Planteábamos en la entrada anterior que los guarismos reportados por Poliarquía e Isonomía se desvían de las tendencias longitudinales que veníamos detectando hacia arriba (sobreestimando el aval al presidente Macri), mientras que la de UNSAM se desvía en el sentido contrario (hipostasiando el nivel de criticidad). Por ello, concluíamos que las encuestas de Aresco y Haime se ubicaban como más consistentes respecto del análisis agregado que venimos haciendo, estadísticamente más cercanas a la media de las mediciones revisadas: la consultora de Aurelio cifraba la imagen positiva de la gestión Macri en el 48%, contra un 47% de negativa, mientras que Hugo Haime estimaba que la imagen positiva del actual gobierno viene oscilaba entre el 45% y el 47%. Como puede advertirse, la diferencia entre esas mediciones no es estadísticamente significativa, lo que constituye otro elemento que apuntala su consistencia. De todos modos, dejábamos abierta la posibilidad de que una nueva serie de mediciones ayudara a calibrar si nuestra interpretación estaba bien orientada.
En este marco, la más reciente medición de la consultora Analogías (que dirige la socióloga Analía del Franco) tiende a confirmar el acierto de nuestra valoración. Según Del Franco, la imagen de Mauricio Macri presenta similares valoraciones positivas y negativas y estabilidad respecto de la medición de mayo pasado. Esto es, 48,3% lo valora favorablemente y 50,2% lo hace negativamente. Hay un diferencial negativo de 1,9 puntos porcentuales, apenas mayor que el que arroja el estudio de Aresco (1 punto) pero menor al diferencial negativo que vimos en el último estudio del CEOP (7,4 puntos porcentuales). En síntesis, el estudio de Del Franco arroja un empate técnico en términos estadísticos entre la valoración favorable y la desfavorable. Sin embargo, vale la pena destacar que en el Gran Buenos Aires la valoración positiva presidencial desciende a 44,6% (tema que tocaremos en próximas entradas), mientras que sube a 53,9% en el interior provincial. En conjunto, estas mediciones convergentes arrojan un panorama donde alrededor de la mitad acompaña a la gestión, en tanto que otro tanto la cuestiona, reeditando así un panorama similar al que arrojó el ballotage presidencial del 22-N, donde Cambiemos se impuso con 51,3% contra 48,6% del FPV.
Este fin de semana, el consultor Rosendo Fraga planteó que en la coyuntura se insinúa un punto de inflexión. “La protesta contra el aumento de tarifas del 14 de julio muestra que el Gobierno ha comenzado a perder apoyo en su propia base electoral. La segunda vuelta de la elección presidencial puso en evidencia un país dividido políticamente en dos mitades –la diferencia fue de sólo 2,6– pero también en términos sociales. Resulta claro que la mitad que votó por Mauricio Macri era de clase media y alta, y la mitad que lo hizo por Daniel Scioli, de clase media baja y baja”. Tomemos este análisis como si fuera lineal (Fraga es un consultor de experiencia, por lo cual de seguro no lo es), sólo a los efectos de simplificar la lectura y examinar las implicancias del análisis subsiguiente que hace Fraga. Según la más reciente actualización del Nivel Socioeconómico Argentino (NSE) de la Asociación Argentina de Marketing (AAM), la sumatoria de la clase alta y media alta a nivel nacional alcanza el 23,3%, mientras que la suma de la clase media baja, baja y marginal alcanza el 45,4%. En este análisis extremo (implicaría una alineación del voto por segmento social, en la línea de la tradición sociológica de Columbia, inaplicable de manera esquemática), para llegar al 48,6% del FPV el 22-N, apenas 3,2 puntos porcentuales del 30,8% que tiene la clase media habrían votado al FPV, mientras que el 27,6% restante se habría inclinado por Cambiemos.
Si en lugar de tomar las magnitudes de la AAM nos inclinamos por las de Delfos a fines de 2015, en las cuales la sumatoria de las clases baja y marginal da 50% y las de la media, media alta y alta otro 50%, entonces implicaría que 1,3 puntos porcentuales de la clase baja habría optado por el candidato de Cambiemos en lugar de Scioli. En cualquier caso, aunque como advertimos el análisis peca de excesivamente lineal, es un ensayo interesante de cara a la interpretación con la que Fraga completa su planteo: “Durante el primer cuatrimestre, los costos del sinceramiento económico recayeron más sobre los votantes de Scioli, siendo la inflación la causa más relevante de ello. En cambio en el tercer bimestre, con el aumento de tarifas, el costo se concentró más en los votantes de Macri, dado que en los sectores de menores ingresos se pagan menos tarifas o no se pagan. La protesta contra el aumento de tarifas se realizó cuando Macri cumplió siete meses en el gobierno. No es una expresión de malestar tan relevante, si se tiene en cuenta que la inflación de los últimos 12 meses es de 42 por ciento y el país lleva tres trimestres seguidos en recesión. Pero es relevante, por tener lugar en el inicio de un gobierno, cuando la disposición y tolerancia de la sociedad siempre es mayor”.
Concepto acuñado por el filósofo inglés Joseph Glanvill, el clima de opinión nos rodea. Existen ciencias para medirlo, pero también hay lugar para lo inesperado, tal como el aleteo de una mariposa en Pekín puede desatar un huracán en México que contraríe el pronóstico del tiempo. Este blog de tendencias de opinión pública e influencia social pretende aportar elementos al "sensor cuasiestadístico" con que sondeamos el ambiente y ser un foro para intercambiar puntos de vista.
miércoles, 27 de julio de 2016
lunes, 25 de julio de 2016
De las mediciones a las mediaciones (1)
Decíamos en la entrada anterior que mientras en los últimos días habían aparecido diversos estudios con datos contrapuestos, era pertinente completar nuestra serie de posts dedicados a destacar las tendencias profundas en las que hay convergencia por debajo de los vaivenes de la coyuntura. Se impone ahora revisar esos datos a los que nos referíamos para tratar de identificar líneas interpretativas en torno a las tendencias, siempre con el afán de detectar movimientos profundos por debajo de los vaivenes de la coyuntura. Veamos: según encuestas nacionales de las consultoras Poliarquía e Isonomía citadas en La Nación recientemente, a poco más de 7 meses de gobierno, la aprobación a la gestión de Mauricio Macri subió del 56% ciento en mayo pasado al 60% en junio, a la vez que la imagen negativa bajó 5 puntos porcentuales, del 43% al 38%, mientras que la mirada positiva del presidente Mauricio Macri permanece en el orden del 50%. La medición de Isonomía, por caso, ubica a Macri con un 63% de aceptación. Según el director de Isonomía, Pablo Knopoff, “Macri se ancla en el futuro y en variables como la herencia y en que las opciones muy distintas a este gobierno es la pasada administración, que el electorado decidió cambiar”. Es decir, según estos estudios, el acompañamiento al oficialismo es elevado y se ubica unos 10 puntos por encima del umbral del 50% (lo que llamamos la “zona crítica de Morris) y en un orden de magnitud por encima del caudal electoral obtenido por Cambiemos en el ballotage del 22-N (51,34%). No obstante, hay que remarcar que se trata de mediciones de aprobación y no de imagen.
Un panorama muy distinto es el que surge del más reciente estudio nacional de la Universidad de San Martín (UNSAM). De acuerdo a ese relevamiento, concluido el 26 de junio, la imagen positiva de la gestión de Cambiemos es del 32,7%, contra una negativa del 46,1% (un 19,9% no lo califica como bueno ni malo, en tanto que 1,5% no responde o no sabe qué contestar). Aquí, el acompamiento retrocede a un orden de magnitud incluso por debajo del caudal obtenido por Macri en la primera vuelta (34%), en tanto que la imagen negativa está cerca del orden de magnitud que logró el candidato del FPV, Daniel Scioli, en el ballotage (48,6%). Sin embargo, como vemos, se trata de una medición de imagen, no de aprobación. Un panorama menos crítico es el que surge de las últimas mediciones de imagen de Aresco y de Hugo Haime. Según el estudio de la consultora fundada por Julio Aurelio, a fines de junio la imagen positiva de la gestión Macri alcanzaba el 48%, contra un 47% de negativa. En este caso, se registra un empate técnico entre ambas dimensiones. Con todo, Federico Aurelio evaluó como un “signo de fortaleza” que Macri, después de “todas las medidas de ajuste que fue tomando, siga teniendo estos puntos”. Sin embargo, el consultor planteó que esa fortaleza “no es eterna”, pues existe un 40% que le da unos seis meses de plazo para que la economía empiece a mostrar signos de mejoría, mientras un 30% lo extiende hasta dentro de un año.
