Sin duda, la pandemia del Covid-19 es un evento disruptivo que marcará a las generaciones atravesadas por esta coyuntura inédita: hay que remontarse a 1918 para encontrar un fenómeno similar, pues las "pandemias" recientes de las últimas décadas no logran acercarse a la del coronavirus en sus efectos sanitarios ni socioeconómicos a nivel global, regional o local. Como todo cambio respecto de las condiciones definidas como "normalidad", esto genera resistencia y malestar; sin embargo, esos malestares y esas resistencias no son iguales para todos los grupos sociales. Existen varias encuestas que aportan evidencia empírica respecto a la "conciencia de pandemia" y cómo ella influye en la adaptación al cambio, mientras que en los grupos en los que esa conciencia de pandemia no aparece o es débil es mayor el proceso de sufrimiento, pesa más el malestar y sobreviene lo que Jacques Lacan llamaba la "vacilación fantasmal", es decir, lo que deriva de la caída o corrimiento de una fantasía negadora. Esa reacción está en la base de muchos de los discursos anticuarentena que circulan socialmente y que se ponen de manifiesto en esas marchas. Una de las primeras mediciones al respecto fue realizada por CELAG en abril, el único mes pleno de cuarentena estricta en sentido técnico en nuestro país: en ese estudio, el 70,4% había asimilado ya que el mundo no volvería a ser igual después del Covid-19, mientras que casi un 28% creía que la pandemia pasaría y podría volver a la normalidad (gráfico arriba, click para agrandar).
Luego de esa medición, la consultora RTD relevó algo similar a fines de mayo: el 64% se identificó con la opinión de que los cambios llegaron para quedarse, mientras que el 30% creía que todo volvería a la normalidad; 6% no sabe (gráfico arriba; click para agrandar). Dato político clave: entre quienes aprueban a Alberto Fernández el 71% cree que los cambios llegaron para quedarse, vs 24% que abraza la idea de que todo volverá a la normalidad, mientras que entre quienes desaprueban a Fernández la mitad muestra aceptación pero un 42% resiste el cambio (8% no sabe). De ahí que haya una matriz claramente antigobierno en los sectores anticuarentena. Paradójicamente en términos de semántica, el núcleo duro de Juntos por el Cambio es el que más resiste el cambio y el que más lo sufre en términos psicosociales, ya que no han podido asimilar que lo que se define como "normalidad" es una construcción y, como tal, puede ser barrida ante la irrupción de un fenómeno como la pandemia. Ese núcleo es la base de los discursos anticuarentena, negadores del coronavirus, antigobierno, delirantes y violentos que se expresan en las variopintas marchas convocadas con esa inspiración, que aglutinan a "libertarios" y nostálgicos de las pasadas dictaduras. En algunas expresiones públicas del fenómeno, el fanatismo por causas tan variadas como el terraplanismo, las tesis conspiranoicas y el movimiento antivacunas conviven con la queja por la cantidad de contagios y fallecidos al mismo tiempo que el pedido de menos restricciones a la movilidad, lo que revela serios fallos cognitivos. En síntesis, hay una base emocional, la más de las veces antiperonista y/o antikirchnerista, que es lo que le da sentido a estas expresiones, más que una lógica argumental: el sustrato de esa base es la doble "herida narcisista que se produjo en el proceso electoral del 2019. El resultado de las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) de agosto (49,49% para el Frente de Todos vs 32,94% para Juntos por el Cambio) asestó un duro golpe a los electores que habían "comprado" el discurso de paridad que vendió el sistema de medios aliado al gobierno anterior; luego, la campaña del macrismo entusiasmó a esos mismos electores con la consigna "se puede dar vuelta", que tampoco se verificó en la realidad. Aunque sí logró achicar la brecha (la elección general de octubre arrojó 48,24% para Fernández vs 40,28% para Macri), la nueva frustración supuso otro impacto para esos electores, dando inicio al relato del 41% que no es tal (dado que 40,28% está más cerca de 40% que de 41%, pero se sabe que las apelaciones emocionales no se llevan bien con la estadística electoral). En el fondo, hay en los negadores de la pandemia, en los sectores anticuarentena y antigobierno una negación del resultado electoral de 2019, una negación del pasado que impregna su negación del presente y del cambio.
Por su parte, en junio pasado la consultora OhPanel midió las percepciones respecto a cuánto dejaría de ser el Covid-19 un tema de preocupación: como se puede ver en la serie longitudinal, conforme pasaron las semanas las mayor cantidad de respuestas se agruparon en después de octubre de 2020, con septiembre de 2020 en segundo término (gráfico arriba, click para agrandar). Habida cuenta de que septiembre acaba de comenzar y que la pandemia está alcanzando las cifras más altas de contagios desde que comenzó en marzo en nuestro país (y con serios rebrotes en Europa), es más que probable que estas expectativas se hayan quedado cortas y que las tendencias sigan modificándose en el tiempo.
Finalmente, en julio pasado la consultora especializada en consumo Kantar también midió los conceptos de aceptación/resistencia al cambio: para el 64%, es decir casi 2 de cada 3, la vida postpandemia cambiará (17% piensa que por completo y 47% piensa que bastante). Por otro lado, un 36% se resiste al cambio (25% cree que el cambio será poco y un núcleo duro del 11% cree que no cambiará nada; podemos considerar que a ese segmento como "carne de diván", para apelar a una metáfora pregnante). La mirada respecto a los contenidos de los cambios no está clara aún, dado que para la sociedad el 65% cree que no serán ni positivos ni negativos, mientras que el 55% dice lo mismo respecto a los cambios para su vida personal (gráfico arriba, click para agrandar). En el resto, los que esperan cambios positivos para la sociedad o para la vida personal superan a los pesimistas.
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