En la
entrada previa discutíamos la línea interpretativa según la cual hoy existiría un
límite para el crecimiento del malestar (que traduciría también las
limitaciones de una espiralización adversa al gobierno), dado por las
condiciones objetivas estructurales del modelo “K”, que (según esta línea interpretativa) en su etapa actual afectaría a la clase media y media alta (con medidas como el cepo cambiario, presión
impositiva creciente en un contexto inflacionario, etc.) pero sin erosionar su
base de sustentación en los sectores de clase media baja y bajos (beneficiados
por la acción social y el sostenimiento del empleo y el consumo básico, entre otras medidas).
Eso
reafirmaría la tesis de López respecto de que oficialismo y oposición han
constituido electorados estancos, es decir sin vasos comunicantes entre sí: según
esta tesis, en términos macro (generales) los caceroleros del jueves 13/9 serían
parte del 46% que en octubre de 2011 no votó la reelección de la presidenta,
con lo cual las protestas en términos de volumen electoral no aportarían
novedad, ya que el oficialismo retendría el 54% que avaló la continuidad (esto
a su vez se articula con la discusión sobre la pregnancia que tiene el mensaje
de los medios adversos al gobierno, como discutimos en las entrada referidas al
“efecto de refuerzo”, tema sobre el que volveremos, dicho sea de paso).
Por nuestra
parte, nos sentimos más cerca de la postura de Federico González (de la
consultora Opinión Autenticada) que plantea lo que él llama “la teoría de los tres tercios” electorales:
un tercio que es muy favorable al kirchnerismo, otro que es decididamente antikirchnerista
y un tercio independiente, “que va y viene, y en esa porción el resultado
tiende a lo negativo” (sobre este punto, estoy de acuerdo con el carácter volátil
de su actitud y conducta, pero me parece prematuro todavía arriesgar un
pronóstico sobre cuánto de ese tercio se decanta hacia la desaprobación del
gobierno).
Los cambios
sociopolíticos de las últimas décadas señalan que existe efectivamente un
tercio del electorado que se comporta con alta volatilidad, por lo que el 54%
que el oficialismo obtuvo no es un resultado cautivo: se compone de 30% de
electores con tendencia favorable al kirchnerismo (y que acompañó con su voto
al oficialismo incluso en la peor elección nacional que éste hizo, en las
legislativas del 2009); el resto es electorado volátil, que se decantó por CFK
en 2011 por una mezcla de factores, pero podría votar por la oposición en otro
contexto.
En el mismo
sentido, el analista Rosendo Fraga afirma que “en Argentina, durante los nueve
años del kirchnerismo, se reconstituyó una clase media que había sido destruida
por la crisis de 2001-2002. Hoy, el 50% de la sociedad argentina entra en los
parámetros que caracterizan a la clase media, tanto por sus niveles educativos
y culturales, como por su ingreso. No se trata entonces de un grupo
minoritario, sino del más grande. Por
eso cuando en octubre del año pasado, la Presidenta fue reelecta con el 54% de
los votos, por lo menos uno cada tres de ellos ha provenido de la clase media. El
voto de este segmento tiene como característica su independencia y, de acuerdo
a ello, puede cambiar. En 2009, la clase media tanto urbana como rural, no votó
por el oficialismo, que quedó reducido a un tercio del electorado, en general
proveniente de los estratos más populares, históricamente votantes del peronismo.
Pero el año pasado, el oficialismo recuperó los votos de la clase media que
había perdido, como lo mostró no sólo el alto porcentaje, sino los resultados
en varias de las grandes ciudades. La cuestión es que ahora parte de esos votos
de clase media se han alejado, y esta protesta lo muestra. La derrota de 2009 y
la victoria de 2011 evidencian para el oficialismo lo que significa tener o no tener la adhesión de la
clase media”. Dedicaremos a esta discusión en al menos una entrada más (aunque
no necesariamente consecutiva).
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