En una sintonía similar, el consultor Hugo Haime consideró que este “es un gobierno de expectativas, hay un 50% de la gente que le está dando tiempo y todavía tiene expectativas positivas (…) y hay que sumarle la corrupción del kirchnerismo, que hace que no siga cayendo”. En su caso, la imagen del actual gobierno viene oscilando entre el 45% y el 47%, pero sube al 55% si se pregunta sólo por la imagen de Macri. Finalmente, según un sondeo de Management and Fit, el diferencial de imagen positiva de Macri es de 8,6 puntos; vale la pena destacar que la tabla en cuestión se construye a partir de la diferencia entre la imagen positiva (muy buena + buena) menos la imagen negativa (mala), da tal suerte que, cuanto más alto da el resultado, mejor les va a los evaluados. Una perlita de interpretación: cuando Clarín publicó estos datos, editorializó la nota destacando que dos ex funcionarios kirchneristas (Julio De Vido y Aníbal Fernández) son los peores rankeados, y no hizo ninguna mención al hecho, políticamente mucho más relevante, de que Macri perdió 20 puntos de diferencial respecto de enero y de que, según M&F, tiene menos diferencial a favor que otras figuras de Cambiemos, espacio que tácitamente lidera por su carácter de presidente (por caso, Horacio Rodríguez Larreta tiene un diferencial de 10,6, Elisa Carrió de 16,3 y María Eugenia Vidal de 23,6; ver datos arriba, click para agrandar).
Consideramos necesario leer las mediciones a través de mediaciones, jugando con el doble sentido que encierra esta palabra: en tanto que mecanismo de resolución de conflictos (en este caso, entre datos que aparecen como contrastantes) y en el sentido comunicacional del término, referido a que en toda interpretación intervienen mediaciones. En nuestro caso, la principal mediación es el marco de marco de referencia con el que trabajamos en el blog y nuestra premisa analítica central: por debajo de los vaivenes de la coyuntura que captan las encuestas en su carácter de fotos de un momento, hay tendencias y movimientos profundos que les subyacen. Una ponderación de estas 6 mediciones (que, en rigor, no miden las mismas variables: unas hacen foco en la aprobación, otras en la imagen) dentro del proceso de análisis de encuestas que venimos haciendo permite concluir que los guarismos reportados por Poliarquía e Isonomía se desvían de las tendencias longitudinales que veníamos detectando hacia arriba (es decir, probablemente estén sobreestimando el aval al presidente Macri), mientras que la de UNSAM se desvía en el sentido contrario, es decir, probablemente esté hipostasiando el nivel de criticidad. En este marco, las encuestas de Aresco, Haime y, con matices, M&F, se ubican como más consistentes respecto del análisis agregado que venimos haciendo (estadísticamente más cercanas a la media de las mediciones revisadas). No obstante, la nueva serie de mediciones que seguramente veremos en los próximas días puede ayudarnos a ajustar mejor la interpretación.
Un panorama muy distinto es el que surge del más reciente estudio nacional de la Universidad de San Martín (UNSAM). De acuerdo a ese relevamiento, concluido el 26 de junio, la imagen positiva de la gestión de Cambiemos es del 32,7%, contra una negativa del 46,1% (un 19,9% no lo califica como bueno ni malo, en tanto que 1,5% no responde o no sabe qué contestar). Aquí, el acompamiento retrocede a un orden de magnitud incluso por debajo del caudal obtenido por Macri en la primera vuelta (34%), en tanto que la imagen negativa está cerca del orden de magnitud que logró el candidato del FPV, Daniel Scioli, en el ballotage (48,6%). Sin embargo, como vemos, se trata de una medición de imagen, no de aprobación. Un panorama menos crítico es el que surge de las últimas mediciones de imagen de Aresco y de Hugo Haime. Según el estudio de la consultora fundada por Julio Aurelio, a fines de junio la imagen positiva de la gestión Macri alcanzaba el 48%, contra un 47% de negativa. En este caso, se registra un empate técnico entre ambas dimensiones. Con todo, Federico Aurelio evaluó como un “signo de fortaleza” que Macri, después de “todas las medidas de ajuste que fue tomando, siga teniendo estos puntos”. Sin embargo, el consultor planteó que esa fortaleza “no es eterna”, pues existe un 40% que le da unos seis meses de plazo para que la economía empiece a mostrar signos de mejoría, mientras un 30% lo extiende hasta dentro de un año.
En una sintonía similar, el consultor Hugo Haime consideró que este “es un gobierno de expectativas, hay un 50% de la gente que le está dando tiempo y todavía tiene expectativas positivas (…) y hay que sumarle la corrupción del kirchnerismo, que hace que no siga cayendo”. En su caso, la imagen del actual gobierno viene oscilando entre el 45% y el 47%, pero sube al 55% si se pregunta sólo por la imagen de Macri. Finalmente, según un sondeo de Management and Fit, el diferencial de imagen positiva de Macri es de 8,6 puntos; vale la pena destacar que la tabla en cuestión se construye a partir de la diferencia entre la imagen positiva (muy buena + buena) menos la imagen negativa (mala), da tal suerte que, cuanto más alto da el resultado, mejor les va a los evaluados. Una perlita de interpretación: cuando Clarín publicó estos datos, editorializó la nota destacando que dos ex funcionarios kirchneristas (Julio De Vido y Aníbal Fernández) son los peores rankeados, y no hizo ninguna mención al hecho, políticamente mucho más relevante, de que Macri perdió 20 puntos de diferencial respecto de enero y de que, según M&F, tiene menos diferencial a favor que otras figuras de Cambiemos, espacio que tácitamente lidera por su carácter de presidente (por caso, Horacio Rodríguez Larreta tiene un diferencial de 10,6, Elisa Carrió de 16,3 y María Eugenia Vidal de 23,6; ver datos arriba, click para agrandar).
Consideramos necesario leer las mediciones a través de mediaciones, jugando con el doble sentido que encierra esta palabra: en tanto que mecanismo de resolución de conflictos (en este caso, entre datos que aparecen como contrastantes) y en el sentido comunicacional del término, referido a que en toda interpretación intervienen mediaciones. En nuestro caso, la principal mediación es el marco de marco de referencia con el que trabajamos en el blog y nuestra premisa analítica central: por debajo de los vaivenes de la coyuntura que captan las encuestas en su carácter de fotos de un momento, hay tendencias y movimientos profundos que les subyacen. Una ponderación de estas 6 mediciones (que, en rigor, no miden las mismas variables: unas hacen foco en la aprobación, otras en la imagen) dentro del proceso de análisis de encuestas que venimos haciendo permite concluir que los guarismos reportados por Poliarquía e Isonomía se desvían de las tendencias longitudinales que veníamos detectando hacia arriba (es decir, probablemente estén sobreestimando el aval al presidente Macri), mientras que la de UNSAM se desvía en el sentido contrario, es decir, probablemente esté hipostasiando el nivel de criticidad. En este marco, las encuestas de Aresco, Haime y, con matices, M&F, se ubican como más consistentes respecto del análisis agregado que venimos haciendo (estadísticamente más cercanas a la media de las mediciones revisadas). No obstante, la nueva serie de mediciones que seguramente veremos en los próximas días puede ayudarnos a ajustar mejor la interpretación.
miércoles, 20 de julio de 2016
Lo que atraviesa las encuestas (3)
Mientras en los últimos días aparecieron diversos estudios con datos contrapuestos, completamos nuestra serie de posts dedicados a destacar las tendencias profundas en las que hay convergencia por debajo de los vaivenes de la coyuntura. Cerrábamos la entrada anterior destacando el sesgo clasista, en el sentido de que diversas mediciones consolidan que el perfil perceptivo del actual gobierno es que favorece más a la clase alta que a la media y baja: la primer consultora en marcar esto fue Ibarómetro en fecha temprana (febrero de 2016), y su serie longitudinal de mediciones arroja que esa percepción creció mientras avanzó la gestión de Cambiemos, hasta llegar al 59,4% en junio pasado, en tanto que para el CEOP en julio esa percepción alcanza el 60,6% (diferencia de 1,2 puntos porcentuales que es estadísticamente significativa). Para Carlos Fara, la percepción sobre para quién gobierna Macri se traduce en un 50%, por lo que se puede concluir que todas las mediciones conciden en marcar ese sesgo de clase alta. Lo mismo se obtiene cuando se miden estas percepciones en distritos clave como es el caso de nuestra provincia: según un estudio de Gustavo Córdoba y Asociados de junio pasado, para el 43% las políticas y el modo de pensar de Mauricio Macri favorecen a quienes más tienen, un 16,3% interpreta que favorecen a la clase media, sólo un 5,8% cree que benefician más a quienes menos tienen, 22,7% cree que favorecen a todos por igual, 2,7% que no favorecen a ningún sector y 9,6% no sabe.
También hay convergencia en otros datos clave. Veamos: según el estudio citado de Ipsos/San Andrés, si se tratara de un examen el Gobierno aprobaría con lo justo. Una puntuación promedio de 4,8 fue el resultado que obtuvo en una encuesta sobre "cómo marchan las cosas en el país", basada en una escala del 1 a 10. Aunque la escala es diferente, su equivalencia aritmética con una escala del 1 al 100 ratifica que la presidencia de Mauricio Macri se ubica un poco por debajo del umbral del 50% que hemos denominado como “zona crítica de Morris”, dato en lo que convergen diversos estudios. Quienes más satisfechos están con las riendas que toma el país son los de mediana edad. El rango comprendido entre los 25 y 34, brindaron un puntaje de 4,9, aunque los más jóvenes (de 16 a 24) y los más grandes (de 45 a 55) indicaron un puntaje casi igual (4,8). Los más disconformes, con 4,6, serían las personas entre 35 y 44 años.
