jueves, 6 de junio de 2013

Balance: una década de política K (3)

El papel del Estado en tanto que actor político fundamental no puede reducirse al mero arbitraje y la neutralidad: necesariamente operará a favor de ciertos sectores y en contra de otros, cualquiera sea la constelación de factores de poder preexistente a su intervención. Un poder político que siempre eluda la confrontación y el antagonismo se autocondena a la impotencia y al mantenimiento del status quo; cualquier consenso resulta de una articulación hegemónica, de la victoria temporal de una determinada coalición de fuerzas políticas.

Si no puede haber consenso universal desprovisto de problematicidad, se deduce que su carácter es necesariamente provisorio o, como lo expresa Laclau (en la foto que ilustra este post, junto con Néstor Kirchner), performativo: “la unidad de un conjunto de sectores no es un dato, es un proyecto de construcción política. El significado político de un movimiento depende de la articulación hegemónica con otras luchas y reivindicaciones". El autor plantea así el carácter incompleto, abierto y políticamente negociable de toda identidad: "la relación de articulación no es una relación de necesidad. La hegemonía supone el carácter incompleto y abierto de lo social, que sólo puede construirse en un campo dominado por prácticas articulatorias”.

Creemos que la recuperación del poder ordenador del Estado (otro de los rasgos de la década K) es representativa de estos conceptos y de las tensiones inherentes a la categoría de hegemonía. Durante esta década, la magnitud y gravitación del Estado crecieron cuantitativamente y cualitativamente, traduciéndose en incumbencias más amplias y complejas. Ese ese cambio en el rol estatal no careció de polémica, confrontación y antagonismo; y aun así, se construyó consenso en torno a la revalorización del Estado. Recientemente, desde Página/12 Raúl Kollman repasó datos de una encuesta de la consultora CEOP (de Roberto Bacman): hay un 71 por ciento de los consultados que están de acuerdo con la AUH, es decir que es una medida que tiene un enorme consenso. Pero otras decisiones, que incluso produjeron un enorme rechazo mediático, y lo siguen produciendo, como la estatización de YPF, Aerolíneas Argentinas y las AFJP, también tienen un respaldo ampliamente mayoritario. Se lanzaron argumentos sobre una supuesta inseguridad jurídica, las pérdidas de la aerolínea, se les dio gran repercusión a las quejas españolas, pero la gente se mantuvo muy firme en la mirada. La estatización de YPF tiene el apoyo del 74 por ciento de los consultados, es decir, tres de cada cuatro argentinos. La estatización de Aerolíneas cuenta con el respaldo del 64 por ciento y la de las AFJP con el 62. Pero la presencia estatal cuenta con aprobación también en el área de medios. Y hubo –y hay– una furibunda condena mediática al Fútbol para Todos, señalando que el Estado no tiene por qué meterse ni financiar las transmisiones. Sin embargo, es una de las medidas más apoyadas del kirchnerismo: nada menos que el 88 por ciento la respalda. Respecto de la ley de medios, el apoyo estuvo desde un principio, ni bien se aprobó en el Congreso, y sigue en el 67 por ciento, pese al furibundo cuestionamiento desatado en los tres últimos años y al hecho de que la ley está trabada por la Justicia desde que se votó.

Huelga decir que ese consenso no es universal y tampoco ha sido conquistado de una vez y para siempre: su historicidad es inseparable de su carácter provisorio, resultante de una articulación hegemónica determinada. Asimismo, el formato particular de intervencionismo kirchnerista muestra aciertos, desaciertos y grises, que van desde la extensión de la cobertura previsional a niveles récord hasta, en el otro extremo, la incompetencia, la imprevisión e incluso la corrupción que se pusieron de manifiesto en tragedias como la de Once y las inundaciones de Buenos Aires. Como lo expresó Mario Wainfeld en Página/12, “el kirchnerismo sacó al país de un pozo con decisiones básicas y bien rumbeadas. Su concepción sobre el Estado seguramente mutó con el conflicto de las retenciones móviles. Es sugestivo preguntarse por qué, visto en perspectiva, una derrota táctica formidable se transformó en una victoria ulterior. Acaso parte de la explicación es que se puso sobre el tapete el rol del Estado y que las consecuencias impactaron en el imaginario colectivo y en el del propio oficialismo. Un intervencionismo mayor, más preciso ideológicamente e innovador fue una de las derivaciones. La construcción, empero, es imperfecta, un poco a la que te criaste. Y contiene dialécticamente a lo viejo y a lo antagónico”.

Más aún, se puede afirmar también que ese cambio en el rol estatal anticipa el surgimiento de nuevas tensiones y conflictos inevitables, que deberán ser asumidos por la agenda de los futuros gobiernos, ya sea que pertenezcan a un signo kirchnerista, antikirchnerista o poskirchnerista. Cerramos nuevamente con Laclau: “La politización de las relaciones sociales está en la base de nuevos y numerosos antagonismos y hoy asistimos a una politización más radical que nunca. En todos los dominios en los que el Estado interviene se produjo una expansión del campo de la conflictividad social y la consecuente emergencia de nuevos sujetos políticos (…) La extensión de la conflictividad social a una amplia variedad de terrenos crea el potencial (pero sólo el potencial) para el avance hacia sociedades más libres, democráticas e igualitarias”. El paréntesis del autor no es un detalle menor: el futuro es una posibilidad abierta tanto para un proyecto de radicalización de la democracia como para una restauración de carácter conservador. 

6 comentarios:

  1. Vivimos épocas de grandes crisis: crisis económica, crisis social, crisis política. Pero la que más resalta y nos afecta es la crisis de la confianza: se ha perdido por algún rincón de uno vaya a saber dónde el criterio para evaluar las decisiones que se toman como sociedad y como seres humanos. Porque no es lo mismo actuar como personas individuales y pensantes, que como elementos constitutivos de un bloque que se mueve de acá para allá. ¿Pensantes dije? Bueno, por ahí caemos en la mala costumbre de actuar por inercia, casi por impulso. Y quizás son esos momentos donde, primero, nos alienamos con alguna mayoría (el oficialismo o la oposición, claro, según desde dónde se la mire), y segundo, donde herimos cruelmente nuestra confianza, esa que depositamos en el otro, ya sea para formar una familia, o para dejar que nos gobierne.
    La década K implicó muchos cambios: la llegada de Néstor pareció ser una nueva brisa dentro de la sofocación que fue la década del 90 de la mano de Carlos Menem, mezclada con una pizca de Fernando De la Rúa, más un sinfín de presidentes que tuvimos en tan sólo algunos meses. Finalmente Eduardo Duhalde sería quien daría la bienvenida a la persona cuyo apellido, diez años después, seguiría tan vigente.
    Ya la confianza estaba complicada, considerando que tantas caras habían hecho promesas que llegaron a terminar en tragedias. Como en el caso del famoso 'corralito' del 2001 que desató la ira de un país que sintió cómo le metían, descaradamente, la mano en el bolsillo.

    ResponderEliminar
  2. Pero volviendo a las modificaciones que trajo aparejada la llegada del presidente Kirchner, los aires eran otros: se trataba de alguien nuevo, al menos para todos los que no conformábamos el Sur del país. Dicen que a veces es mejor una renovación total que continuar arrastrando lo viejo que ya no es útil. Sin embargo, en nuestro caso quedaban las migas de lo que el poder se había comido: no había ni siquiera algo viejo para modificar.
    En un escenario prácticamente vacío, los Kirchner asentaron bandera. La imagen positiva subió de un 30% a un 77%, tal como lo manifiesta Raúl Kollman en su artículo 'El balance de una década': 'Antes de las elecciones de 2003, Néstor Kirchner recogía un 30 por ciento de opiniones positivas en las encuestas realizadas en ese momento. Al final de su mandato, el porcentaje trepó a prácticamente el 77 por ciento. Esto se verificó en términos electorales: del 22 por ciento de los votos obtenidos en 2003 se pasó al 45 por ciento en 2007 y al 54 por ciento en 2011'.
    El Centro de Estudios de Opinión Pública realizó un trabajo que consistió en una encuesta telefónica sobre la opinión de más de mil casos respecto a la década K, cuyos resultados arrojaron lo que manifiesta el artículo que estoy comentando. Sin embargo, es importante destacar tres cosas: en primer lugar, que si bien se trata de una técnica de medición que permite conformar una muestra grande y geográficamente dispersa, la duración de la entrevista es más limitada, no permite realizar demostraciones, y condiciona la cantidad de preguntas. En segundo lugar, se podría haber recurrido a la encuesta domiciliaria considerando que la opinión pública sobre los años de gobierno K resultan importantes en épocas donde se acercan las elecciones legislativas, y son el principal puntapié paras las elecciones posteriores, y este tipo de encuesta es la más fiables ya que permite la construcción de un vínculo mayor con el entrevistado, además de darle un enfoque universal a la investigación. Finalmente, siempre está la presencia del error muestral, ya que la encuesta no se elevó a toda la población sino que se tomó una muestra de la misma. Pero aun siendo un error dentro de los parámetros permitidos, los resultados obtenidos en esta clase de encuestas de opinión deben tener en cuenta que en los fenómenos sociales existen un componente de indeterminación, especialmente en los hechos alejados en el tiempo. De manera que para comprobar los porcentajes respecto de los logros y fracasos de la era kirchnerista, se deberá esperar la época electoral.
    De todos modos, con Néstor y Cristina la necesidad de estabilidad estaba siendo satisfecha, era como una curita a la profunda herida que le habían provocado a nuestra confianza todos los que llevaron la banda presidencial.
    Pero el tiempo a veces cura, y a veces extiende el dolor. Y lo que comenzó siendo cuatro años, luego fueron cuatro años más, y hoy vamos camino a los doce años de ser dirigidos, orientados, protegidos, organizados, por la familia Kirchner. O al menos estuvo el intento. O quizás ya no. Eso no lo sabremos. Porque ya no creemos debido a que la confianza fue depositada en un congelador, y ahí está, a la espera de que un día volvamos a buscarla. Desconfiamos de los funcionarios, desconfiamos de los medios de comunicación, desconfiamos de las estadísticas, desconfiamos de los precios.Hemos aprendido a desarrollar la capacidad de dudar, lo cual no es malo, pero sí es un arma de doble filo: el que duda de todo, no sabe tomar decisiones.

