del espacio pan-justicialista (o hacia los segmentos electorales que ellas interpelan). Como planteó Juan Rodil, “Cristina Fernández parece haber lanzado su campaña de cara a 2019 en su discurso del 22 por la noche, en el que aseguró ser la principal oposición al gobierno y sugirió que esa oposición será ejercida desde su nueva fuerza, Unidad Ciudadana y no desde el Partido Justicialista”. Así, es muy probable que la apuesta de CFK sea la simétrica (espejada) respecto a la de Cambiemos: fidelizar a los electores que acompañaron a Unidad Ciudadana, sumar a aquellos del espacio filo-K y desde allí interpelar a los electores justicialistas “del medio”, potencialmente huérfanos de referencias o de candidatos en 2019 (ver la hipótesis Casullo del post anterior). De hecho, ya este año la ex presidenta le regaló el sello del justicialismo a Florencio Randazzo en PBA y aun así capitalizó claramente al mayor caudal de electores, pues percibió que buscaban una oposición nítida a Cambiemos (y no una moderada ni “opo-oficialista”). Es decir, la apuesta de CFK sería crecer hacia el PJ y los sectores medios (así como el PRO creció hacia los huérfanos del radicalismo y los sectores medios) y, con un sesgo de centroizquierda, enfrentar al polo con sesgo de centroderecha.
Si un sello nuevo (PRO/Cambiemos tiene chances de absorber a la UCR, ¿podría también un sello nuevo (Unidad Ciudadana) hacerlo con el PJ? Tratando de buscar pistas al respecto, volvemos a Casullo, que se asombra por la falta de presencia de una alternativa de centroizquierda, y apunta en eso una oportunidad para el peronismo. “El peronismo tiene muchos problemas pero una cuestión que lo favorece: no parece haber nadie por fuera de él que quiera encarnar una postura netamente opositora. Para mí la pregunta más interesante no es qué va a pasar con el peronismo, sino qué pasó o qué está pasando con los partidos ‘progresistas’. No se ve hoy que esté apareciendo una oposición a Cambiemos nucleada en alguno de los viejos partidos progresistas de clase media no peronistas, o de alguno nuevo. En el 2011 los políticos más votados luego de CFK fueron Binner y Ricardo Alfonsín, ambas figuras son irrelevantes hoy a nivel nacional. ¿Eso continuará así por siempre? ¿Será Unidad Ciudadana el germen de un nuevo Frepaso con una parte del peronismo y una parte de sectores de clase media y una dirigencia desperonizada? Como dijo Mao: es demasiado pronto para saberlo”.
miércoles, 15 de noviembre de 2017
Hacia el 2019: polarización simétrica o asimétrica
Los resultados electorales del 2017 marcan una polarización asimétrica, con Cambiemos como primera minoría electoral nacional en torno al 43% y Unidad Ciudadana y aliados en torno al 25%. Por fuera de estos dos polos, antitéticos entre sí, flotan el peronismo filo K (en torno al 5%) y el no K (alrededor del 8%) y el massismo (alrededor del 6%); por fuera de eso, queda un 3% de partidos provinciales y un 5% de fuerzas de izquierda. Con esa foto, de cara al 2019 la competitividad electoral del espacio pan-justicialista depende de las chances de unificar la principal fuerza opositora sumando al casi 20% de la “avenida del medio”, único expediente con el cual un frente amplio podría reunir un 44% capaz de disputar en una eventual segunda vuelta la presidencia con Cambiemos. Hoy, desde la política, tal reunificación parece una quimera: si bien Unidad Ciudadana podría, en una dinámica polarizadora, captar 5 puntos de electorado filo K para alcanzar el 30% y así evitar la victoria de Cambiemos en primera vuelta, se le haría cuesta arriba sumar el 13% que acumulan el justicialismo no K y el massismo (nuevamente: una dinámica polarizadora le permitiría captar una proporción de ese caudal, pero necesita del 100% para tener chances de vencer en un ballotage). Además, son inciertas sus chances de sumar votos de la izquierda o de partidos provinciales.
Desde un análisis fotográfico (y por tanto limitado) de la política, ese cuadro de situación derivaría en una polarización asimétrica favorable a Cambiemos de cara al turno electoral de 2019. Como matiz, se puede apuntar que lo que a veces no resuelve la política, lo resuelve la economía: el oficialismo pudo sortear las elecciones de este año con un buen trabajo sobre las expectativas y sobre la herencia recibida, pero para la elección de 2019 necesitará mostrar logros palpables en materia socioeconómica para revalidar sus pergaminos. Claramente, la apuesta de Unidad Ciudadana es que no podrá hacerlo, y que eso favorecerá una polarización más simétrica que haga competitiva las chances del polo opositor y de Unidad Ciudadana como base y principal articulador de ese frente. Traduciendo: CFK espera cosechar los votos de los electores del espacio pan-justicialista que aún no tiene de la mano de un fracaso oficialista, por más que los dirigentes justicialistas quieran jubilarla o bien no reconozcan su liderazgo como prenda de unificación opositora.