Respecto a las áreas de política pública, el sondeo remarca que aquellas en la que la gente está más satisfecha son relaciones exteriores y promoción del turismo (ambas en el podio con 5,3 puntos). Ciencia y Tecnología, gestión de Medios de Comunicación y relación con las provincias y los gobernadores son ejes que también lograron cruzar los 5 puntos. Mientras tanto los temas con menor satisfacción popular fueron Economía (4,2); Empleo (4,0) y Seguridad (3,9). Un panorama similar, aunque más crítico, es el que arroja el último estudio nacional del consultor Carlos Fara, según el cual el Gobierno sólo es aprobado en lucha contra la corrupción y política exterior; el resto de los ítems son mal evaluados (es decir, con calificaciones favorables por debajo de la mitad de la escala, 5 de 10 o 50 de 100).
En tanto, la encuesta del CEOP que citamos también indagó la perspectiva a futuro; ahí subsiste la polarización que se plasmó en el ballotage del 22-N. Cuando se le pregunta a la gente si las cosas van a mejorar en su casa, casi la mitad dice que sí y la otra casi mitad dice que no (48,1% y 47,4%; ver datos arriba, click para agrandar). En tren de expectativas, Macri cuenta aún con cierto crédito en el sentido de que un segmento de la opinión pública dice que no hay más remedio, que las medidas que se adoptan son dolorosas, pero que las cosas van a mejorar. El estudio de Carlos Fara arroja guarismos parecidos (aunque un tanto más desfavorables) cuando mide la expectativa no a nivel micro como el CEOP, sino a nivel macro: un 50 % cree que el país va por el camino equivocado, frente al 45 % que piensa que va por el lado correcto, y también confirma que el presente se evalúa con pesimismo, como CEOP había anticipado ya hace un tiempo: sólo el 26% tiene sentimientos positivos sobre la situación del país, contra un 70% que posee un ánimo negativo.
También hay convergencia en otros datos clave. Veamos: según el estudio citado de Ipsos/San Andrés, si se tratara de un examen el Gobierno aprobaría con lo justo. Una puntuación promedio de 4,8 fue el resultado que obtuvo en una encuesta sobre "cómo marchan las cosas en el país", basada en una escala del 1 a 10. Aunque la escala es diferente, su equivalencia aritmética con una escala del 1 al 100 ratifica que la presidencia de Mauricio Macri se ubica un poco por debajo del umbral del 50% que hemos denominado como “zona crítica de Morris”, dato en lo que convergen diversos estudios. Quienes más satisfechos están con las riendas que toma el país son los de mediana edad. El rango comprendido entre los 25 y 34, brindaron un puntaje de 4,9, aunque los más jóvenes (de 16 a 24) y los más grandes (de 45 a 55) indicaron un puntaje casi igual (4,8). Los más disconformes, con 4,6, serían las personas entre 35 y 44 años.
Respecto a las áreas de política pública, el sondeo remarca que aquellas en la que la gente está más satisfecha son relaciones exteriores y promoción del turismo (ambas en el podio con 5,3 puntos). Ciencia y Tecnología, gestión de Medios de Comunicación y relación con las provincias y los gobernadores son ejes que también lograron cruzar los 5 puntos. Mientras tanto los temas con menor satisfacción popular fueron Economía (4,2); Empleo (4,0) y Seguridad (3,9). Un panorama similar, aunque más crítico, es el que arroja el último estudio nacional del consultor Carlos Fara, según el cual el Gobierno sólo es aprobado en lucha contra la corrupción y política exterior; el resto de los ítems son mal evaluados (es decir, con calificaciones favorables por debajo de la mitad de la escala, 5 de 10 o 50 de 100).
En tanto, la encuesta del CEOP que citamos también indagó la perspectiva a futuro; ahí subsiste la polarización que se plasmó en el ballotage del 22-N. Cuando se le pregunta a la gente si las cosas van a mejorar en su casa, casi la mitad dice que sí y la otra casi mitad dice que no (48,1% y 47,4%; ver datos arriba, click para agrandar). En tren de expectativas, Macri cuenta aún con cierto crédito en el sentido de que un segmento de la opinión pública dice que no hay más remedio, que las medidas que se adoptan son dolorosas, pero que las cosas van a mejorar. El estudio de Carlos Fara arroja guarismos parecidos (aunque un tanto más desfavorables) cuando mide la expectativa no a nivel micro como el CEOP, sino a nivel macro: un 50 % cree que el país va por el camino equivocado, frente al 45 % que piensa que va por el lado correcto, y también confirma que el presente se evalúa con pesimismo, como CEOP había anticipado ya hace un tiempo: sólo el 26% tiene sentimientos positivos sobre la situación del país, contra un 70% que posee un ánimo negativo.
miércoles, 13 de julio de 2016
Lo que atraviesa las encuestas (2)
Planteábamos en el post anterior que había una sensible diferencia en el terreno de la valoración desfavorable entre las mediciones de Ipsos-San Andrés y la del CEOP: en el primer caso, la desaprobación alcanzaba el 33% neto, mientras que la encuesta de CEOP trepaba hasta el 51,3%. En un caso, el gobierno tiene un saldo a favor de 14 puntos porcentuales (diferencia entre 47% de aprueba y 33% de desaprueba, brecha estadísticamente significativa), lo que habla de un acompañamiento (o, al menos, de tolerancia) importante. En cambio, en el segundo tiene 7,4 puntos porcentuales en contra (diferencia entre 43,9% de imagen positiva y 51,3% de negativa, también una diferencia estadísticamente significativa) lo que marca un desgaste mucho mayor y un malestar ya expreso en más de la mitad del total de electores a nivel nacional.
En este punto, se impone retomar nuestro planteo inicial en el sentido de distinguir aquellos datos que tienen que ver con lo que las encuestas captan a nivel de superficie de los movimientos que obedecen a tendencias más profundas en el tiempo. En este marco, es posible apreciar que, si bien las mediciones del CEOP están entre las que vienen mostrando datos más desfavorables al actual gobierno, con respecto al estudio anterior se advierte un amesetamiento del malestar, dado que en junio la imagen negativa era del 53,2%, contra una positiva del 45,1%. O sea, las calificaciones favorables y las desfavorables no registraron variaciones estadísticamente significativas en el último mes.
Surge de la última medición del CEOP otro dato que es relevante en orden a captar las tendencias más profundas de la opinión pública, más allá de los vaivenes coyunturales. Según la encuesta, 60,6% de los argentinos en condiciones de votar cree que el sector más beneficiado por la presidencia de Mauricio Macri es la clase alta; apenas 10,8% cree que la principal beneficiada es la clase media, y un escaso 5,6% cree que es la clase baja. Un 15,5% se decanta por la respuesta “todos por igual”, y un 7,9% no sabe o no responde (ver datos arriba; click para agrandar). Esta impronta de que Macri encabeza una administración a favor de las clases más acomodadas parece asentarse, e incluso una parte de los que opinan bien del presidente sostiene lo mismo. El dato es clave en la medida en que esa óptica atraviesa evaluaciones de otras áreas de gestión, como el aumento de tarifas, la caída del salario real, el crecimiento de los despidos y la suba de precios en la carne y el resto de los alimentos. “Una de las principales críticas que se han escuchado en estos últimos meses es que se gobierna para los ricos. Mucho se habló al respecto y más se discutió. ¿Será cierto o es pura carga ideológica? En tal sentido nos pareció oportuno preguntárselo a los argentinos. Las respuestas obtenidas son más que contundentes: para el 60,6 por ciento de los argentinos la actual gestión de Cambiemos gobierna para los ricos. El dato es tan categórico que cualquier otro comentario nada agrega”, apuntó el sociólogo Roberto Bacman, director del CEOP.
El dato ilustra una tendencia profunda de la opinión pública porque consolida un perfil del actual gobierno que las mediciones de Ibarómetro fueron las primeras en señalar. En febrero pasado, esa consultora fue la primera en hacer esa pregunta en una medición: la respuesta entonces fue que 44,8% decía que el actual gobierno beneficiaba a la clase alta, 32% que favorecía a la clase media y 10,9% a la baja (12,3% ns/nc). En abril del 2016, la percepción de que la administración de Cambiemos favorece a la alta creció al 51,1%, la de que favorece a la clase media bajó a 22,4% y la que que beneficia a la baja cayó a 8,4% (18,1% ns/nc); en junio pasado (última medición conocida de Ibarómetro), la idea de que Macri favorece a la alta trepó al 59,4%, la de que favorece a la media pasó a 21,2% y la de que favorece a la baja pasó a 9,3% (10,1% ns/nc). Es decir, cada vez que lo midió, Ibarómetro confirmó lo que en este blog llamamos el componente de sesgo clasista a favor de la clase alta, y ya en junio llegó casi al mismo valor que reporta ahora CEOP (la diferencia entre 59,4% y 60,6% no es estadísticamente significativa). Aun con matices en los guarismos y el modo de medirlo, todas las consultoras que sondearon este dato confirman ese sesgo clasista: en los números de Carlos Fara, la percepción sobre para quién gobierna Macri se traduce en un 50% que cree que lo hace principalmente para los ricos, 34% que lo hace para todos y sólo 11% para la clase media.
