En una columna escrita ya hace más de un año, el sociólogo Carlos de Angelis apuntaba: “Crear nuevas categorías políticas e instalarlas en la sociedad es una tarea de alta ingeniería social y una demostración de poder. En este sentido, el macrismo en su tiempo de gobierno ha convertido a la corrupción en uno de los elementos claves de la agenda política”. A renglón seguido, sin embargo, planteaba que el malestar socioeconómico desafiaba la efectividad de una agenda construida sobre ese eje: “se instaló un clima negativo por las dificultades para conservar el empleo, y para llegar a fin de mes. Esta percepción ya no es monopolio de los sectores medios bajos, sino que se expande hasta arriba de la pirámide social, muchos de los cuales ya están experimentando el incremento sideral aunque silencioso de las tarifas de luz y gas. Sobre estos miedos y compromisos se sobreimprime la amenaza de un cruento ajuste poselectoral (casi inevitable a la luz de los números del Estado), saben que el Gobierno no vacilará en llevarlo adelante, y que será más profundo con un triunfo electoral entre sus manos. En ese marco, bolsillo mata corrupción en la lucha entre las categorías”.
Precisamente esto que el consultor anticipó es lo que estamos viendo hoy: la corrupción cobró un renovado protagonismo en la agenda pública de la mano de dos causas de diversa resonancia e impacto (aportantes truchos en el caso de Cambiemos y cuadernos/coimas en el kirchnerismo), pero las preocupaciones siguen dominadas por los efectos socioeconómicos de la gestión Cambiemos y la crisis que ya el propio gobierno reconoce, pese a insistir en que es distinta de otras anteriores. Además, al haber también casos de corrupción que impactan en Cambiemos, esa Alianza ya no tiene la misma legitimidad que antes para capitalizar ese “issue”. Esta línea interpretativa es confirmada por diversos estudios. Según la medición de agosto de la consultora Synopsis, las preocupaciones económicas rozan el 55% de las menciones y la inflación casi duplica a la corrupción como “issue”, pese a que esta avanzó desde la encuesta anterior, al punto de disputar el segundo lugar con “desempleo” (la diferencia de 3,8 puntos porcentuales entre ambas no puede considerarse estadísticamente significativa; ver datos arriba, click para agrandar). Asimismo, el motor de las expectativas, aquel que le permitió al gobierno salir adelante de crisis anteriores, sigue apagado: apenas 25% de los argentinos cree que el año que viene el país va a estar mejor económicamente y apenas el 17% por ciento cree que le va a ir bien personalmente en lo económico, mientras que casi 50% espera un empeoramiento (ver datos arriba; click para agrandar). Se trata de las expectativas más negativas desde que Mauricio Macri asumió la presidencia y ambos guarismos perforan el orden de magnitud de los votos obtenidos por Cambiemos en las PASO del 2015: 30,15%. Esto confirma que el optimismo se va replegando y retrocede incluso hacia los umbrales inferiores del núcleo duro cambiemita. Con contraste, en octubre del 2017, cuando el oficialismo rondó el 42% del total de votos a nivel país, las expectativas positivas sobre el futuro del país alcanzaban el 43%, lo que sugiere que ambas variables están correlacionadas.
En ese marco, tampoco se verifican desplazamientos significativos en términos de imagen e intención de voto. La calificación positiva de la gestión de gobierno de Macri sigue por debajo del 30%: alcanza 28% en esta medición, con casi 51% de negativa; es decir, piso de positiva y pico de negativa en la serie evolutiva). En tanto, por espacio se registra un empate técnico entre Cambiemos y el kirchnerismo: 32,4% a 30,2%, una diferencia de 2,2 puntos porcentuales que no es estadísticamente significativa y resulta muy similar a la brecha que resultó del ballotage del 2015 (2,68 puntos porcentuales). Esto implica ni la causa de los cuadernos ni la de los aportantes truchos han cambiado la distribución de preferencias que confirma a Cambiemos y al kirchnerismo como los dos núcleos duros más fuertes a nivel país, ya que el peronismo federal aparece muy relegado, con apenas 10,7% (ver datos arriba; click para agrandar). No obstante, si comparamos estas tendencias con los resultados de las elecciones de medio término del 2017, sí se advierte un repliegue del oficialismo (del 42% al 32,4%, es decir casi 10 puntos porcentuales) y un módico avance de la principal fuerza opositora (del 23,5% al 30,2%, casi 7 puntos porcentuales) y un estancamiento del peronismo no K (la variación de 9,5% a 10,7% no puede considerarse estadísticamente significativa). Esto insinúa que marchamos hacia una nueva polarización, pues las terceras vías no capitalizan la corrupción K ni la M ni tampoco los efectos socioeconómicos de la gestión Macri.
Esta encuesta también confirma el acotado impacto del caso de los cuadernos en otro dato relevado. Si bien el 49,2% de los electores argentinos cree que lo que cuentan los cuadernos es cierto (contra 33,8% que no cree nada de lo que cuenta y 17% que no saben o no contestan), casi 83% no cambió su opinión de CFK a raíz del caso y quienes dijeron haberse convencido de que la ex presidenta es corrupta a raíz de la difusión del caso no llegan al 10% (ver datos arriba; click para agrandar). Aunque no se trata de una cifra estadísticamente no significativa (es mayor al error muestral), no se advierte que impacte en la intención de voto del espacio que lidera la presidenta, que incluso llega a disputar la condición de primera minoría al oficialismo.
Concepto acuñado por el filósofo inglés Joseph Glanvill, el clima de opinión nos rodea. Existen ciencias para medirlo, pero también hay lugar para lo inesperado, tal como el aleteo de una mariposa en Pekín puede desatar un huracán en México que contraríe el pronóstico del tiempo. Este blog de tendencias de opinión pública e influencia social pretende aportar elementos al "sensor cuasiestadístico" con que sondeamos el ambiente y ser un foro para intercambiar puntos de vista.
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