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sobre este tema, Mora y Araujo marcaba un cíclico problema de desacople de
agendas que terminaba afectando a todos los gobiernos democráticos desde 1983;
en el caso del kirchnerismo, decía el sociólogo, fue sorprendido por la nueva
demanda de seguridad y no pudo manejar las necesidades sociales de mantener la
inflación bajo control: “Cristina ya está
desbordada por esas demandas, pero continúa negando que el problema exista”. Luego, planteaba que “estos treinta años son la historia de una sociedad que sufre los
problemas de la coyuntura sin encontrar el camino de las soluciones, y así
sigue deslizándose hacia abajo, a veces imperceptiblemente. Una sociedad que
demanda poco: menos crimen, menos inflación, más empleo, un poco de
institucionalidad, no mucho más que eso, y no encuentra dirigentes capaces de
hacerse cargo de todos esos problemas, no de uno a la vez”.
Si atendemos a la última
parte del argumento, advertimos que las demandas están compuestas por un cóctel
que mezcla cierto carácter coyuntural (pongamos, la inflación) con otros
reclamos bastante básicos: la inseguridad, el empleo, algo de institucionalidad…
En esto, Mora coincide con otro sociólogo, Hugo Haime: “Habitualmente, las demandas se estructuran alrededor de pocas
temáticas, y el modo en que se expresan cambia según circunstancias históricas,
coyunturas políticas y pertenencia a segmentos sociales. Dichas demandas están
relacionadas con el presente y el futuro, con vivir, alimentarse y proyectarse
en el tiempo. En general están vinculadas con el trabajo, la seguridad física,
el cuidado de la salud y la educación (…)
Haime introduce luego un
elemento importante en su argumento: “Las
demandas de los ciudadanos son más simples que las de los dirigentes políticos.
Básicamente son la generación de condiciones que posibiliten el bienestar
económico, la seguridad para sus vidas y bienes, y el funcionamiento adecuado
de los sistemas educativos y de salud. Estos deseos básicos (seguridad,
protección, inserción social, bienestar económico), que hacen a condiciones
mínimas pero esenciales de la vida cotidiana de las personas, están presentes
en las demandas que toda sociedad realiza a sus gobernantes y dirigentes”.
Más allá de los matices
entre especialistas, el trasfondo conceptual es común: por debajo de la
superficie de la coyuntura, existen demandas estructurales o permanentes del
electorado hacia los gobiernos. Desde esa perspectiva, Mora y Araujo habla de
desacoples en el sentido de que los gobiernos niegan los problemas que el
electorado demanda atender (en su argumento, CFK cae en el mismo vicio que
Menem y Alfonsín en su momento, es decir, no hacerse cargo de demandas
emergentes). Mora parece atribuir el problema a una actitud negadora desde el
gobierno (una suerte de interpretación psicologista). Haime, en cambio, estaría
sugiriendo que la brecha se da porque a la simpleza de la demanda electoral se opone
la complejidad de la agenda política: aquí la interpretación psicologista (e
incluso pedagógica) desde el poder sería la de que el electorado opera por “pedidos
desplazados”, es decir, demanda “X” pero en realidad “X” se resuelve con “Y”
(vamos a poner un ejemplo: un “progresista” diría que el electorado demanda
seguridad, pero la seguridad se resuelve con educación, empleo, etc… no con más
dispositivos de seguridad en sí mismos; de ahí el concepto de “pedido
desplazado”, en el sentido de que la agenda de la gente se activaría “reprimiendo
el síntoma”, mientras que la política, según esta teoría, debería operar sobre
las causas).
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