En este punto, se impone retomar nuestro planteo inicial en el sentido de distinguir aquellos datos que tienen que ver con lo que las encuestas captan a nivel de superficie de los movimientos que obedecen a tendencias más profundas en el tiempo. En este marco, es posible apreciar que, si bien las mediciones del CEOP están entre las que vienen mostrando datos más desfavorables al actual gobierno, con respecto al estudio anterior se advierte un amesetamiento del malestar, dado que en junio la imagen negativa era del 53,2%, contra una positiva del 45,1%. O sea, las calificaciones favorables y las desfavorables no registraron variaciones estadísticamente significativas en el último mes.
Surge de la última medición del CEOP otro dato que es relevante en orden a captar las tendencias más profundas de la opinión pública, más allá de los vaivenes coyunturales. Según la encuesta, 60,6% de los argentinos en condiciones de votar cree que el sector más beneficiado por la presidencia de Mauricio Macri es la clase alta; apenas 10,8% cree que la principal beneficiada es la clase media, y un escaso 5,6% cree que es la clase baja. Un 15,5% se decanta por la respuesta “todos por igual”, y un 7,9% no sabe o no responde (ver datos arriba; click para agrandar). Esta impronta de que Macri encabeza una administración a favor de las clases más acomodadas parece asentarse, e incluso una parte de los que opinan bien del presidente sostiene lo mismo. El dato es clave en la medida en que esa óptica atraviesa evaluaciones de otras áreas de gestión, como el aumento de tarifas, la caída del salario real, el crecimiento de los despidos y la suba de precios en la carne y el resto de los alimentos. “Una de las principales críticas que se han escuchado en estos últimos meses es que se gobierna para los ricos. Mucho se habló al respecto y más se discutió. ¿Será cierto o es pura carga ideológica? En tal sentido nos pareció oportuno preguntárselo a los argentinos. Las respuestas obtenidas son más que contundentes: para el 60,6 por ciento de los argentinos la actual gestión de Cambiemos gobierna para los ricos. El dato es tan categórico que cualquier otro comentario nada agrega”, apuntó el sociólogo Roberto Bacman, director del CEOP.
El dato ilustra una tendencia profunda de la opinión pública porque consolida un perfil del actual gobierno que las mediciones de Ibarómetro fueron las primeras en señalar. En febrero pasado, esa consultora fue la primera en hacer esa pregunta en una medición: la respuesta entonces fue que 44,8% decía que el actual gobierno beneficiaba a la clase alta, 32% que favorecía a la clase media y 10,9% a la baja (12,3% ns/nc). En abril del 2016, la percepción de que la administración de Cambiemos favorece a la alta creció al 51,1%, la de que favorece a la clase media bajó a 22,4% y la que que beneficia a la baja cayó a 8,4% (18,1% ns/nc); en junio pasado (última medición conocida de Ibarómetro), la idea de que Macri favorece a la alta trepó al 59,4%, la de que favorece a la media pasó a 21,2% y la de que favorece a la baja pasó a 9,3% (10,1% ns/nc). Es decir, cada vez que lo midió, Ibarómetro confirmó lo que en este blog llamamos el componente de sesgo clasista a favor de la clase alta, y ya en junio llegó casi al mismo valor que reporta ahora CEOP (la diferencia entre 59,4% y 60,6% no es estadísticamente significativa). Aun con matices en los guarismos y el modo de medirlo, todas las consultoras que sondearon este dato confirman ese sesgo clasista: en los números de Carlos Fara, la percepción sobre para quién gobierna Macri se traduce en un 50% que cree que lo hace principalmente para los ricos, 34% que lo hace para todos y sólo 11% para la clase media.
martes, 12 de julio de 2016
lunes, 11 de julio de 2016
Lo que atraviesa las encuestas (1)
De nuestra más reciente serie de posts dedicados a distinguir el malhumor del malestar se desprende que los movimientos que subyacen a la coyuntura son los que tienen mayor poder interpretativo, puesto que los efectos socioeconómicos a mediano y largo plazo son los que siempre terminan por imponerse. En este contexto, creemos, hay que distinguir en las encuestas propias y ajenas que periódicamente analizamos en este blog aquellas variaciones que, por un lado, resultan estadísticamente significativas de aquellas que no, por una cuestión de estricto rigor metodológico; y, por otro lado, también diferenciar aquellos datos que tienen que ver con lo que las encuestas captan a nivel de superficie y es permeable a los vaivenes de la coyuntura y el corto plazo, de aquellos otros movimientos que obedecen a tendencias más profundas en el tiempo. Veamos:
Ayer, domingo 10 de julio, el diario Clarín publicó una encuesta realizada por la consultora Ipsos junto con la Universidad de San Andrés. Con datos levantados en junio, según la medición, la imagen del presidente Mauricio Macri es mayoritariamente aprobada, con un 54 %. La encuesta se llevó a cabo a través de un cuestionario aplicado a una muestra de 1.000 personas (50 % hombres y 50 % mujeres) de entre 16 y 55 años de diferentes partes del país, con acceso a Internet. Se buscó una población de distintos niveles socioeconómicos y educativos. El mismo día, Página 12 publicó otra encuesta, en este caso del CEOP (consultora que dirige Roberto Bacman). Aquí, la muestra fue de 1.200 personas en todo el país, respetando las proporciones por edad, sexo y nivel económico-social, y las entrevistas fueron telefónicas. Según esta encuesta, la imagen positiva de Macri roza el 44% (43,9%), en tanto que la negativa trepa al 51,3%. Así, en apariencia tenemos dos fotos muy diferentes de la coyuntura. Sin embargo, un examen más atento nos permite descubrir algunos puntos de contacto ilustrativos, como veremos.
La primera clave es metodológica: si observamos el fraseo con que el estudio de Ipsos-San Andrés midió la aprobación (ver datos arriba; click para agrandar), se puede apreciar que hay dos alternativas positivas netas: aprueba mucho (que recogió 17% de las respuestas) y aprueba algo (30%). El cálculo llega al 54% sumándole un 7% que se identificó con el fraseo “ni aprueba ni desaprueba, pero se inclina hacia el aprueba”; es algo así como el “regular más bien bueno” que hemos citado en otros posts, pero en rigor esa respuesta no era de aprobación ni de desaprobación; era equivalente a un regular, que tanto podemos tomar como neutro o como un primer nivel de malestar. Es decir que la aprobación neta en este estudio es del 47%, no del 54%, y ese 47% no es tan diferente del casi 44% que vemos en la encuesta del CEOP (ver datos abajo; click para agrandar). Máxime aún considerando que la primer encuesta tiene un error muestral de +- 3,1% (+-2,8% en la del CEOP).
Es decir que, aun comparando aprobación con imagen positiva (que no es estrictamente lo mismo), la diferencia no es tan sustantiva. Hay que considerar, además, que mientras la primera medición fragmenta las opciones de respuesta en 6 (sin contar la no respuesta, es decir, el ns/nc), incluida alternativas intermedias bifrontes (ni aprueba ni desaprueba, pero con una inclinación hacia una y otra posición), la segunda fragmenta en 4 opciones de respuesta (muy positiva, algo positiva, algo negativa y muy negativa), sin opción intermedia (no existe el regular, lo que fuerza la polarización de las opiniones). En ese marco, la mayor diferencia aparece en el terreno de la calificación desfavorable, que en el estudio de Ipsos-San Andrés alcanza el 33% neto (hasta 40% si se le suma el 7% que se identificó con la opción “ni aprueba ni desaprueba, pero se inclina hacia el desaprueba”, mientras que en la encuesta de CEOP trepa hasta el 51,3%. En cambio, ambas coinciden en ubicar el acompañamiento a Macri por debajo del 50% de la “zona crítica” de Morris (si bien en el caso de Ipsos-San Andrés el error muestral da margen para pensar en un 50% como intervalo superior) y en un orden de magnitud por debajo del 51,3% obtenido por el actual presidente en el ballotage del 22-N.
Ayer, domingo 10 de julio, el diario Clarín publicó una encuesta realizada por la consultora Ipsos junto con la Universidad de San Andrés. Con datos levantados en junio, según la medición, la imagen del presidente Mauricio Macri es mayoritariamente aprobada, con un 54 %. La encuesta se llevó a cabo a través de un cuestionario aplicado a una muestra de 1.000 personas (50 % hombres y 50 % mujeres) de entre 16 y 55 años de diferentes partes del país, con acceso a Internet. Se buscó una población de distintos niveles socioeconómicos y educativos. El mismo día, Página 12 publicó otra encuesta, en este caso del CEOP (consultora que dirige Roberto Bacman). Aquí, la muestra fue de 1.200 personas en todo el país, respetando las proporciones por edad, sexo y nivel económico-social, y las entrevistas fueron telefónicas. Según esta encuesta, la imagen positiva de Macri roza el 44% (43,9%), en tanto que la negativa trepa al 51,3%. Así, en apariencia tenemos dos fotos muy diferentes de la coyuntura. Sin embargo, un examen más atento nos permite descubrir algunos puntos de contacto ilustrativos, como veremos.
