martes, 25 de marzo de 2014

Demandas nuevas, demandas resignificadas (2)

En la entrada previa sobre este tema, Mora y Araujo marcaba un cíclico problema de desacople de agendas que terminaba afectando a todos los gobiernos democráticos desde 1983; en el caso del kirchnerismo, decía el sociólogo, fue sorprendido por la nueva demanda de seguridad y no pudo manejar las necesidades sociales de mantener la inflación bajo control: “Cristina ya está desbordada por esas demandas, pero continúa negando que el problema exista”.  Luego, planteaba que “estos treinta años son la historia de una sociedad que sufre los problemas de la coyuntura sin encontrar el camino de las soluciones, y así sigue deslizándose hacia abajo, a veces imperceptiblemente. Una sociedad que demanda poco: menos crimen, menos inflación, más empleo, un poco de institucionalidad, no mucho más que eso, y no encuentra dirigentes capaces de hacerse cargo de todos esos problemas, no de uno a la vez”.

Si atendemos a la última parte del argumento, advertimos que las demandas están compuestas por un cóctel que mezcla cierto carácter coyuntural (pongamos, la inflación) con otros reclamos bastante básicos: la inseguridad, el empleo, algo de institucionalidad… En esto, Mora coincide con otro sociólogo, Hugo Haime: “Habitualmente, las demandas se estructuran alrededor de pocas temáticas, y el modo en que se expresan cambia según circunstancias históricas, coyunturas políticas y pertenencia a segmentos sociales. Dichas demandas están relacionadas con el presente y el futuro, con vivir, alimentarse y proyectarse en el tiempo. En general están vinculadas con el trabajo, la seguridad física, el cuidado de la salud y la educación (…)  

Haime introduce luego un elemento importante en su argumento: “Las demandas de los ciudadanos son más simples que las de los dirigentes políticos. Básicamente son la generación de condiciones que posibiliten el bienestar económico, la seguridad para sus vidas y bienes, y el funcionamiento adecuado de los sistemas educativos y de salud. Estos deseos básicos (seguridad, protección, inserción social, bienestar económico), que hacen a condiciones mínimas pero esenciales de la vida cotidiana de las personas, están presentes en las demandas que toda sociedad realiza a sus gobernantes y dirigentes”.

Más allá de los matices entre especialistas, el trasfondo conceptual es común: por debajo de la superficie de la coyuntura, existen demandas estructurales o permanentes del electorado hacia los gobiernos. Desde esa perspectiva, Mora y Araujo habla de desacoples en el sentido de que los gobiernos niegan los problemas que el electorado demanda atender (en su argumento, CFK cae en el mismo vicio que Menem y Alfonsín en su momento, es decir, no hacerse cargo de demandas emergentes). Mora parece atribuir el problema a una actitud negadora desde el gobierno (una suerte de interpretación psicologista). Haime, en cambio, estaría sugiriendo que la brecha se da porque a la simpleza de la demanda electoral se opone la complejidad de la agenda política: aquí la interpretación psicologista (e incluso pedagógica) desde el poder sería la de que el electorado opera por “pedidos desplazados”, es decir, demanda “X” pero en realidad “X” se resuelve con “Y” (vamos a poner un ejemplo: un “progresista” diría que el electorado demanda seguridad, pero la seguridad se resuelve con educación, empleo, etc… no con más dispositivos de seguridad en sí mismos; de ahí el concepto de “pedido desplazado”, en el sentido de que la agenda de la gente se activaría “reprimiendo el síntoma”, mientras que la política, según esta teoría, debería operar sobre las causas).

Tenemos hasta ahora dos enfoques para explicar el “gap” o desacople de agendas; existen al menos otros cuatro enfoques posibles de la cuestión. Uno (lo pongamos como tercero), el simple, y achaca el conflicto a la incapacidad de los gobiernos para resolver las demandas: esa incapacidad puede darse en el marco del diagnóstico de problemas (no los ve) o en el plano de la intervención o praxis (los ve, pero no sabe cómo resolverlos, entonces los niega, o bien no opera sobre ellos). Convengamos que con el desarrollo actual de la ciencia aplicada lo primero (no ver los problemas) se hace más difícil de sostener, aunque sigue entrando en el terreno de lo posible. Un cuarto enfoque también bastante simple y lineal, sería el de la “perversidad” o, si queremos quitarle la resonancia moral, el de la intencionalidad sistémica: el gobierno sabe que existe X problema, pero no lo atiende porque no le importa resolverlo, o porque defiende intereses a los que le conviene que exista ese problema. Un quinto enfoque, menos lineal, es el de las consecuencias de la aplicación de un modelo (deseadas o no): por ejemplo, durante la convertibilidad, el desempleo sería una consecuencia “viciosa” de ese modelo, que había tenido la “virtud” de resolver la inflación; hoy, podría decirse desde este enfoque, la inflación es una consecuencia “viciosa” de un modelo que tuvo la “virtud” de recuperar el consumo interno, por ejemplo. Existe, sin embargo, un sexto enfoque posible, que desarrollaremos en la siguiente entrada.

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