miércoles, 18 de noviembre de 2015

El ritmo cardíaco de la opinión pública: implicancias para el 22-N (1)

La clave de la estadística aplicada a las ciencias sociales (el área que nos compete como cientistas sociales, ya que esa disciplina también aplica a otras ciencias) es la premisa de que, pese a la irregularidad del comportamiento individual, los resultados promedio tienden a registrar una cierta regularidad, a la que se  conoce como ´regularidad estadística´, según Franco Murat. La regularidad observada empíricamente (en los hechos) puede ser de tipo estadístico, y entonces el modelo matemático deberá tener en cuenta lo esencial en ese tipo de regularidad, y si el modelo elegido logra una confiabilidad suficientemente alta, puede ser utilizado para describir, analizar y en ocasiones prever el fenómeno en cuestión.

Sin embargo, también las oscilaciones son pertinentes. Veamos un ejemplo: la diástole es el período en el que el corazón se relaja después de una contracción, llamado período de sístole, en preparación para el llenado con sangre circulatoria. Conscientes de que la analogía orgánica es epistemológicamente problemática, la sostengamos de todos modos a efectos puramente ilustrativos: en el ballotage se enfrentan dos tendencias centrales, continuidad versus cambio (aunque no es el único clivaje, por supuesto; también hay uno personalizado, es decir, Scioli versus Macri, K vs anti K, peronismo versus antiperonismo, etc). Está muy claro que Daniel Scioli no es una continuidad “pura”, pero representa mucho más la continuidad que el cambio; del mismo modo, Mauricio Macri no es cambio puro (sobre todo desde su ajuste discursivo posterior al ballotage porteño en referencia a que mantendría las medidas del gobierno nacional que cuentan con aprobación mayoritaria), pero representa mucho más el cambio que la continuidad. Una encuesta del consultor Carlos Fara concluida el martes previo a la elección del 25-O en AMBA (área metropolitana de Buenos Aires, es decir, no una muestra nacional) arroja el gráfico que vemos arriba (click para agrandar): la línea roja es la tendencia al cambio, y la azul a la continuidad. Como vemos, hay oscilaciones más que una regularidad: sístole versus diástole, aunque esa misma oscilación puede ser considerada una regularidad en sí misma. Escribe al respecto Fara: “1. La tendencia de cambio – continuidad que había oscilado desde abril, volvía a expandirse la brecha claramente a favor del cambio; 2. El presidenciable más rechazado dejaba de ser Macri y pasaba a ser Scioli, a diferencia de la mayoría de la serie histórica; y 3. En una opción de hierro entre elegir a Scioli o a cualquier otro, la tendencia dejaba de estar empatada y se beneficiaban las opciones opositoras por primera vez desde que comenzó a efectuar la pregunta en julio”.

Las implicancias de estos movimientos son demoledoras para la capacidad de pronosticar; si toda encuesta, como sabemos, es una foto, este movimiento de curvas que se acercan y se alejan implica, ni más ni menos, que el resultado de la elección depende, en última instancia, del momento en el que estén esas curvas en el día de la votación: si la de cambio se despega de la de continuidad favorece a Macri, si la distancia se estrecha favorece a Scioli. Como sabemos por experiencia propia en diversas encuestas en boca de urna, cerca de un 20% de los electores define su voto ese mismo día, porcentaje que claramente puede volcar una elección. Sería esperable que en el ballotage, la tercera instancia de la elección presidencial, ese porcentaje fuera un poco más bajo, dado que el elector ya pasó por el 9-A (primarias) y el 25-O (primera vuelta). Pero, aunque fuera un porcentaje menor, puede resultar decisivo. El analista político Sergio Berensztein destaca la importancia de un grupo singular de electores, a los que se denomina swing voters: “se trata de un pequeño sector de votantes cambiantes, que suelen modificar su decisión a lo largo del proceso electoral, incluso varias veces. No están indecisos, sino que van cambiando su posición y la van alterando a lo largo del proceso electoral. En la últimas semanas, la pueden modificar una o dos veces, sobre todo cuando hay dos opciones. Es un ciudadano bastante informado, pero que no está convencido por ninguno de los dos. Puede cambiar su posición sin que le genere ningún tipo de conflicto, porque no tienen ideas políticas muy fuertes ni están involucrados en algún partido. Con que el 6% del electorado esté dudando, puede modificar la elección. Cuando hay dos opciones, si un votante opta por un candidato, el otro pierde dos sufragios. Si 6% está metido en esta dinámica, la diferencia puede ser de 10 o 12 puntos.  Por eso hay que ser muy prudente en definir este proceso como 'partido liquidado”

El otro punto clave de cara al 22-N (y que articula con el planteo anterior) es la incidencia de la afluencia electoral. El resultado del 25-O se explica por el incremento de 8,5 puntos de concurrencia electoral respecto a las primarias (de 72,4% a 80,9%), ya que los tres candidatos del podio sumaron votos con respecto al 9 de agosto, pero Macri sumó muchos más que Scioli y Massa (1.800.000 votos, contra 600.000 y 740.000, respectivamente). La hipótesis más asentada es que, ante la percepción de que Scioli tenía chances de ganar en primera vuelta (el 9-A lo dejó a menos de 2 puntos del umbral del 40% necesario y a 8 puntos del frente opositor más votado), esa masa electoral se volcó al “mejor segundo” de las primarias (Macri), para forzar el ballotage. A partir de esto, la elección cambia, porque quedan liberados más de 7 millones de votos que se inclinaron por Sergio Massa, Margarita Stolbizer, Nicolás del Caño o Adolfo Rodríguez Saá, cuya característica central es que le no votaron a Scioli ni a  Macri no una, sino dos veces: el 9-A y el 25-O. Si esos electores simplemente no fueran a votar, la concurrencia el 22-N bajaría drásticamente y Scioli ganaría por unos 700.000 votos de diferencia sobre Macri. Como es poco esperable que 7 millones de electores se abstengan de participar, el punto es en qué proporciones se inclinan por Scioli y por Macri (de eso se tratan las encuestas y proyecciones que analizamos hasta el pasado lunes). 

Si dos veces esos electores NO eligieron a Scioli ni a Macri, pero ahora están forzados a optar entre ellos (adviértase que elegir no es lo mismo que optar), es legítimo pensar que votarán más “en rechazo a” que “a favor de”. O sea, el candidato que les genere el NO más grande será el que no voten, y el otro vendrá por descarte. Si ambos les merecen idéntico rechazo, entonces es probable que no concurran a votar o voten en blanco. En este caso, cabría esperar una cierta caída de la concurrencia por debajo del 80,9% que vimos el 25-O. Sin embargo, hay una hipótesis contraria. Según el especialista Gonzalo Sarasqueta, la politización extrema posterior a la primera vuelta favorece una mayor concurrencia: “la espuma polarizante subirá y la participación electoral promete superar su récord de 1983, año en que alcanzó el 85,61%”. Si Sarasqueta acierta y se supera esa participación, tenemos 5 puntos electorales que podrían sumarse, una masa de más de 1.500.000 votos, más que suficiente para romper cualquier pronóstico o proyección.

2 comentarios:

  1. Muy buen análisis!!! Felicitaciones por la entrada.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias por tu comentario, Nicolás, saludos! (como médico, supongo que ganó atractivo para vos por la analogía :)

    ResponderEliminar