Con esos recursos, el kirchnerismo acaba de celebrar 10 años de gobierno, un logro no menor dado el contexto de partida. Para eso apostó fuerte, confirmando una tradición del peronismo a fortalecer el hiperpresidencialismo. Fue el recurso para gobernar un país “que tiene una crisis política que ya dura más de una década, que ha hecho desaparecer la vida partidaria, en donde han gobernado dos presidentes que habían perdido las elecciones en voto popular -Eduardo Duhalde completó el mandato de Fernando de la Rúa, quien le había ganado las elecciones; Kirchner perdió con Menem- y en donde los candidatos se eligen a dedo desde el vértice del poder en lugar de surgir de la base”, como lo expresó en su momento Ignacio Zuleta desde Ámbito.
La experiencia del kirchnerismo en el poder también se apoyó en la designación de una nueva Corte Suprema, en la ampliación de derechos, en el apoyo a la nulidad de las leyes de amnistía (indultos y obediencia debida) y los reclamos de las organizaciones de víctimas del terrorismo de Estado, el impulso al matrimonio igualitario y el combate a la represión y otras formas de violencia. En ese marco, tanto como en el de la reconstrucción de la autoridad presidencial, la década K ha sido de fortalecimiento institucional.
Por otro lado, la década K también se caracteriza por una impronta populista que, con frecuencia, se traduce en jugar el límite de la institucionalidad e incluso en la erosión de otras instituciones necesarias (entre ellos, organismos de control), un rasgo que no sólo caracterizó a las primeras presidencias de Perón sino que hace al clima de época en diversas latitudes. Zuleta lo expresó así: “la opción preferencial por el populismo ha convertido a la dirigencia política en grandes caminadores de cornisa. Entienden que la inutilidad de las instituciones los fuerza a desarrollar formas de relación con el público por encima de mediadores clásicos -congresos, jueces, periodistas, organizaciones de la sociedad civil-. Eso ocurre en estas costas tercermundistas, pero también en los países desarrollados, cuyos mandatarios están obligados a enfrentar crisis descomunales que los obligan a gobernar al límite de la legalidad, según la teoría que desarrolló el secretario del Tesoro de Barack Obama, Tim Geithner (…) El concepto de gobernar en el límite de la legalidad lo justificó este funcionario como la herramienta clave para que su Gobierno enfrentase las consecuencias de la crisis financiera que estalló en 2008 y que se tramitó con estatizaciones de empresas que fueron denunciadas como aberraciones socialistas en la cuna del capitalismo contemporáneo. El recurso a gobernar por encima de las organizaciones de la sociedad civil parece, en el calor de la pelea, la búsqueda de abrigo en el público, dueño de la soberanía popular, contra los mestureros -lobbistas, empresarios, políticos de la vieja política, etc.- que sólo defienden sus intereses (…) Gobernar en esas condiciones es un alarde de fuerza inevitable, pero también exhibe una debilidad, no sólo de las instituciones, sino también de los dirigentes a los que esas instituciones deberían proteger”.
Este aspecto del kirchnerismo nos conduce a otro, sustancial también para interpretar esta década: en el prólogo de su libro "Kamikazes, los mejores peores años de la Argentina", Reynaldo Sietecase señala que, desde el año 2003, tanto Néstor como Cristina Kirchner eligieron ejercer el poder en base a la confrontación. “Por esa razón la década kirchnerista puede ser narrada también en base a sus peleas. Los militares, la oposición, las entidades del campo, el grupo Clarín, un sector de la Justicia y Hugo Moyano, son apenas algunos nombres de batallas que permanecen con resultado abierto”. Es otro válido y posible balance de la década K, que incluso amerita una lectura del proceso político que recupere algunos elementos planteados por Ernesto Laclau respecto a los conceptos de hegemonía y antagonismo: “una fuerza social particular asume la representación de una totalidad (…) El concepto de hegemonía supone un campo teórico dominado por la categoría de articulación y antagonismo (...) “Es sólo a través de la negatividad, de la división y el antagonismo que una formación puede constituirse como horizonte totalizante. No puede haber política radical sin la identificación de un adversario”.