Recientemente, varios especialistas plantearon algunos elementos de análisis que aportan a este debate. El primero que tomaremos para ese post es María Casullo, quien plantea lo siguiente: “El peronismo enfrenta ahora un verdadero nudo gordiano: tiene una dirigente (CFK) que es la que mayor peso electoral tiene, pero por un lado aparece la cuestión de su techo electoral en una elección general, y por otro lado no es querida por un conjunto de dirigentes peronistas. Ahora bien, por el otro lado ninguno de esos dirigentes peronistas ha mostrado, hasta ahora, capacidad electoral por sí mismos”. Es lo que se vio en los resultados electorales de este año: los gobernadores y figuras del espacio pan-justicialista que apostaban a la “jubilación” de CFK perdieron en sus distritos (Juan Urtubey en Salta, Juan Schiaretti en Córdoba, Florencio Randazzo en Buenos Aires). Otro tanto les sucedió a figuras que aspiraban a renovar la oferta de la política desde una “tercera vía”, como Sergio Massa en PBA. Es decir, la grieta no sólo no se diluyó, sino que se reforzó, y terminó absorbiendo (es decir, diluyendo como referencias opositoras) precisamente a aquellos dirigentes que pretendían eludirla.
Eso dejó a la ex presidenta como la figura opositora más visible a nivel nacional y con el mayor caudal de votos en todo el país, pese a su derrota en octubre en PBA. En ese marco, Casullo plantea una hipótesis: “CFK podría decir públicamente ´no me presentaré en 2019´", pero es poco probable que lo haga. Si ella se presentara en el 2019, la pregunta es qué harán los demás. Es decir, ¿estará dispuesto el peronismo "no k" a ir a las elecciones del 2019 a sabiendas de que irá a perder? (…) Hoy la principal figura opositora nacional (guste ella o no guste ella) es Cristina, y con ella un sector del peronismo. ¿Podrá convocar a todo el peronismo? Probablemente no. He ahí el dilema. ¿Se llamará "peronismo" la oposición a Cambiemos? Tal vez no, pero deberá incluir al peronismo para ganar (como Cambiemos debió incluir para ganar a la UCR). Al mismo tiempo, el peronismo tiene muchos problemas pero una cuestión que lo favorece: no parece haber nadie por fuera de él que quiera encarnar una postura netamente opositora”. En esa hipótesis, las chances de una polarización más simétrica (es decir, que haga más competitiva a la principal alternativa opositora frente al oficialismo) podría verse beneficiada si el peronismo no K no tuviera candidato.
En el caso contrario, si lo tuviera, la situación volvería a ser de polarización asimétrica, y por lo tanto favorable a Cambiemos, como la actual: “hoy Macri es favorito para ser reelecto. En base a errores del contrario, méritos propios y a una cuestión estructural de la política argentina: que es que los oficialismos tienen mecanismos para cementar su coalición y fragmentar la de los demás (como hizo el kirchnerismo con éxito en 2007, 2011 y no pudo ya hacerlo en 2015)”, apunta Casullo. Es decir, en la medida en que Cambiemos pueda mantener una marca unificada en la mayoría de los distritos hasta el 2019 y un electorado alineado con esa marca frente a una oposición fragmentada y dispersa en sellos (ver cuadro arriba; click para agrandar) se refuerzan sus chances de victoria en el próximo turno electoral.
Desde un análisis fotográfico (y por tanto limitado) de la política, ese cuadro de situación derivaría en una polarización asimétrica favorable a Cambiemos de cara al turno electoral de 2019. Como matiz, se puede apuntar que lo que a veces no resuelve la política, lo resuelve la economía: el oficialismo pudo sortear las elecciones de este año con un buen trabajo sobre las expectativas y sobre la herencia recibida, pero para la elección de 2019 necesitará mostrar logros palpables en materia socioeconómica para revalidar sus pergaminos. Claramente, la apuesta de Unidad Ciudadana es que no podrá hacerlo, y que eso favorecerá una polarización más simétrica que haga competitiva las chances del polo opositor y de Unidad Ciudadana como base y principal articulador de ese frente. Traduciendo: CFK espera cosechar los votos de los electores del espacio pan-justicialista que aún no tiene de la mano de un fracaso oficialista, por más que los dirigentes justicialistas quieran jubilarla o bien no reconozcan su liderazgo como prenda de unificación opositora.
