La perplejidad que causaron los sucesos
de las últimas semanas en Córdoba y el país es la misma que se
observó en procesos sociales similares acontecidos en otros países. Brasil,
hace apenas 6 meses, sorprendió a analistas sociales, políticos y dirigentes cuando
manifestaciones que comenzaron reuniendo a unos pocos cientos de personas
convocadas a través de las redes sociales en rechazo al aumento del boleto de
transporte de San Pablo devinieron en episodios de violencia urbana que rápidamente
el poder estigmatizó como “fruto de la acción de vándalos” (sugestivamente, lo
mismo que sucedió en nuestra provincia y en el país).
Los manifestantes enfrentaron a la policía y
sufrieron una dura represión en la megalópolis del país vecino. También hubo
serios incidentes en urbes como Río de Janeiro, Salvador, Porto Alegre, Maceió,
Fortaleza, Belén, Vitória, Curitiba, Belo Horizonte y Brasilia. En ese proceso,
el movimiento escaló desde las consignas iniciales contra los incrementos del
precio y la mala calidad del transporte hacia demandas y reclamos más de fondo
que apuntaron a un mejor sistema de salud, a una educación más calificada y a
las críticas contra una creciente inflación que erosionaba un salario mínimo
estancado. A ese contexto se sumó el malestar por lo que se entendía como despilfarro
de fondos en los grandes eventos deportivos que albergará Brasil en 2014
(Mundial de Fútbol) y 2016 (Olimpíadas).
Sin embargo, lo que se presentaba como
una protesta legítima se salió de cauce cuando grupos radicalizados atacaron
edificios públicos: una minoría violenta protagonizó virulentos enfrentamientos
con la policía, además de saqueos, hogueras en las calles y actos de vandalismo.
En Brasilia, un grupo de manifestantes
intentó incendiar el palacio de Itamaraty, sede del ministerio de Relaciones
Exteriores. El Planalto, sede del gobierno, también fue objeto de asedio. Esa
radicalización de las protestas llevó al grupo Passe Livre (el que inició la
revuelta contra una suba del boleto del transporte) a desactivar el movimiento,
cuando (según algunos de sus voceros) comprobaron que sectores de derecha con
discurso antipolítica estaban dominando la escena, al tiempo que integrantes
del izquierdista Partido Socialismo
y Libertad (PSOL, un ala disidente del
gobernante Partido de los Trabajadores) denunciaron el accionar agresivo de bandas fascistas.
El “milagro brasileño” hizo olvidar por
un tiempo la persistencia de problemas estructurales y el hecho de que la
Policía de ese país es una de las más corruptas y violentas de América Latina. Ese
fue un dato clave, dado que la brutalidad policial fue el factor que hizo que
protestas que nacieron reuniendo unos pocos miles de personas en demanda de
pasajes de colectivo más baratos se transformaran en manifestaciones de
centenares de miles. Así, el conflicto, acotado y sectorial en su origen, se politizó
y masificó. Lo mismo sucedió hace pocos
meses en Turquía, donde la violenta represión de las fuerzas de seguridad a una
marcha contra una obra en un parque de Estambul generó una protesta nacional
que puso en jaque al gobierno turco.
Del mismo modo que la irrupción de
masas disconformes en las calles de Brasil fue considerado un fruto tanto de
las logros como de los déficits de la última década (demandas emergentes de nueva
escala en poblaciones que mejoraron en el terreno de las necesidades básicas
desde la llegada de Lula al poder), los saqueos y episodios de violencia urbana
en nuestro país echan luz sobre los progresos y materias pendientes más allá de
la celebración de 30 años de democracia ininterrumpida. Si hasta hubo saqueos
en Chile después de un fenómeno natural como un tsunami (suceso desprovisto de
toda connotación política), ¿hay que sorprenderse tanto de que se hayan dado
aquí? Como marcó Carlos Schilling, a quien ya citamos en la entrada anterior, “en contra de quienes han calificado de irracionales
a los protagonistas de estos hechos, podría aplicarse la llamada teoría de la
acción racional, que supone que el individuo tiende a maximizar sus beneficios.
Es decir, quiere ganar mucho a bajo costo. Dadas las condiciones en que se
hallaba la ciudad de Córdoba el martes por la noche y ayer por la madrugada, lo
más racional, lo menos costoso, era dedicarse a robar. No había control
policial, era fácil confundirse con la turba y uno podía suponer que, dada la
magnitud de los disturbios, no iba a recibir ningún castigo en el futuro”.
Si es atinada la lectura sociológica de que los sujetos son interpelados por el consumo en el sistema en que vivimos, el analista está obligado a que la indignación que genera (con razón), el espectáculo del saqueo ceda paso a explorar herramientas de interpretación del fenómeno, más allá de que en Brasil la protesta degeneró a partir de la participación de minorías radicalizadas dentro de un movimiento de protesta ciudadana, mientras que en nuestro país el origen del fenómeno es el efecto contagio detonado a partir del oportunismo creado por la situación de defección policial.
Si es atinada la lectura sociológica de que los sujetos son interpelados por el consumo en el sistema en que vivimos, el analista está obligado a que la indignación que genera (con razón), el espectáculo del saqueo ceda paso a explorar herramientas de interpretación del fenómeno, más allá de que en Brasil la protesta degeneró a partir de la participación de minorías radicalizadas dentro de un movimiento de protesta ciudadana, mientras que en nuestro país el origen del fenómeno es el efecto contagio detonado a partir del oportunismo creado por la situación de defección policial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario