“La opinión pública se movió
incesantemente en oscilaciones más o menos bruscas (las he caracterizado en mi
libro La Argentina bipolar), ajustando sus prioridades a los problemas de cada
hora. A su vez, los gobiernos tendieron a mostrarse rígidos e inflexibles en su
propia agenda. En ese juego entre la sociedad y sus gobiernos se generaron
ciclos de entusiasmo y optimismo seguidos de ciclos de frustración y pesimismo.
En estos treinta años no se establecieron otros consensos sociales básicos, que
son la base de una mínima estabilidad de las políticas públicas en los sistemas
democráticos”,
sostiene Manuel Mora y Araujo.
La tesis del sociólogo es
que hay una constante que atraviesa transversalmente los 30 años de democracia:
el recurrente desajuste entre la agenda de la gente (los temas que la población
considera prioritarios en cada momento) y la de los gobernantes. “La sociedad va cambiando fluidamente sus
demandas, los gobiernos se aferran a la agenda con la cual ganan una elección.
El resultado es un ciclo repetido, en el que se pasa de un gran entusiasmo
inicial con cada gobierno electo a la frustración y el fastidio”. Mora y
Araujo repasa las presidencias desde 1983 para sostener esa tesis: Alfonsín
propuso establecer una democracia libre de factores de poder corporativos, y
entusiasmó, pero años después no pudo resolver el problema de la inflación; Menem
llegó al triunfo montado en esa decepción, fue exitoso en combatir la inflación,
pero generó problemas nuevos (como el desempleo, anota Mora y Araujo;
corrupción, deuda, pérdida del patrimonio público, agregamos nosotros, sin
pretender agotar la lista), “hasta que
sobrevino el divorcio”; eso que allanó el camino a la experiencia de la Alianza
encabezada por De la Rúa -efímera y sonoramente fracasada, que abrió la senda
para el regreso del PJ al poder, primero con el interinato de Eduardo Duhalde y
luego con la asunción de Néstor Kirchner-.
Según Mora y Araujo, “Néstor Kirchner asumió en un país que salía
de una profunda crisis pero con una economía ya en recuperación, y continuó por
ese camino”. Agregamos nosotros: la primera etapa del kirchnerismo también
se montó sobre la necesidad de reconstruir el poder de la figura presidencial
(fuertemente erosionada en la experiencia de la Alianza), lo cual hizo de
manera exitosa. Sin embargo, ese mismo fortalecimiento es el que genera más
tarde gran parte de los cuestionamientos. “Hasta que
sobrevino el divorcio”, escribe el sociólogo más arriba; la analogía es
pertinente, ya que se refiere a patrones vinculares que resultan aplicables
tanto a nivel micro como macro: muchas parejas se separan por lo mismo que en
su momento se juntaron, del mismo modo que en opinión pública lo que primero
aparece como virtud de un gobierno, luego es decodificado como exceso.
Lo que subyace en el planteo es un problema de desacople de agenda: hoy Cristina, ayer Alfonsín y Menem, en síntesis, la figura presidencial en cada etapa, fueron votadas por el electorado para que resolviera determinado orden de problemas (con cierto foco). Sin embargo pero la coyuntura funciona como un blanco móvil que en algún momento le quita valor a los logros pasados y, en cambio, plantea nuevos desafíos emergentes o bien resignifica (por no decir resemantiza) las antiguas demandas: donde antes se privilegiaba la institucionalidad luego se pondera el orden económico (le pasó a Alfonsín), donde antes se premiaba la estabilidad después se cuestiona el costo con que se logró la misma (Menem). Otro tanto sucede con el kirchnerismo: para el sociólogo, la agenda K estuvo inicialmente orientada hacia sectores de la clase media (derechos humanos, subsidios a los servicios públicos) y fue reorientando su objetivo hacia los sectores más pobres. Sin embargo, el kirchnerismo fue sorprendido, según el autor, por "la nueva demanda de seguridad y no pudo manejar las necesidades sociales de mantener la inflación bajo control".
Que lástima que Mora y Araujo no tenga una revisión de sus propias premisas, ya que en los últimos años la agenda de la gente lleva de las narices al gobierno, y esta inversión es la que ha permitido que los opositores ganen visibilidad como "portavoces" de lo que sigue por hacer (estrategia de la complementariedad). Por otro lado, el tema de la demanda no es tan lineal como lo intenta proponer MyA insistentemente, dejando de lado los efectos del mundo sobre las políticas de un estado, sería importante reconocer que cada significante de demanda atraviesa de un ciclo en el sentido, es decir, es originalmente vacío y luego a medida que adquiere sentido se va logrando su carácter hegemónico, este ciclo nunca es tan fácil de estimar. Debiera quizás MyA, pero ya esta muy vetusto para hacerlo, leer La Razón Populista de Ernesto Laclau, o porque no dedicarse a disfrutar de sus nietos.
ResponderEliminarGracias por el aporte, Marina! (más allá de la dureza contra Mya)... saludos!
ResponderEliminar