La primera clave es metodológica: si observamos el fraseo con que el estudio de Ipsos-San Andrés midió la aprobación (ver datos arriba; click para agrandar), se puede apreciar que hay dos alternativas positivas netas: aprueba mucho (que recogió 17% de las respuestas) y aprueba algo (30%). El cálculo llega al 54% sumándole un 7% que se identificó con el fraseo “ni aprueba ni desaprueba, pero se inclina hacia el aprueba”; es algo así como el “regular más bien bueno” que hemos citado en otros posts, pero en rigor esa respuesta no era de aprobación ni de desaprobación; era equivalente a un regular, que tanto podemos tomar como neutro o como un primer nivel de malestar. Es decir que la aprobación neta en este estudio es del 47%, no del 54%, y ese 47% no es tan diferente del casi 44% que vemos en la encuesta del CEOP (ver datos abajo; click para agrandar). Máxime aún considerando que la primer encuesta tiene un error muestral de +- 3,1% (+-2,8% en la del CEOP).
Es decir que, aun comparando aprobación con imagen positiva (que no es estrictamente lo mismo), la diferencia no es tan sustantiva. Hay que considerar, además, que mientras la primera medición fragmenta las opciones de respuesta en 6 (sin contar la no respuesta, es decir, el ns/nc), incluida alternativas intermedias bifrontes (ni aprueba ni desaprueba, pero con una inclinación hacia una y otra posición), la segunda fragmenta en 4 opciones de respuesta (muy positiva, algo positiva, algo negativa y muy negativa), sin opción intermedia (no existe el regular, lo que fuerza la polarización de las opiniones). En ese marco, la mayor diferencia aparece en el terreno de la calificación desfavorable, que en el estudio de Ipsos-San Andrés alcanza el 33% neto (hasta 40% si se le suma el 7% que se identificó con la opción “ni aprueba ni desaprueba, pero se inclina hacia el desaprueba”, mientras que en la encuesta de CEOP trepa hasta el 51,3%. En cambio, ambas coinciden en ubicar el acompañamiento a Macri por debajo del 50% de la “zona crítica” de Morris (si bien en el caso de Ipsos-San Andrés el error muestral da margen para pensar en un 50% como intervalo superior) y en un orden de magnitud por debajo del 51,3% obtenido por el actual presidente en el ballotage del 22-N.
domingo, 10 de julio de 2016
Del malhumor al malestar (3)
En el post anterior explicitábamos la siguiente clave interpretativa: por encima de los vaivenes de la coyuntura (corto plazo), los efectos socioeconómicos son los que terminan imponiéndose a mediano y largo plazo. Así, planteábamos que lo que está atravesando las encuestas no es ya un malhumor, sino un malestar latente, consecuencia anímica de una pirámide social que, hoy, muestra una estructura social peor que la de fines de 2015. Decíamos que existen una serie de indicadores que podemos tomar para fundamentar esta línea de interpretación. Veíamos entonces que, tomando el salario real, su caída desde diciembre de 2015 a enero de 2016 casi triplicaba la que se registró luego de la devaluación de 2014 (12% contra 4,2%) en la mitad del tiempo (6 meses contra un año), lo que además se correspondía con una caída del consumo minorista de 6,4 puntos. Es decir, comparando contra el peor año de los gobiernos K en términos de salario real (en 2009 también hubo una caída, pero menor, de 3,6%) los primeros 6 meses de gobierno de Cambiemos arrojan un panorama definitivamente más desfavorable para el salario real promedio del total de la economía. Pasemos ahora a otro indicador empírico que podemos tomar para fundamentar nuestro análisis: el PBI.
Para este análisis, vamos a partir del PBI (Producto Bruto Interno) revisado por Jorge Todesca (actual director del Indec), sin que eso implique necesariamente un aval metodológico a ese trabajo (tema que merecerá una entrada en otro momento). Consideramos que es útil, sin embargo, explicitar este punto de partida, habida cuenta del descrédito del Indec en la era K (una de las falencias más graves, sin duda, de los gobiernos anteriores). Veamos: el Indec informó ayer que durante el primer trimestre de 2016 la actividad cayó 0,7% (ver datos arriba; clik para agrandar). Con este resultado, la economía acumuló su tercera caída consecutiva trimestral (en su medida desestacionalizada, es decir, contra el último trimestre de 2015). En la medida interanual, en cambio, la economía se expandió un 0,5% en el primer trimestre, dado que se compara contra el peor período del 2015. Magro dato de todos modos, porque el Indec detecta además una fuerte caída de la inversión, de un 3,8% interanual, que incluso supera la registrada en el primer trimestre de 2015 (-2,3%, que, como ya se dijo, fue el más contractivo del año pasado). Así, la inversión se mantiene en un equivalente al 17,8% del PBI (insuficiente para acompañar un proceso de crecimiento). El consumo privado creció un 1,08% en un año, mientras en los últimos tres trimestres de 2015 crecía entre el 5% y el 8%; dato no menor, dado que este ítem representa el 74,4% del producto. En conjunto, todas las medidas confirman un serio enfriamiento de la economía respecto al 2015, que para peor convive con una inflación más alta en estos meses y con ajustes de tarifas que impactan de lleno en los bolsillos.
Sin embargo, son peores todavía las proyecciones de la actividad para el segundo trimestre de este año (hablamos de estimaciones, dado que aún no se terminaron de procesar los datos): los expertos esperan un panorama con bajas más pronunciadas, de entre 2,8% y 3%. La situación no mejoraría en el ya iniciado tercer trimestre (o, visto en otros términos, principios del segundo semestre). Según la encuesta que reactivó el Banco Central sobre expectativas de consultoras e institutos de investigación, el PBI caería un 1,9% entre julio y setiembre, y cerraría este año con un descenso del 1,3%. En un post que escribimos a principios de abril pasado tomamos 8 estimaciones del PBI para 2016; 7 de ellas arrojaban caídas y el promedio de las 8 resultaba en una contracción del PBI de 0,8%, es decir que esta actualización empeora el pronóstico en medio punto porcentual (0,5). Así, una caída en el orden del 1,3% en 2016 contra un 2015 (último año de la gestión de CFK) en el que la economía creció 2,4% (según la revisión del actual Indec, es decir, no sospechada de manipulación por el anterior gobierno) el desempeño resultaría francamente desfavorable.
El gran riesgo que esto representa es la que la coexistencia de una caída de la actividad con una caída del salario real podría hacer eclosionar (es decir, poner de manifiesto) el malestar latente que vemos hoy. Contra la promesa de un segundo semestre positivo, 2016 se clausuraría con un franco escenario de estanflación (es decir, estancamiento con inflación, o incluso depresión con inflación). Si nos remontamos a los 12 años de la era K, encontraremos sólo un año en el que hubo caída en ambos indicadores. Fue 2014, con -4,2% en el salario real y -2,6% en el PBI. Los primeros 6 meses de 2016 arrojan -12% en el primer indicador e insinúan -1,3% en el segundo; esto perfila un panorama de malestar aún peor que el riesgo de relativa “kicillofización” para el actual gobierno que algunos analistas marcaron oportunamente.
Para este análisis, vamos a partir del PBI (Producto Bruto Interno) revisado por Jorge Todesca (actual director del Indec), sin que eso implique necesariamente un aval metodológico a ese trabajo (tema que merecerá una entrada en otro momento). Consideramos que es útil, sin embargo, explicitar este punto de partida, habida cuenta del descrédito del Indec en la era K (una de las falencias más graves, sin duda, de los gobiernos anteriores). Veamos: el Indec informó ayer que durante el primer trimestre de 2016 la actividad cayó 0,7% (ver datos arriba; clik para agrandar). Con este resultado, la economía acumuló su tercera caída consecutiva trimestral (en su medida desestacionalizada, es decir, contra el último trimestre de 2015). En la medida interanual, en cambio, la economía se expandió un 0,5% en el primer trimestre, dado que se compara contra el peor período del 2015. Magro dato de todos modos, porque el Indec detecta además una fuerte caída de la inversión, de un 3,8% interanual, que incluso supera la registrada en el primer trimestre de 2015 (-2,3%, que, como ya se dijo, fue el más contractivo del año pasado). Así, la inversión se mantiene en un equivalente al 17,8% del PBI (insuficiente para acompañar un proceso de crecimiento). El consumo privado creció un 1,08% en un año, mientras en los últimos tres trimestres de 2015 crecía entre el 5% y el 8%; dato no menor, dado que este ítem representa el 74,4% del producto. En conjunto, todas las medidas confirman un serio enfriamiento de la economía respecto al 2015, que para peor convive con una inflación más alta en estos meses y con ajustes de tarifas que impactan de lleno en los bolsillos.
Sin embargo, son peores todavía las proyecciones de la actividad para el segundo trimestre de este año (hablamos de estimaciones, dado que aún no se terminaron de procesar los datos): los expertos esperan un panorama con bajas más pronunciadas, de entre 2,8% y 3%. La situación no mejoraría en el ya iniciado tercer trimestre (o, visto en otros términos, principios del segundo semestre). Según la encuesta que reactivó el Banco Central sobre expectativas de consultoras e institutos de investigación, el PBI caería un 1,9% entre julio y setiembre, y cerraría este año con un descenso del 1,3%. En un post que escribimos a principios de abril pasado tomamos 8 estimaciones del PBI para 2016; 7 de ellas arrojaban caídas y el promedio de las 8 resultaba en una contracción del PBI de 0,8%, es decir que esta actualización empeora el pronóstico en medio punto porcentual (0,5). Así, una caída en el orden del 1,3% en 2016 contra un 2015 (último año de la gestión de CFK) en el que la economía creció 2,4% (según la revisión del actual Indec, es decir, no sospechada de manipulación por el anterior gobierno) el desempeño resultaría francamente desfavorable.