Recientemente, varios especialistas plantearon algunos elementos de análisis que aportan a este debate. El primero que tomaremos para ese post es María Casullo, quien plantea lo siguiente: “El peronismo enfrenta ahora un verdadero nudo gordiano: tiene una dirigente (CFK) que es la que mayor peso electoral tiene, pero por un lado aparece la cuestión de su techo electoral en una elección general, y por otro lado no es querida por un conjunto de dirigentes peronistas. Ahora bien, por el otro lado ninguno de esos dirigentes peronistas ha mostrado, hasta ahora, capacidad electoral por sí mismos”. Es lo que se vio en los resultados electorales de este año: los gobernadores y figuras del espacio pan-justicialista que apostaban a la “jubilación” de CFK perdieron en sus distritos (Juan Urtubey en Salta, Juan Schiaretti en Córdoba, Florencio Randazzo en Buenos Aires). Otro tanto les sucedió a figuras que aspiraban a renovar la oferta de la política desde una “tercera vía”, como Sergio Massa en PBA. Es decir, la grieta no sólo no se diluyó, sino que se reforzó, y terminó absorbiendo (es decir, diluyendo como referencias opositoras) precisamente a aquellos dirigentes que pretendían eludirla.
Eso dejó a la ex presidenta como la figura opositora más visible a nivel nacional y con el mayor caudal de votos en todo el país, pese a su derrota en octubre en PBA. En ese marco, Casullo plantea una hipótesis: “CFK podría decir públicamente ´no me presentaré en 2019´", pero es poco probable que lo haga. Si ella se presentara en el 2019, la pregunta es qué harán los demás. Es decir, ¿estará dispuesto el peronismo "no k" a ir a las elecciones del 2019 a sabiendas de que irá a perder? (…) Hoy la principal figura opositora nacional (guste ella o no guste ella) es Cristina, y con ella un sector del peronismo. ¿Podrá convocar a todo el peronismo? Probablemente no. He ahí el dilema. ¿Se llamará "peronismo" la oposición a Cambiemos? Tal vez no, pero deberá incluir al peronismo para ganar (como Cambiemos debió incluir para ganar a la UCR). Al mismo tiempo, el peronismo tiene muchos problemas pero una cuestión que lo favorece: no parece haber nadie por fuera de él que quiera encarnar una postura netamente opositora”. En esa hipótesis, las chances de una polarización más simétrica (es decir, que haga más competitiva a la principal alternativa opositora frente al oficialismo) podría verse beneficiada si el peronismo no K no tuviera candidato.
En el caso contrario, si lo tuviera, la situación volvería a ser de polarización asimétrica, y por lo tanto favorable a Cambiemos, como la actual: “hoy Macri es favorito para ser reelecto. En base a errores del contrario, méritos propios y a una cuestión estructural de la política argentina: que es que los oficialismos tienen mecanismos para cementar su coalición y fragmentar la de los demás (como hizo el kirchnerismo con éxito en 2007, 2011 y no pudo ya hacerlo en 2015)”, apunta Casullo. Es decir, en la medida en que Cambiemos pueda mantener una marca unificada en la mayoría de los distritos hasta el 2019 y un electorado alineado con esa marca frente a una oposición fragmentada y dispersa en sellos (ver cuadro arriba; click para agrandar) se refuerzan sus chances de victoria en el próximo turno electoral.
martes, 7 de noviembre de 2017
Posicionamientos de cara al 2019
De nuestro análisis del Mito 3 en el post anterior se desprenden algunas claves que es preciso remarcar 1) los resultados del 22-O confirman que hay segmentos electorales que eligen votar al oficialismo, y que quienes eligen votar a la oposición tienden a decantarse por alternativas opositoras nítidas (como Unidad Ciudadana y sus aliados) y menos por opositores “blandos”. De ahí que a las posiciones del tipo “terceras vías” no les fue bien en las elecciones.
Los ejemplos más claros de ese problema de posicionamiento lo ilustran las derrotas sufridas por el gobernador de Salta, Juan Urtubey (su lista perdió ante Cambiemos por casi 7 puntos porcentuales), el cordobés Juan Schiaretti (su lista perdió ante Cambiemos por casi 18 puntos porcentuales) y el entrerriano Gustavo Bordet (su lista perdió ante Cambiemos por casi 15 puntos porcentuales). Tampoco les fue bien a otras figuras que no se recortan claramente como nítidamente opositoras ni como nítidamente oficialistas: Martín Lousteau en CABA (tercero en CABA, detrás del oficialismo y del kirchnerismo) y Sergio Massa (tercero en provincia de Buenos Aires, también detrás del oficialismo y del kirchnerismo). Así, surge una paradoja: precisamente las figuras que trataron de eludir “la grieta” fueron “fagocitadas” por la misma. En sentido contrario, los gobernadores que se pararon como opositores a Cambiemos (algunos de ellos, además, aliados de CFK) salieron airosos: los Rodríguez Saá en San Luis (por casi 13 puntos porcentuales en senadores, dando vuelta el resultado de las PASO) y Gildo Insfrán en Formosa (casi 26 puntos porcentuales) Sergio Uñac en San Juan (por 22 puntos porcentuales), Carlos Verna en La Pampa (por apenas 0,3 puntos porcentuales, dando vuelta al resultado de las PASO), Juan Manzur en Tucumán (por 14 puntos porcentuales) y el recientemente fallecido Mario Das Neves en Chubut (por 2 puntos porcentuales, también dando vuelta el resultado de las PASO) y Lucía Corpacci en Catamarca (por 6 puntos porcentuales). Así, decíamos: a mayor funcionalidad y cercanía política con Cambiemos, más chances de perder las elecciones frente a Cambiemos.
