Citábamos en la entrada anterior un estudio reciente de Ibarómetro, según el cual hoy los sentimientos pesimistas acumulan 54,3% (alcanzaban 35,9% en diciembre de 2015) en tanto que los optimistas suman 41,2% (llegaban al 59,4% en diciembre de 2015). Tanto la diferencia de 13,1 puntos porcentuales entre pesimismo y optimismo como la suba del primero y la caída del segundo son estadísticamente significativas. Veamos qué sucede en la provincia de Córdoba: entre diciembre de 2015 y junio 2016, el optimismo cayó del 70% al 49%, mientras que el pesimismo casi se duplicó, trepando del 20% al 38% en la provincia de Córdoba, donde el actual presidente Mauricio Macri superó el 50% en la primera vuelta de octubre y el 70% en el ballotage del 22-N (ver arriba; click para agrandar). El dato procede de una encuesta realizada por la consultora Delfos en toda la provincia de Córdoba, con una muestra de 1.800 casos y un error muestral de +- 2,3%. Las variaciones, por tanto, son estadísticamente significativas, y arrojan que gran parte de los sentimientos optimistas que caracterizaban a 7 de cada 10 cordobeses en diciembre de 2015 (guarismo en el mismo orden de magnitud que el porcentaje que obtuvo Macri en Córdoba en la segunda vuelta presidencial) se han trocado por pesimismo, al punto que hoy los sentimientos positivos perforan el 50%, esto es, por debajo del orden de magnitud electoral que alcanzó el actual presidente en la primera vuelta presidencial de octubre. “Está claro que estamos recibiendo las boletas del gas, entre otras, y que es el momento quizá más complicado que está transitando el gobierno nacional desde diciembre de 2015, porque es el momento de la realidad”, explica el director de Delfos, Luis Dall´Aglio. “Hay un malestar flotante, porque quizás muchos que votaron a Mauricio Macri se sienten, de alguna manera, responsables de haber tomado esa decisión, por lo tanto esto trasunta un segundo sentimiento de comprender que hay un tránsito que recorrer pero que claramente está afectando a su economía… hay una suerte de aguante todavía, a la espera de que en el segundo semestre se empiecen a cumplir las promesas de Mauricio Macri”.
Hoy, que comienza el segundo semestre, es oportuno recuperar un texto en el que hace exactamente un mes, desde las páginas de La Nación, Martín Dinatale realizaba el siguiente análisis: “El Gobierno ingresó en la cuenta regresiva hacia el sueño dorado del segundo semestre con la lluvia de capitales extranjeros que prometió Mauricio Macri para mejorar la alicaída economía Argentina. Pero los resultados no son los esperados: hasta ahora no sólo que no llegaron fuertes inversiones externas sino que la Casa Rosada empieza a dar muestras de preocupación y de cierta desesperación en sus gestos al mundo. El problema de Macri no es que las inversiones extranjeras no vendrán a la Argentina ya que hay un marcado interés del mundo por el país. El inconveniente es que hubo un error de cálculo político en los tiempos prometidos o en lo que la sociología moderna denomina una ‘excesiva generación de expectativas sociales’. Al no poder cumplir en tiempo y forma con esas expectativas fijadas para el segundo semestre, la Casa Rosada empieza a dar gestos y señales de preocupación real”. Este párrafo plantea con claridad meridiana el riesgo de la burbuja de expectativas, dado que uno de los hallazgos de las ciencias sociales en las últimas décadas es precisamente que las situaciones en las cuales las expectativas crecen por encima de las condiciones estructurales objetivas de mejoría son desencadenantes de crisis.
Concluye Dinatale: “Desde que llegó Macri al poder ya pasaron más de siete jefes de Estado por Buenos Aires, el Presidente visitó al menos cuatro países, estuvo en el Foro de Davos y hasta septiembre tiene una agenda mundial ajetreada que lo llevará a un foro económico latinoamericano en Colombia, a la Unión Europea en Bruselas, a la Alemania de Merkel, a la reunión de países de la Alianza del Pacífico en Chile, a la ONU y a la cumbre del G20 en China. Luego de ese largo listado de visitas y gestos internacionales hubo y habrá promesas de multimillonarias inversiones extranjeras en la Argentina. Pero nadie promete lluvia de dólares en el segundo semestre de este año (…) El cortoplacismo argentino sumado a la excesiva generación de expectativas y a la desesperación por ver resultados puede ser un cóctel explosivo para un gobierno que prometió demasiado en tan corto plazo y un mundo que aún mira con desconfianza a la Argentina”. En resumen, una coyuntura percibida de manera negativa abona un consenso frágil sostenido por expectativas de mejora en un plazo mucho más corto que las posibilidades de mejoría reales, abonando el terreno para un potencial estallido de la burbuja.
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