El gran riesgo que esto representa es la que la coexistencia de una caída de la actividad con una caída del salario real podría hacer eclosionar (es decir, poner de manifiesto) el malestar latente que vemos hoy. Contra la promesa de un segundo semestre positivo, 2016 se clausuraría con un franco escenario de estanflación (es decir, estancamiento con inflación, o incluso depresión con inflación). Si nos remontamos a los 12 años de la era K, encontraremos sólo un año en el que hubo caída en ambos indicadores. Fue 2014, con -4,2% en el salario real y -2,6% en el PBI. Los primeros 6 meses de 2016 arrojan -12% en el primer indicador e insinúan -1,3% en el segundo; esto perfila un panorama de malestar aún peor que el riesgo de relativa “kicillofización” para el actual gobierno que algunos analistas marcaron oportunamente.
sábado, 9 de julio de 2016
Nota publicada en suple Tendencias de La Voz
La primera impresión en 3D es la que cuenta
Del “fierro” al plástico. Una compañía estadounidense produce autos con chasis y carrocerías de fibra de carbono reforzada y plásticos, basándose en la nueva tecnología para imprimir.
Por Norman Berra | tendencias@lavozdelinterior.com.ar
En un futuro no muy lejano, los aficionados a los autos dejarán de ser “fierreros”: la impresión en 3D podría llevar a estos vehículos a volverse casi 100 por ciento plásticos. Veamos algunos hitos emblemáticos de esta tendencia.
http://www.lavoz.com.ar/tecno/la-primera-impresion-en-3d-es-la-que-cuenta?cx_level=interesante
miércoles, 6 de julio de 2016
Del malhumor al malestar (2)
Explicitemos la premisa esbozada en el post anterior: por encima de los vaivenes de la coyuntura (corto plazo), los efectos socioeconómicos son los que terminan imponiéndose a mediano y largo plazo. En ese marco, planteamos que la gravitación de la agenda económica (inflación, crisis del empleo, impacto del ajuste de tarifas, caída del consumo minorista) es central para leer hacia dónde va la opinión pública y comprender que lo que está atravesando las encuestas no es ya malhumor sino un malestar latente, consecuencia anímica de una pirámide social que, hoy, muestra una estructura social peor que la de fines de 2015. Existen varios indicadores que podemos tomar para fundamentar empíricamente esta línea de interpretación. Veamos…
Podemos empezar por un análisis del salario real, que resulta de corregir el salario nominal (el dinero que un trabajador cobra en mano) por un índice de precios al consumidor. En los 6 meses que van de inicios de diciembre de 2015 (comienzo de la gestión presidencial de Mauricio Macri) hasta fines de mayo de este año, el poder de compra de los salarios de los trabajadores registrados cayó un 12%. El dato surge del Instituto Estadístico de los Trabajadores (IET), una entidad respaldada por 45 organizaciones sindicales de la CGT y de la CTA, que ayer difundió la primera medición del Indice de Inflación de los Trabajadores. El Informe señala que, a mayo de 2016, en promedio la inflación interanual fue del 44,1%. Si se desagrega según el nivel de los ingresos, para el 10% de los que menos ganan la suba de los precios fue del 49,9%, mientras que para el 10% de los que más ganan fue del 40,9%. Esto sucede porque “el aumento de los precios golpeó más fuerte entre los trabajadores de menores ingresos, debido a que dentro de sus canastas de consumo el peso relativo de los productos que más subieron es mayor que en la de los trabajadores que más ganan”, según el IET. Esa incidencia diferencial ya fue anticipado en otros estudios que hemos citado en el blog, como fue oportunamente el de Indecom.
El documento del IET apunta que el aumento del costo de vida de los trabajadores fue motorizado fundamentalmente por el crecimiento de los precios de los alimentos y bebidas, además del aumento de tarifas de los servicios públicos. “El crecimiento de los precios de los productos de los sectores de alimentos y bebidas, vivienda y sus servicios y de transporte y comunicaciones, aportó el 54,4% del total de la inflación de los trabajadores entre mayo de 2015 y mayo de 2016”. En este marco, una caída de 12% del poder de compra del salario no es malhumor; es malestar (o, de mínima, una de sus dimensiones o indicadores; en post sucesivos veremos otros). Por ello, tiene fuertes efectos en la opinión pública. Veamos antecedentes: en 2014, el año en que el gobierno de Cristina Fernández aplicó también una fuerte devaluación que generó un pass-through a precios (inflación), el salario real cayó 4,2 puntos (considerando el promedio del total de la economía; ver datos arriba, click para agrandar). El cálculo surge de un estudio del Centro CIFRA de la Central de Trabajadores de la Argentina (la CTA liderada por el sindicalista docente Hugo Yasky), no sobre la base del cuestionado Índice de Precios del Consumidor del Indec anterior sino a partir del IPC 9-Provincias (es decir, construido a partir de organismos de estadística provinciales).
Para mensurar la caída desde diciembre de 2015 a enero de 2016 -12 puntos- pensemos que en la mitad de tiempo (6 meses, contra 12) casi triplica el guarismo de 2014 (4,2). Semejante contracción se traduce en un descenso del consumo minorista de 6,4 puntos en 6 meses, lo que equivale a decir que por cada punto de caída del salario real el consumo minorista se contrajo 0,53 puntos. A lo largo del ciclo K, sólo hubo otro año en el cual el salario real cayó casi tanto como en el aciago 2014, y fue el 2008: -3,6%. Llamativamente, tanto en el primer gobierno de CFK (2007-2011) como en el segundo (2011-2015), las mayores caídas del salario real se dieron en el año anterior a una elección: 2008 precedió a la elección de medio término del 2009 y 2014 precedió a la presidencial de 2015. El hecho de que ambas resultaran adversas al oficialismo sugiere que efectivamente la caída del salario real tiene consecuencias de opinión pública a largo plazo, puesto que en los años electorales propiamente dichos el salario real creció: +4,3 en el 2009, y +2,9 en el 2015.
Podemos empezar por un análisis del salario real, que resulta de corregir el salario nominal (el dinero que un trabajador cobra en mano) por un índice de precios al consumidor. En los 6 meses que van de inicios de diciembre de 2015 (comienzo de la gestión presidencial de Mauricio Macri) hasta fines de mayo de este año, el poder de compra de los salarios de los trabajadores registrados cayó un 12%. El dato surge del Instituto Estadístico de los Trabajadores (IET), una entidad respaldada por 45 organizaciones sindicales de la CGT y de la CTA, que ayer difundió la primera medición del Indice de Inflación de los Trabajadores. El Informe señala que, a mayo de 2016, en promedio la inflación interanual fue del 44,1%. Si se desagrega según el nivel de los ingresos, para el 10% de los que menos ganan la suba de los precios fue del 49,9%, mientras que para el 10% de los que más ganan fue del 40,9%. Esto sucede porque “el aumento de los precios golpeó más fuerte entre los trabajadores de menores ingresos, debido a que dentro de sus canastas de consumo el peso relativo de los productos que más subieron es mayor que en la de los trabajadores que más ganan”, según el IET. Esa incidencia diferencial ya fue anticipado en otros estudios que hemos citado en el blog, como fue oportunamente el de Indecom.
El documento del IET apunta que el aumento del costo de vida de los trabajadores fue motorizado fundamentalmente por el crecimiento de los precios de los alimentos y bebidas, además del aumento de tarifas de los servicios públicos. “El crecimiento de los precios de los productos de los sectores de alimentos y bebidas, vivienda y sus servicios y de transporte y comunicaciones, aportó el 54,4% del total de la inflación de los trabajadores entre mayo de 2015 y mayo de 2016”. En este marco, una caída de 12% del poder de compra del salario no es malhumor; es malestar (o, de mínima, una de sus dimensiones o indicadores; en post sucesivos veremos otros). Por ello, tiene fuertes efectos en la opinión pública. Veamos antecedentes: en 2014, el año en que el gobierno de Cristina Fernández aplicó también una fuerte devaluación que generó un pass-through a precios (inflación), el salario real cayó 4,2 puntos (considerando el promedio del total de la economía; ver datos arriba, click para agrandar). El cálculo surge de un estudio del Centro CIFRA de la Central de Trabajadores de la Argentina (la CTA liderada por el sindicalista docente Hugo Yasky), no sobre la base del cuestionado Índice de Precios del Consumidor del Indec anterior sino a partir del IPC 9-Provincias (es decir, construido a partir de organismos de estadística provinciales).