En ese marco, dentro del espacio pan-justicialista asoman diferentes polos de poder: a) por un lado, Unidad Ciudadana, que cuenta con el segundo mayor caudal de votos a nivel país por detrás de Cambiemos (36,6% contra 41,0% considerando el tramo de senadores nacionales; ver datos arriba, click para agrandar) y con el mayor nivel de implantación territorial dentro de la oposición b) el de los gobernadores cuyas listas salieron triunfantes de las elecciones de este año, donde conviven referentes aliados a CFK (como los Rodríguez Saá e Insfrán), otros cercanos a CFK (como Corpacci), otros equidistantes (Uñac, Manzur) y otros no K (Verna); c) el de los gobernadores anti-K, que apuestan claramente a retirar a CFK de la escena política, pero resultaron golpeados en estas elecciones (Urtubey y Schiaretti). Al análisis de esta segmentación también puede aportar la mirada del politólogo y consultor Julio Burdman. Según él, los gobernadores “no piensan en hacer una ´oposición firme´, como pidió Cristina en su discurso de la medianoche del domingo 22-O, y tampoco piensan en 2019. En todo caso, el rol que podrán tener en una renovación del peronismo a nivel nacional será después que terminen sus ciclos. Solo piensan en 2019 aquellos que ya cumplieron sus ciclos de gestión. Como Urtubey, que ya no tiene reelección, o Massa. O una Cristina Kirchner, aún joven, quien busca volver al llano para poder volver (…) Los gobernadores, mientras tanto, necesitan llevarse bien con el Presidente, que es quien firma sus cheques. Y quieren que al Presidente le vaya bien, porque sus ciclos están sincronizados. Estos gobernadores peronistas van a ayudar a Mauricio Macri a gobernar. Como los gobernadores radicales ayudaron a Kirchner. Como los gobernadores peronistas ayudaron a Menem”.
Desde esta perspectiva, más allá de los vaivenes electorales que encontraron a algunos victoriosos y a otros perdedores, la gobernabilidad asoma como un contrato de beneficio mutuo entre esas figuras y la del presidente Macri, lo cual tiene implicancias de cara las inciertas chances de reunificación del espacio pan-justicialista como alternativa opositora de cara al 2019. Asimismo, en una línea similar a la de nuestro análisis del mito 3, Burdman apunta: “en las últimas semanas han circulado algunos discursos que le atribuyen, desde el peronismo, culpas a la ex Presidenta por esa falta de liderazgo unificador del peronismo. Discursos contradictorios, de diván. Porque el quiebre no está dentro del electorado peronista, sino entre las demandas de ese electorado y las responsabilidades de los peronistas que tienen que gobernar (…) Tras el 42% nacional que logró Cambiemos en las elecciones legislativas, la única forma de que surja un liderazgo peronista unificador sería el advenimiento de un líder revolucionario. Es decir, de alguien que se levante contra las reglas del régimen político. Y nadie está pensando en eso. Cristina no lo es: solo está construyendo una candidatura presidencial futura”. Desde esa perspectiva, habiendo ganado la PASO en PBA y aun perdiendo en la general de octubre, CFK logró claramente su objetivo: a poco más de una semana de las elecciones de medio término que confirmaron la victoria del oficialismo en su condición de principal fuerza y primera minoría electoral a nivel nacional, un estudio de opinión pública ubicó a Cristina Fernández de Kirchner y Unidad Ciudadana como la oposición más seria y fuerte de la provincia de Buenos Aires, el distrito electoral más gravitante del país. El relevamiento realizado por DAlessio IROL/Berensztein apenas concluidos los comicios legislativos arrojó que la mitad de los entrevistados cree que la senadora electa será la líder política de la oposición. Así, un 29% cree que será referente del arco opositor por fuera del Partido Justicialista, es decir por Unidad Ciudadana, mientras que un 16% estima que será la referente nacional del PJ; apenas un 5% le cierra las puertas de la provincia y señala que sólo será la referente del PJ bonaerense.
