Unas décadas después de la discusión original, el semiólogo italiano Umberto Eco la retomó y actualizó en el libro que le da título a estas dos entradas, intentando plantear una suerte de síntesis superadora de la antinomia. La publicación de Apocalípticos e Integrados en 1964 instaló a Eco en la discusión del fenómeno cultural como núcleo problematizador de la sociedad, e incorpora los elementos de la vida cotidiana (publicidad, seriales radiofónicos, historietas) al ámbito objetual de indagación científica. Asimismo, el autor trabaja también en el campo de la teoría de la recepción desde una posición superadora de las teorías clásicas de los efectos, y una consideración del público como elemento activo del proceso comunicativo, como por ejemplo en ¿El público perjudica a la televisión? (1979).
Eco considera
que "todo aumento cultural -sea cual fuere el proyecto ideológico que lo
determina- produce resultados que, en dialéctica con circunstancias dadas, va
mucho más allá de las previsiones de los estrategas o los estudiosos de la
comunicación": los procesos así desencadenados suelen escapar al control
de quien suministró el elemento detonante.
El autor reclama
estudiar el fenómeno atendiendo a que las condiciones objetivas de las
comunicaciones de masas son las dadas por la existencia real y concreta de los
medios masivos: "el empleo indiscriminado de un concepto fetiche como el
de 'industria cultural' implica, en el fondo, la incapacidad misma de aceptar
estos acontecimientos históricos, y -con ellos- la perspectiva de una humanidad
capaz de operar sobre la historia". El apocalíptico no intenta examinar
concretamente los productos ni las formas en que son consumidos; reduce los
productos de masa a fetiche a la vez que reduce los consumidores a hombre masa.
En lugar de
denostar todo el sistema en bloque y empecinarse en la idea de un modelo como
totalidad inescindible, Eco afirma que debe tenerse en cuenta que "en el
interior del modelo continúan agitándose las contradicciones concretas, y que
por tanto se establece una dialéctica de fenómenos tal que todo hecho que
modifique un aspecto del conjunto, aunque aparentemente pierda relieve ante la
capacidad de recuperación del sistema-modelo, en realidad nos restituye no ya
el sistema A inicial sino un sistema A1 ”.
Escapando por
entre los cuernos de la argumentación de los tres niveles culturales (high,
middle y brow ), Eco sostiene que dicha diferencia no
configura a priori una diferencia de valor sino más bien una distinción en la
relación en la que cada sujeto se sitúa a su vez: "entre el consumidor de
poesía de Pound y el consumidor de novela policíaca, no existe, por derecho,
diferencia alguna de clase social o nivel intelectual. Cada uno de nosotros
puede ser lo uno o lo otro en distintos momentos, en el primer caso buscando
una excitación de tipo altamente especializado, en el otro una forma de
distracción capaz de contener una categoría de valores específica", dice
Eco. La relación de intencionalidad fruitiva, además, posee la propiedad de
alterar la capacidad informativa del mensaje.
Hay que
contextualizar el aporte de Eco respecto de esta problemática considerando que
las teorías de los medios se revitalizan con la semiótica en tanto que sistema
de interpretación de la cultura de masas. En cuanto se pone el acento en la
interpretación y comprensión del sentido y la significación de la comunicación,
creemos que los aportes de la semiótica pueden vincularse con el desarrollo de
la perspectiva interpretativa. Esto implica también deslindar los límites de la
aplicación de una teoría como la de Shannon-Weaver a la comunicación humana:
"Una vez que un ser humano recibe las señales, la teoría de la información
no tiene ya nada qué decir y cede el puesto a una semiología y a una semántica,
puesto que se entra en el universo del significado", afirma el autor. El
interés por la génesis del sentido y el ingreso al universo de la significación
abonan nuestra tesis de que la semiótica de la comunicación se emparenta con la
perspectiva interpretativa.
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