Para mensurar la caída desde diciembre de 2015 a enero de 2016 -12 puntos- pensemos que en la mitad de tiempo (6 meses, contra 12) casi triplica el guarismo de 2014 (4,2). Semejante contracción se traduce en un descenso del consumo minorista de 6,4 puntos en 6 meses, lo que equivale a decir que por cada punto de caída del salario real el consumo minorista se contrajo 0,53 puntos. A lo largo del ciclo K, sólo hubo otro año en el cual el salario real cayó casi tanto como en el aciago 2014, y fue el 2008: -3,6%. Llamativamente, tanto en el primer gobierno de CFK (2007-2011) como en el segundo (2011-2015), las mayores caídas del salario real se dieron en el año anterior a una elección: 2008 precedió a la elección de medio término del 2009 y 2014 precedió a la presidencial de 2015. El hecho de que ambas resultaran adversas al oficialismo sugiere que efectivamente la caída del salario real tiene consecuencias de opinión pública a largo plazo, puesto que en los años electorales propiamente dichos el salario real creció: +4,3 en el 2009, y +2,9 en el 2015.
martes, 5 de julio de 2016
Del malhumor al malestar (1)
A propósito de una encuesta de CEOP revisada en post recientes, habíamos planteado un matiz respecto a una de las conclusiones del director de esa consultora, Roberto Bacman. Decía el sociólogo que “el peor humor social es el que acompaña todos los días a los habitantes de las grandes ciudades de nuestro país”. En ese punto, nos interesaba desentrañar si el sentimiento que atraviesa la coyuntura es el malhumor, o si, en cambio, se trata de malestar. Retomemos este tema a partir de datos adicionales que proporcionaba ese estudio, además los revisados oportunamente, y otros elementos contextuales.
Según Bacman, el estudio permitió descubrir una nueva variable clave para entender y explicar los resultados, la demográfica: “hoy, el principal enojo y la mayor decepción con las promesas de campaña de Cambiemos se centran entre los habitantes de los grandes centros urbanos de nuestros país, circunscribiendo entre ellos al principal enclave demográfico, que es la región metropolitana, la ciudad y el Gran Buenos Aires y sus tres cordones”. La gravitación política de este dato es crucial, puesto que, como hemos analizado en otras entradas, se trata de la “zona núcleo” en términos electorales (alrededor de un 34% del padrón nacional reside en ese conglomerado urbano). Agrega Bacman: “Entre la mayor parte de estos ciudadanos urbanos la realidad ha superado al deseo, el cambio dejó de ser un significante vacío y sus consecuencias no representan a la Argentina que ellos esperaban. En las ciudades más pequeñas y en el interior, todavía el deseo sigue latente, y la esperanza –aunque golpeada por algunas circunstancias– aún no está perdida de modo concluyente. Y esta fuerte dicotomía demográfica va más allá del género, la edad y hasta el nivel socioeconómico del entrevistado. En las grandes ciudades es donde más se siente la crisis y en donde también más les cuesta ver la luz al final del túnel”.
Asimismo, el estudio del CEOP le pone un techo al que se asumen como el otro gran sostén del gobierno de Cambiemos: “la pesada herencia”, es decir las críticas al gobierno anterior de Cristina Fernández de Kirchner y la ola mediático-judicial (excavadoras, allanamientos en Santa Cruz, despliegue en torno a Lázaro Báez y José López), francamente adversa al kirchnerismo que, sin embargo, a tenor de la encuesta de CEOP, no modifica en lo estructural la imagen positiva de CFK, que sigue algo por encima del 41%. Aunque este dato puede parecer contraintuitivo, a modo de referencia, en la provincia de Córdoba (el distrito más anti-K si se consideran los resultados electorales del 2015) la imagen de la ex presidenta en las encuestas de Delfos está estancada en torno al 20% de positiva y 60% de negativa desde hace meses, y aun el caso López no movió esos registros de manera estadísticamente significativa.
“Las prioridades de la gente no cambian por la agenda de Comodoro Py: sí se modifican las proporciones en picos donde corrupción gana espacio. Sin embargo, los efectos socioeconómicos son los que siempre mandan, por razones obvias”, dijo en su momento el consultor Carlos Fara (y citamos oportunamente en este blog). En ese marco, si en los motivos de desgaste de la imagen del presidente Mauricio Macri gravitan centralmente cuestiones como la inflación, el empleo y el impacto del ajuste de tarifas (mucho más que el affaire Panamá papes y sus derivados), con una caída de más de 6 puntos del consumo minorista como uno de los principales efectos socioeconómicos (ver datos arriba; click para agrandar); y si la mirada de la coyuntura económica actual es negativa al punto de ir permeando progresivamente en las expectativas a futuro, entonces lo que tenemos no es ya malhumor sino un malestar latente, consecuencia anímica de una pirámide social que, hoy, muestra una estructura social peor que la de fines de 2015.
Según Bacman, el estudio permitió descubrir una nueva variable clave para entender y explicar los resultados, la demográfica: “hoy, el principal enojo y la mayor decepción con las promesas de campaña de Cambiemos se centran entre los habitantes de los grandes centros urbanos de nuestros país, circunscribiendo entre ellos al principal enclave demográfico, que es la región metropolitana, la ciudad y el Gran Buenos Aires y sus tres cordones”. La gravitación política de este dato es crucial, puesto que, como hemos analizado en otras entradas, se trata de la “zona núcleo” en términos electorales (alrededor de un 34% del padrón nacional reside en ese conglomerado urbano). Agrega Bacman: “Entre la mayor parte de estos ciudadanos urbanos la realidad ha superado al deseo, el cambio dejó de ser un significante vacío y sus consecuencias no representan a la Argentina que ellos esperaban. En las ciudades más pequeñas y en el interior, todavía el deseo sigue latente, y la esperanza –aunque golpeada por algunas circunstancias– aún no está perdida de modo concluyente. Y esta fuerte dicotomía demográfica va más allá del género, la edad y hasta el nivel socioeconómico del entrevistado. En las grandes ciudades es donde más se siente la crisis y en donde también más les cuesta ver la luz al final del túnel”.
Asimismo, el estudio del CEOP le pone un techo al que se asumen como el otro gran sostén del gobierno de Cambiemos: “la pesada herencia”, es decir las críticas al gobierno anterior de Cristina Fernández de Kirchner y la ola mediático-judicial (excavadoras, allanamientos en Santa Cruz, despliegue en torno a Lázaro Báez y José López), francamente adversa al kirchnerismo que, sin embargo, a tenor de la encuesta de CEOP, no modifica en lo estructural la imagen positiva de CFK, que sigue algo por encima del 41%. Aunque este dato puede parecer contraintuitivo, a modo de referencia, en la provincia de Córdoba (el distrito más anti-K si se consideran los resultados electorales del 2015) la imagen de la ex presidenta en las encuestas de Delfos está estancada en torno al 20% de positiva y 60% de negativa desde hace meses, y aun el caso López no movió esos registros de manera estadísticamente significativa.
“Las prioridades de la gente no cambian por la agenda de Comodoro Py: sí se modifican las proporciones en picos donde corrupción gana espacio. Sin embargo, los efectos socioeconómicos son los que siempre mandan, por razones obvias”, dijo en su momento el consultor Carlos Fara (y citamos oportunamente en este blog). En ese marco, si en los motivos de desgaste de la imagen del presidente Mauricio Macri gravitan centralmente cuestiones como la inflación, el empleo y el impacto del ajuste de tarifas (mucho más que el affaire Panamá papes y sus derivados), con una caída de más de 6 puntos del consumo minorista como uno de los principales efectos socioeconómicos (ver datos arriba; click para agrandar); y si la mirada de la coyuntura económica actual es negativa al punto de ir permeando progresivamente en las expectativas a futuro, entonces lo que tenemos no es ya malhumor sino un malestar latente, consecuencia anímica de una pirámide social que, hoy, muestra una estructura social peor que la de fines de 2015.
viernes, 1 de julio de 2016
El riesgo de una burbuja de expectativas (3)
El riesgo que supone una burbuja de expectativas quedaba plenamente planteado en el estudio de Poliarquía, que a diferencia del CEOP estiraba tanto el crédito como el aguante a la gestión presidencial de Mauricio Macri. "La sociedad evalúa de forma crítica y con gran preocupación la coyuntura actual, pero a su vez mantiene altas expectativas con respecto al futuro. Esta brecha es de las más amplias que tenemos registro y se mantiene desde el inicio del Gobierno. Es difícil pensar que se podrá sostener otro semestre: o la evaluación de la actualidad mejora o las expectativas caerán", evaluó Alejandro Catterberg, director de la consultora. Esto implica que la divergencia no puede estirarse mucho más en el tiempo; en lo sustancial, el análisis repite el patrón que señalamos oportunamente en este blog acerca de la progresiva convergencia de los indicadores de consumo y los políticos: los segundos no pueden estar altos mucho tiempo si los primeros están deprimidos. En los últimos meses, ya se advierte la convergencia (la confianza del consumidor va arrastrando hacia la baja los indicadores de gestión). Mutatis mutandis, si la burbuja de expectativas estalla, también arrastrará a la baja el crédito con el que todavía cuenta el presidente Macri.