Los ejemplos más claros de ese problema de posicionamiento lo ilustran las derrotas sufridas por el gobernador de Salta, Juan Urtubey (su lista perdió ante Cambiemos por casi 7 puntos porcentuales), el cordobés Juan Schiaretti (su lista perdió ante Cambiemos por casi 18 puntos porcentuales) y el entrerriano Gustavo Bordet (su lista perdió ante Cambiemos por casi 15 puntos porcentuales). Tampoco les fue bien a otras figuras que no se recortan claramente como nítidamente opositoras ni como nítidamente oficialistas: Martín Lousteau en CABA (tercero en CABA, detrás del oficialismo y del kirchnerismo) y Sergio Massa (tercero en provincia de Buenos Aires, también detrás del oficialismo y del kirchnerismo). Así, surge una paradoja: precisamente las figuras que trataron de eludir “la grieta” fueron “fagocitadas” por la misma. En sentido contrario, los gobernadores que se pararon como opositores a Cambiemos (algunos de ellos, además, aliados de CFK) salieron airosos: los Rodríguez Saá en San Luis (por casi 13 puntos porcentuales en senadores, dando vuelta el resultado de las PASO) y Gildo Insfrán en Formosa (casi 26 puntos porcentuales) Sergio Uñac en San Juan (por 22 puntos porcentuales), Carlos Verna en La Pampa (por apenas 0,3 puntos porcentuales, dando vuelta al resultado de las PASO), Juan Manzur en Tucumán (por 14 puntos porcentuales) y el recientemente fallecido Mario Das Neves en Chubut (por 2 puntos porcentuales, también dando vuelta el resultado de las PASO) y Lucía Corpacci en Catamarca (por 6 puntos porcentuales). Así, decíamos: a mayor funcionalidad y cercanía política con Cambiemos, más chances de perder las elecciones frente a Cambiemos.
En ese marco, dentro del espacio pan-justicialista asoman diferentes polos de poder: a) por un lado, Unidad Ciudadana, que cuenta con el segundo mayor caudal de votos a nivel país por detrás de Cambiemos (36,6% contra 41,0% considerando el tramo de senadores nacionales; ver datos arriba, click para agrandar) y con el mayor nivel de implantación territorial dentro de la oposición b) el de los gobernadores cuyas listas salieron triunfantes de las elecciones de este año, donde conviven referentes aliados a CFK (como los Rodríguez Saá e Insfrán), otros cercanos a CFK (como Corpacci), otros equidistantes (Uñac, Manzur) y otros no K (Verna); c) el de los gobernadores anti-K, que apuestan claramente a retirar a CFK de la escena política, pero resultaron golpeados en estas elecciones (Urtubey y Schiaretti). Al análisis de esta segmentación también puede aportar la mirada del politólogo y consultor Julio Burdman. Según él, los gobernadores “no piensan en hacer una ´oposición firme´, como pidió Cristina en su discurso de la medianoche del domingo 22-O, y tampoco piensan en 2019. En todo caso, el rol que podrán tener en una renovación del peronismo a nivel nacional será después que terminen sus ciclos. Solo piensan en 2019 aquellos que ya cumplieron sus ciclos de gestión. Como Urtubey, que ya no tiene reelección, o Massa. O una Cristina Kirchner, aún joven, quien busca volver al llano para poder volver (…) Los gobernadores, mientras tanto, necesitan llevarse bien con el Presidente, que es quien firma sus cheques. Y quieren que al Presidente le vaya bien, porque sus ciclos están sincronizados. Estos gobernadores peronistas van a ayudar a Mauricio Macri a gobernar. Como los gobernadores radicales ayudaron a Kirchner. Como los gobernadores peronistas ayudaron a Menem”.
Desde esta perspectiva, más allá de los vaivenes electorales que encontraron a algunos victoriosos y a otros perdedores, la gobernabilidad asoma como un contrato de beneficio mutuo entre esas figuras y la del presidente Macri, lo cual tiene implicancias de cara las inciertas chances de reunificación del espacio pan-justicialista como alternativa opositora de cara al 2019. Asimismo, en una línea similar a la de nuestro análisis del mito 3, Burdman apunta: “en las últimas semanas han circulado algunos discursos que le atribuyen, desde el peronismo, culpas a la ex Presidenta por esa falta de liderazgo unificador del peronismo. Discursos contradictorios, de diván. Porque el quiebre no está dentro del electorado peronista, sino entre las demandas de ese electorado y las responsabilidades de los peronistas que tienen que gobernar (…) Tras el 42% nacional que logró Cambiemos en las elecciones legislativas, la única forma de que surja un liderazgo peronista unificador sería el advenimiento de un líder revolucionario. Es decir, de alguien que se levante contra las reglas del régimen político. Y nadie está pensando en eso. Cristina no lo es: solo está construyendo una candidatura presidencial futura”. Desde esa perspectiva, habiendo ganado la PASO en PBA y aun perdiendo en la general de octubre, CFK logró claramente su objetivo: a poco más de una semana de las elecciones de medio término que confirmaron la victoria del oficialismo en su condición de principal fuerza y primera minoría electoral a nivel nacional, un estudio de opinión pública ubicó a Cristina Fernández de Kirchner y Unidad Ciudadana como la oposición más seria y fuerte de la provincia de Buenos Aires, el distrito electoral más gravitante del país. El relevamiento realizado por DAlessio IROL/Berensztein apenas concluidos los comicios legislativos arrojó que la mitad de los entrevistados cree que la senadora electa será la líder política de la oposición. Así, un 29% cree que será referente del arco opositor por fuera del Partido Justicialista, es decir por Unidad Ciudadana, mientras que un 16% estima que será la referente nacional del PJ; apenas un 5% le cierra las puertas de la provincia y señala que sólo será la referente del PJ bonaerense.