    María Florencia Lanter

    ResponderEliminar
  3. Gracias por tu aporte, María Florencia! De todos modos, tanto las encuestas como los resultados electorales funcionan como juicios históricos provisorios... recordemos que en 2007 el FPV hizo una elección de 45-47% a nivel nacional, en 2009 bajó a 35% y en 2011 subió a 54%. Las opiniones, evidentemente, tienen volatilidad. Saludos!

    ResponderEliminar
  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  5. Sin duda el kichnerismo asumió en una argentina que estaba fuertemente golpeada, tanto en lo político como en lo económico y social. La gente esperaba un cambio con la esperanza de la "salvación" de aquella fuerte crisis, después del los años 90, la década de las privatizaciones y la prioridad de fortalecer solo el mercado interior. Con el modelo "neokeynesianista" como lo llaman los dirigentes K, significaba un cambio totalmente radical: fortalecer el mercado interno, recuperar las empresas vendidas, planes de distribución del ingreso y de previsión social, el desendeudamiento y por supuesto la estatización, el rol del estado es la clave fundamental del kirchnerismo para "sacar a Argentina adelante". Con estas medidas, en los primeros años de mandato, se pudo salir de la crisis, disminuir los indices de desempleo y pobreza, y lo que el modelo k promocionaba: un pais "mas igualitario". Por lo cual, era deducible que la imagen del kirchnerismo sería positiva, sin embargo, al tratarse de un fenómeno social, estos porcentajes varían ineludiblemente, y no se sostendrán estas caracteristicas positivas en la mente de la gente para siempre. Ademas hay que tener en cuenta que los modelos de gobierno argentinos generalmente son "cortoplacistas" y terminan decayendo y por ende la opinión de la gente. Aunque en este caso particular, si bien existe una oposición, esta sumamente fragmentada y no hay una figura solida, por lo que la otra parte que corresponde al kichnerismo, una figura solida, obtendría la mayoría.
    Por otra parte, siempre está la presencia del error muestral, ya que la encuesta no se elevó a toda la población sino que se tomó una muestra de la misma. Y en los datos de la encuesta realizada no expresa cuanto es el margen de error entre de los porcentajes comparativos sobre la imagen del kirchnerismo. Por ser un muestreo probabilistico, específicamente estratificado (ya que se respetó la proporción por edad, sexo y nivel económico-social en la que se conformo la muestra) se puede calcular el error muestral.
    Ademas, al ser una encuesta de opinión publica, donde la mayoría de las preguntas son cerradas,dentro de un cuestionario estandarizado, coincido con Florencia en que es una entrevista limitada y condiciona las preguntas.
    Teniendo en cuenta como variaron los porcentajes en el 2007 con una elección del 45- 47% que luego bajó en 2009 y volvió a subir en 2011, también coincido totalmente con que no son datos estáticos y universales, son provisorios donde luego se comprobaran resultados en los votos electorales. Algo central aquí es la determinación de los fenómenos sociales, estos tienen que ver con el tiempo y con los cambios de actitud en el tiempo.La dimensión temporal genera incertidumbre y va mas allá del error muestral de estimación según una inferencia estadística. La indeterminación es inevitable y natural en los fenómenos sociales.

    Agostina Herrera Brígido

    ResponderEliminar