Citábamos en la entrada anterior un estudio reciente de Ibarómetro, según el cual hoy los sentimientos pesimistas acumulan 54,3% (alcanzaban 35,9% en diciembre de 2015) en tanto que los optimistas suman 41,2% (llegaban al 59,4% en diciembre de 2015). Tanto la diferencia de 13,1 puntos porcentuales entre pesimismo y optimismo como la suba del primero y la caída del segundo son estadísticamente significativas. Veamos qué sucede en la provincia de Córdoba: entre diciembre de 2015 y junio 2016, el optimismo cayó del 70% al 49%, mientras que el pesimismo casi se duplicó, trepando del 20% al 38% en la provincia de Córdoba, donde el actual presidente Mauricio Macri superó el 50% en la primera vuelta de octubre y el 70% en el ballotage del 22-N (ver arriba; click para agrandar). El dato procede de una encuesta realizada por la consultora Delfos en toda la provincia de Córdoba, con una muestra de 1.800 casos y un error muestral de +- 2,3%. Las variaciones, por tanto, son estadísticamente significativas, y arrojan que gran parte de los sentimientos optimistas que caracterizaban a 7 de cada 10 cordobeses en diciembre de 2015 (guarismo en el mismo orden de magnitud que el porcentaje que obtuvo Macri en Córdoba en la segunda vuelta presidencial) se han trocado por pesimismo, al punto que hoy los sentimientos positivos perforan el 50%, esto es, por debajo del orden de magnitud electoral que alcanzó el actual presidente en la primera vuelta presidencial de octubre. “Está claro que estamos recibiendo las boletas del gas, entre otras, y que es el momento quizá más complicado que está transitando el gobierno nacional desde diciembre de 2015, porque es el momento de la realidad”, explica el director de Delfos, Luis Dall´Aglio. “Hay un malestar flotante, porque quizás muchos que votaron a Mauricio Macri se sienten, de alguna manera, responsables de haber tomado esa decisión, por lo tanto esto trasunta un segundo sentimiento de comprender que hay un tránsito que recorrer pero que claramente está afectando a su economía… hay una suerte de aguante todavía, a la espera de que en el segundo semestre se empiecen a cumplir las promesas de Mauricio Macri”.
Hoy, que comienza el segundo semestre, es oportuno recuperar un texto en el que hace exactamente un mes, desde las páginas de La Nación, Martín Dinatale realizaba el siguiente análisis: “El Gobierno ingresó en la cuenta regresiva hacia el sueño dorado del segundo semestre con la lluvia de capitales extranjeros que prometió Mauricio Macri para mejorar la alicaída economía Argentina. Pero los resultados no son los esperados: hasta ahora no sólo que no llegaron fuertes inversiones externas sino que la Casa Rosada empieza a dar muestras de preocupación y de cierta desesperación en sus gestos al mundo. El problema de Macri no es que las inversiones extranjeras no vendrán a la Argentina ya que hay un marcado interés del mundo por el país. El inconveniente es que hubo un error de cálculo político en los tiempos prometidos o en lo que la sociología moderna denomina una ‘excesiva generación de expectativas sociales’. Al no poder cumplir en tiempo y forma con esas expectativas fijadas para el segundo semestre, la Casa Rosada empieza a dar gestos y señales de preocupación real”. Este párrafo plantea con claridad meridiana el riesgo de la burbuja de expectativas, dado que uno de los hallazgos de las ciencias sociales en las últimas décadas es precisamente que las situaciones en las cuales las expectativas crecen por encima de las condiciones estructurales objetivas de mejoría son desencadenantes de crisis.
Concluye Dinatale: “Desde que llegó Macri al poder ya pasaron más de siete jefes de Estado por Buenos Aires, el Presidente visitó al menos cuatro países, estuvo en el Foro de Davos y hasta septiembre tiene una agenda mundial ajetreada que lo llevará a un foro económico latinoamericano en Colombia, a la Unión Europea en Bruselas, a la Alemania de Merkel, a la reunión de países de la Alianza del Pacífico en Chile, a la ONU y a la cumbre del G20 en China. Luego de ese largo listado de visitas y gestos internacionales hubo y habrá promesas de multimillonarias inversiones extranjeras en la Argentina. Pero nadie promete lluvia de dólares en el segundo semestre de este año (…) El cortoplacismo argentino sumado a la excesiva generación de expectativas y a la desesperación por ver resultados puede ser un cóctel explosivo para un gobierno que prometió demasiado en tan corto plazo y un mundo que aún mira con desconfianza a la Argentina”. En resumen, una coyuntura percibida de manera negativa abona un consenso frágil sostenido por expectativas de mejora en un plazo mucho más corto que las posibilidades de mejoría reales, abonando el terreno para un potencial estallido de la burbuja.
Citábamos en la entrada anterior un estudio reciente de Ibarómetro, según el cual hoy los sentimientos pesimistas acumulan 54,3% (alcanzaban 35,9% en diciembre de 2015) en tanto que los optimistas suman 41,2% (llegaban al 59,4% en diciembre de 2015). Tanto la diferencia de 13,1 puntos porcentuales entre pesimismo y optimismo como la suba del primero y la caída del segundo son estadísticamente significativas. Veamos qué sucede en la provincia de Córdoba: entre diciembre de 2015 y junio 2016, el optimismo cayó del 70% al 49%, mientras que el pesimismo casi se duplicó, trepando del 20% al 38% en la provincia de Córdoba, donde el actual presidente Mauricio Macri superó el 50% en la primera vuelta de octubre y el 70% en el ballotage del 22-N (ver arriba; click para agrandar). El dato procede de una encuesta realizada por la consultora Delfos en toda la provincia de Córdoba, con una muestra de 1.800 casos y un error muestral de +- 2,3%. Las variaciones, por tanto, son estadísticamente significativas, y arrojan que gran parte de los sentimientos optimistas que caracterizaban a 7 de cada 10 cordobeses en diciembre de 2015 (guarismo en el mismo orden de magnitud que el porcentaje que obtuvo Macri en Córdoba en la segunda vuelta presidencial) se han trocado por pesimismo, al punto que hoy los sentimientos positivos perforan el 50%, esto es, por debajo del orden de magnitud electoral que alcanzó el actual presidente en la primera vuelta presidencial de octubre. “Está claro que estamos recibiendo las boletas del gas, entre otras, y que es el momento quizá más complicado que está transitando el gobierno nacional desde diciembre de 2015, porque es el momento de la realidad”, explica el director de Delfos, Luis Dall´Aglio. “Hay un malestar flotante, porque quizás muchos que votaron a Mauricio Macri se sienten, de alguna manera, responsables de haber tomado esa decisión, por lo tanto esto trasunta un segundo sentimiento de comprender que hay un tránsito que recorrer pero que claramente está afectando a su economía… hay una suerte de aguante todavía, a la espera de que en el segundo semestre se empiecen a cumplir las promesas de Mauricio Macri”.
Hoy, que comienza el segundo semestre, es oportuno recuperar un texto en el que hace exactamente un mes, desde las páginas de La Nación, Martín Dinatale realizaba el siguiente análisis: “El Gobierno ingresó en la cuenta regresiva hacia el sueño dorado del segundo semestre con la lluvia de capitales extranjeros que prometió Mauricio Macri para mejorar la alicaída economía Argentina. Pero los resultados no son los esperados: hasta ahora no sólo que no llegaron fuertes inversiones externas sino que la Casa Rosada empieza a dar muestras de preocupación y de cierta desesperación en sus gestos al mundo. El problema de Macri no es que las inversiones extranjeras no vendrán a la Argentina ya que hay un marcado interés del mundo por el país. El inconveniente es que hubo un error de cálculo político en los tiempos prometidos o en lo que la sociología moderna denomina una ‘excesiva generación de expectativas sociales’. Al no poder cumplir en tiempo y forma con esas expectativas fijadas para el segundo semestre, la Casa Rosada empieza a dar gestos y señales de preocupación real”. Este párrafo plantea con claridad meridiana el riesgo de la burbuja de expectativas, dado que uno de los hallazgos de las ciencias sociales en las últimas décadas es precisamente que las situaciones en las cuales las expectativas crecen por encima de las condiciones estructurales objetivas de mejoría son desencadenantes de crisis.
Concluye Dinatale: “Desde que llegó Macri al poder ya pasaron más de siete jefes de Estado por Buenos Aires, el Presidente visitó al menos cuatro países, estuvo en el Foro de Davos y hasta septiembre tiene una agenda mundial ajetreada que lo llevará a un foro económico latinoamericano en Colombia, a la Unión Europea en Bruselas, a la Alemania de Merkel, a la reunión de países de la Alianza del Pacífico en Chile, a la ONU y a la cumbre del G20 en China. Luego de ese largo listado de visitas y gestos internacionales hubo y habrá promesas de multimillonarias inversiones extranjeras en la Argentina. Pero nadie promete lluvia de dólares en el segundo semestre de este año (…) El cortoplacismo argentino sumado a la excesiva generación de expectativas y a la desesperación por ver resultados puede ser un cóctel explosivo para un gobierno que prometió demasiado en tan corto plazo y un mundo que aún mira con desconfianza a la Argentina”. En resumen, una coyuntura percibida de manera negativa abona un consenso frágil sostenido por expectativas de mejora en un plazo mucho más corto que las posibilidades de mejoría reales, abonando el terreno para un potencial estallido de la burbuja.
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