miércoles, 1 de noviembre de 2017
Derribando mitos del proceso electoral 2017
Dedicaremos este post a analizar “mitos” de este proceso electoral y a derribarlos o, más modestamente, problematizarlos y plantear objeciones a ciertas afirmaciones que se han vertido sobre el resultado de las primarias y las generales de este año, basándonos en datos y análisis. Veamos:
Mito 1. "El ciclo de Cristina está terminado". Datos y análisis: la fuerza liderada por la ex presidenta, el kirchnerismo (ahora con nuevo sello) es la segunda minoría electoral a nivel nacional por detrás de Cambiemos (24,4%, contra 42,8%). Cuenta con 6.325.801 votos en todo el país y un amplio nivel de implantación territorial nacional, ya que presentó listas en Capital Federal (CABA), provincia de Buenos Aires (PBA), Catamarca, Chubut, Córdoba, Misiones, Neuquén, Río Negro, Salta, Santa Cruz, Santa Fe y Tierra del Fuego (ver cuadro arriba; click para agrandar). Así, en 12 de 25 distritos se presenta con sello propio, y en dos de ellos ganó las elecciones en esa condición: Río Negro y Tierra del Fuego. Asimismo, integra los frentes que resultaron vencedores en San Luis y Formosa. Para matizar nuestro argumento, podríamos conceder que el deseo de “jubilar” a CFK de la política sí es palpable en muchas de las figuras del PJ, pero se trata de un deseo difícil de respaldar en datos (lo que no quiere decir que no termine sucediendo dentro de los avatares de la política).
Mito 2. "Cristina viene en debacle". Datos y análisis: la fuerza liderada por CFK mejoró el 22-O sus números en el conurbano bonaerense respecto a su performance en las primarias del 13-A y también mejoró los resultados en toda la provincia de Buenos Aires (3.491.136 votos) con respecto a sus registros del 2013 (2.900.494 votos) y el 2015 (3.419.041): En sentido contrario, el massismo, que se planteaba como la alternativa renovadora, no sólo fue superado ampliamente por CFK, sino que este año (1.061.207 votos) sufrió un franco declive respecto a sus resultados del 2013 (3.943.056 votos) y 2015 (2.062.610). La performance de la ex presidenta también fue muy superior a la de Florencio Randazzo, otra figura que se planteaba como alternativa: lo supera en una proporción 7/1 (Cumplir alcanzó 497.409 votos en provincia de Buenos Aires). Por otra parte, como adelantamos en el punto anterior, ni Massa ni Randazzo (y lo mismo podría decirse de los gobernadores anti-K) tienen un nivel de implantación territorial capaz de competir con la ex presidenta. Al contrario de lo que se dice, la fuerza de CFK no está conurbanizada o acotada a PBA (si bien es cierto que el 55% de sus votos los recogió en esa provincia). En cambio, sí está acotada al conurbano la del massismo, puesto que el 73% de sus votos salieron de la PBA, con una débil presencia en los demás distritos en los que se presentó: en CABA, Corrientes, Jujuy, Neuquén, San Juan, Santa Fe y Santiago del Estero obtuvo resultados muy magros.
