En la entrada anterior planteábamos la discusión de si podíamos estar asistiendo a un fenómeno de espiralización ascendente del descontento con el gobierno (y como efecto concomitante, de espiralización descendente de sus adherentes o defensores). Con prudencia y sin ánimo de hacer futurología (en su clásica obra El oficio de sociólogo, Bourdieu nos advierte contra la tentación del profetismo) seguiremos abordando este tema, repasando opiniones de analistas y haciendo acotaciones por nuestra propia cuenta (y riesgo).
Como
veíamos en la entrada anterior, Sergio Berensztein (de Poliarquía) destacaba la fuerza
de la protesta y su potencial para alterar la correlación de fuerzas políticas
en el terreno de la opinión pública. Profundizando esa apreciación, otros analistas
encuentran en el fenómeno la oportunidad para que alumbre un movimiento que aglutine
a varios sectores de la sociedad, trascendiendo su inicial extracto de clase
media. "Los fenómenos sociales son difíciles de predecir, pero esto es un principio
de algo. Hace seis meses era impensable ver una manifestación de este tipo. Y
ahora se empiezan a ver síntomas de malestar (…) creo que el motor de este
movimiento es el propio Gobierno: en la medida en que siga descalificando y
combatiendo a sectores de la sociedad, habrá un clima propicio para que esto
crezca", señaló Alejandro Corbacho,
catedrático de Ciencias Políticas en la Ucema.
En
cambio, veíamos que para Artemio López (Consultora Equis) el fenómeno tiene escasas
posibilidades de escalar, dado que en su opinión no existe un contexto
favorable para ello, como sería el caso si hubiera caída del empleo o del
consumo. De acuerdo a las tendencias recientes (algunas de las cuales hemos
revisado en este blog) eso es cierto: en el peor de los casos, empleo y consumo
se encuentran estancados (en el consumo, habrá que esperar a ver cómo
cierra el año para verificar si el repunte que se insinuó en agosto se sostiene
en el último trimestre del 2012) y si ambas son condiciones sine qua non para
esa espiralización adversa, entonces la misma no tendría lugar. Algo parecido
plantea el consultor Carlos Fara cuando dice que "el Ejecutivo va a estar
tranquilo en la medida en que sienta que no es ‘su público' el que participa de
estas protestas. Su apuesta es que, con una recuperación económica en 2013,
pueda revertir la actual situación".
¿Pero
son realmente condiciones indispensables para el crecimiento del malestar? Las
opiniones aquí son encontradas. Según Marcos Novaro, director del Centro de
Investigaciones Políticas, "lo que se ha visto ahora es el malhumor del
ciudadano de clase media, que ya venía acumulando enojo con el Gobierno. Pero
ese malestar aún no se ha canalizado, al menos de manera significativa, hacia
otros sectores más bajos de la sociedad".
Estaríamos
en este caso en un escenario muy distinto al de la crisis del 2001 y el "Que se vayan todos" (con el que algunos analistas han tratado de comparar la protesta del jueves 13, a partir de la premisa que sería un llamado de atención tanto para el gobierno como la oposición). En esa crisis, la consigna “piquete y cacerola, la lucha es una sola” expresaba una (frágil,
momentánea) alianza de clase entre los sectores medios (afectados centralmente
por el corralito que detonó el estallido final de la convertibilidad) y los
bajos (afectados principalmente por el desempleo generado por la
convertibilidad a lo largo de su ciclo). Doce años después, en cambio, la clase
media recela de los piquetes, y viceversa, con lo cual esa alianza parece
impensable.
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