Mito 3. "Cristina es funcional a Cambiemos". Datos y análisis: esa afirmación es moneda común entre los referentes del PJ anti K y no K. Por el contrario, los resultados del 22-O confirman que hay segmentos electorales que eligen votar al oficialismo, y que quienes eligen votar a la oposición tienden a decantarse por alternativas opositoras nítidas (como Unidad Ciudadana y sus aliados) y menos por opositores “blandos”. De hecho, el gobernador de Salta, Juan Urtubey, uno de los referentes del espacio pan-justicialista que se autopostulaba como presidenciable para el 2019 y apostaba sus fichas a una “jubilación temprana” de CFK, lo admitió esta semana: “muchos pagamos el costo político de acompañar al Gobierno". Todos los gobernadores y referentes del espacio pan-justicialista “amigables” con el gobierno nacional perdieron las elecciones 2017 de manera abultada: el ya mencionado Juan Urtubey (por 6,78 puntos porcentuales), el cordobés Juan Schiaretti (17,95 puntos porcentuales), el entrerriano Gustavo Bordet (por 14,99 puntos porcentuales). Por el contrario, aquellos gobernadores que son nítidos opositores a Cambiemos y aliados de CFK ganaron: los Rodríguez Saá en San Luis (por 12,45 puntos porcentuales en senadores, dando vuelta el resultado de las PASO) y Gildo Insfrán en Formosa (por 25,76 puntos porcentuales). También ganaron aquellos que tienen al kirchnerismo integrado dentro de sus frentes, sin ser abiertamente aliados de CFK, como Sergio Uñac en San Juan (por 22,13 puntos porcentuales). Asimismo, resultaron ganadores los gobernadores que son tanto anti-Macri como anti-CFK: es el caso de Carlos Verna en La Pampa (que ganó por apenas 0,28 puntos porcentuales, dando vuelta al resultado de las PASO) y el recientemente fallecido Mario Das Neves en Chubut (por 2,08 puntos porcentuales, también dando vuelta el resultado de las PASO). Por su parte, también se impuso por 6,03 puntos porcentuales la lista del gobierno de Catamarca, políticamente más cercana al kirchnerismo (aunque este presentó lista propia) que a Cambiemos. En síntesis, si hubiera una regla, es esta: a mayor funcionalidad y cercanía política con Cambiemos dentro del espacio opositor, más chances de perder las elecciones frente al oficialismo, y por lo tanto diluirse como alternativa opositora. Esta regla también aplica a Sergio Massa, opositor moderado que fue superado ampliamente por CFK, opositora nítida, en PBA.
Mito 4. "Cambiemos se impuso a Cristina porque tiene un discurso más joven que ella". Datos y análisis: aunque es cierto que la estrategia comunicacional de Cambiemos tiene ese perfil, no hay una correspondencia de ella con el voto. De hecho, todas las encuestas previas al 22-O mostraban con claridad que en provincia de Buenos Aires la intención de voto a Cambiemos era más alta en los segmentos etarios de adultos y adultos mayores, y la de CFK era más alta en los segmentos de jóvenes y adultos jóvenes (ver datos de Synopsis debajo; click para agrandar). De paso, esta fue la consultora que más se acercó al resultado del 22-O: dijo que la diferencia iba a ser de 4,2%, con 42% para el oficialismo y 37,8% para Unidad Ciudadana (fue 41,38% a 37,25%). Esto también sugiere que la carrera política de CFK tiene una vitalidad que contradice los intentos de “jubilarla” que exteriorizan los referentes del PJ anti-K y no K. Por otro lado, esta tendencia también se detecta a nivel nacional: como apuntó correctamente José Natanson, el voto a Cambiemos “tiene un claro componente de clase, con un sesgo a los sectores de mayor poder adquisitivo, y etario, con un respaldo nítido entre los mayores”.
Mito 1. "El ciclo de Cristina está terminado". Datos y análisis: la fuerza liderada por la ex presidenta, el kirchnerismo (ahora con nuevo sello) es la segunda minoría electoral a nivel nacional por detrás de Cambiemos (24,4%, contra 42,8%). Cuenta con 6.325.801 votos en todo el país y un amplio nivel de implantación territorial nacional, ya que presentó listas en Capital Federal (CABA), provincia de Buenos Aires (PBA), Catamarca, Chubut, Córdoba, Misiones, Neuquén, Río Negro, Salta, Santa Cruz, Santa Fe y Tierra del Fuego (ver cuadro arriba; click para agrandar). Así, en 12 de 25 distritos se presenta con sello propio, y en dos de ellos ganó las elecciones en esa condición: Río Negro y Tierra del Fuego. Asimismo, integra los frentes que resultaron vencedores en San Luis y Formosa. Para matizar nuestro argumento, podríamos conceder que el deseo de “jubilar” a CFK de la política sí es palpable en muchas de las figuras del PJ, pero se trata de un deseo difícil de respaldar en datos (lo que no quiere decir que no termine sucediendo dentro de los avatares de la política).
Mito 2. "Cristina viene en debacle". Datos y análisis: la fuerza liderada por CFK mejoró el 22-O sus números en el conurbano bonaerense respecto a su performance en las primarias del 13-A y también mejoró los resultados en toda la provincia de Buenos Aires (3.491.136 votos) con respecto a sus registros del 2013 (2.900.494 votos) y el 2015 (3.419.041): En sentido contrario, el massismo, que se planteaba como la alternativa renovadora, no sólo fue superado ampliamente por CFK, sino que este año (1.061.207 votos) sufrió un franco declive respecto a sus resultados del 2013 (3.943.056 votos) y 2015 (2.062.610). La performance de la ex presidenta también fue muy superior a la de Florencio Randazzo, otra figura que se planteaba como alternativa: lo supera en una proporción 7/1 (Cumplir alcanzó 497.409 votos en provincia de Buenos Aires). Por otra parte, como adelantamos en el punto anterior, ni Massa ni Randazzo (y lo mismo podría decirse de los gobernadores anti-K) tienen un nivel de implantación territorial capaz de competir con la ex presidenta. Al contrario de lo que se dice, la fuerza de CFK no está conurbanizada o acotada a PBA (si bien es cierto que el 55% de sus votos los recogió en esa provincia). En cambio, sí está acotada al conurbano la del massismo, puesto que el 73% de sus votos salieron de la PBA, con una débil presencia en los demás distritos en los que se presentó: en CABA, Corrientes, Jujuy, Neuquén, San Juan, Santa Fe y Santiago del Estero obtuvo resultados muy magros.
Mito 3. "Cristina es funcional a Cambiemos". Datos y análisis: esa afirmación es moneda común entre los referentes del PJ anti K y no K. Por el contrario, los resultados del 22-O confirman que hay segmentos electorales que eligen votar al oficialismo, y que quienes eligen votar a la oposición tienden a decantarse por alternativas opositoras nítidas (como Unidad Ciudadana y sus aliados) y menos por opositores “blandos”. De hecho, el gobernador de Salta, Juan Urtubey, uno de los referentes del espacio pan-justicialista que se autopostulaba como presidenciable para el 2019 y apostaba sus fichas a una “jubilación temprana” de CFK, lo admitió esta semana: “muchos pagamos el costo político de acompañar al Gobierno". Todos los gobernadores y referentes del espacio pan-justicialista “amigables” con el gobierno nacional perdieron las elecciones 2017 de manera abultada: el ya mencionado Juan Urtubey (por 6,78 puntos porcentuales), el cordobés Juan Schiaretti (17,95 puntos porcentuales), el entrerriano Gustavo Bordet (por 14,99 puntos porcentuales). Por el contrario, aquellos gobernadores que son nítidos opositores a Cambiemos y aliados de CFK ganaron: los Rodríguez Saá en San Luis (por 12,45 puntos porcentuales en senadores, dando vuelta el resultado de las PASO) y Gildo Insfrán en Formosa (por 25,76 puntos porcentuales). También ganaron aquellos que tienen al kirchnerismo integrado dentro de sus frentes, sin ser abiertamente aliados de CFK, como Sergio Uñac en San Juan (por 22,13 puntos porcentuales). Asimismo, resultaron ganadores los gobernadores que son tanto anti-Macri como anti-CFK: es el caso de Carlos Verna en La Pampa (que ganó por apenas 0,28 puntos porcentuales, dando vuelta al resultado de las PASO) y el recientemente fallecido Mario Das Neves en Chubut (por 2,08 puntos porcentuales, también dando vuelta el resultado de las PASO). Por su parte, también se impuso por 6,03 puntos porcentuales la lista del gobierno de Catamarca, políticamente más cercana al kirchnerismo (aunque este presentó lista propia) que a Cambiemos. En síntesis, si hubiera una regla, es esta: a mayor funcionalidad y cercanía política con Cambiemos dentro del espacio opositor, más chances de perder las elecciones frente al oficialismo, y por lo tanto diluirse como alternativa opositora. Esta regla también aplica a Sergio Massa, opositor moderado que fue superado ampliamente por CFK, opositora nítida, en PBA.
Mito 4. "Cambiemos se impuso a Cristina porque tiene un discurso más joven que ella". Datos y análisis: aunque es cierto que la estrategia comunicacional de Cambiemos tiene ese perfil, no hay una correspondencia de ella con el voto. De hecho, todas las encuestas previas al 22-O mostraban con claridad que en provincia de Buenos Aires la intención de voto a Cambiemos era más alta en los segmentos etarios de adultos y adultos mayores, y la de CFK era más alta en los segmentos de jóvenes y adultos jóvenes (ver datos de Synopsis debajo; click para agrandar). De paso, esta fue la consultora que más se acercó al resultado del 22-O: dijo que la diferencia iba a ser de 4,2%, con 42% para el oficialismo y 37,8% para Unidad Ciudadana (fue 41,38% a 37,25%). Esto también sugiere que la carrera política de CFK tiene una vitalidad que contradice los intentos de “jubilarla” que exteriorizan los referentes del PJ anti-K y no K. Por otro lado, esta tendencia también se detecta a nivel nacional: como apuntó correctamente José Natanson, el voto a Cambiemos “tiene un claro componente de clase, con un sesgo a los sectores de mayor poder adquisitivo, y etario, con un respaldo nítido entre los mayores”.
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