martes, 18 de septiembre de 2018

Un gobierno que tensa la grieta y se cierra sobre su núcleo duro

Cambiemos llegó al poder en el ballotage del 2015 ofreciendo un mix  marketinero a los electores que no habían elegido a Mauricio Macri en las primarias de agosto (en las que el frente alcanzó el 30%) ni en la primera vuelta de octubre (en la que Macri llegó al 34%): promesas emocionales (“no vas a perder nada de lo que tenés”, “vamos a unir a los argentinos”, “podemos vivir mejor”) más algunas propositivas (“pobreza cero”, “ningún trabajador pagará ganancias”, “será fácil derrotar la inflación”, “lluvia de inversiones”). Ese mix presuponía que el antikirchnerismo/antiperonismo tenía un techo en torno al 34% obtenido en la primera vuelta de ese año y que ganar la segunda vuelta requería sumar al menos unos 17 puntos porcentuales del 29% que en la primera vuelta no había votado ni por Cambiemos ni por el FPV (y que, por lo tanto, no eran K ni antiK). Sumando esos 17 pp, Macri llegó al 51,34% y se impuso por escaso margen a Scioli, que alcanzó el 48,66% (es decir, sumó casi 12 pp respecto a su caudal de la primera vuelta). 

En las legislativas de 2017, Cambiemos osciló alrededor del 42% de los votos, confirmando así su condición de primera minoría, de la mano de un cóctel que combinó reactualización de la grieta en la disputa con CFK con incentivos a la actividad que traccionaron una mejora relativa respecto al contractivo y ajustado 2016. Sin embargo, desde el diciembre poselectoral de 2017, algo se rompió: el cambio en la movilidad previsional fue percibido como ajuste, y en 2018 el gobierno se quedó sin la vía del financiamiento externo al que recurrió en exceso para financiar su “gradualismo”. Crisis cambiaria, tarifazo y FMI mediante, el oficialismo vio replegarse el apoyo hacia su núcleo duro, es decir, alejándose del orden de magnitud del 40% de imagen positiva hacia el orden de magnitud del 30% o incluso por debajo, como Synopsis detectó ya en junio pasado. La medición más reciente de esa consultora ubica la imagen positiva en apenas 27,1%, lo que confirma que el desgaste nunca se detuvo (ver datos arriba; click para agrandar) y que el apoyo reposa hoy en el voto netamente anti-K, mientras que la mitad de los electores califica negativamente a la gestión (un guarismo que está en el orden de magnitud del voto al FPV en el ballotage del 2015, 48,66%), en tanto que un 21,5% lo califica como regular; se puede presumir que este segmento es el de los electores que no son K ni anti-K. 

Ese repliegue del apoyo hacia el núcleo duro implica que si hoy hubiera elecciones presidenciales Cambiemos no podría evitar una segunda vuelta de pronóstico abierto: es decir, tanto podría ganar un segundo mandato como perder contra el opositor que resultara más votado en la primera vuelta. En agosto pasado, Synopsis detectaba un 32,4% de preferencia electoral por Cambiemos, contra 30,2% de Unidad Ciudadana; un empate técnico que distribuye simétricamente las chances de ganar para ambos de cara a un ballotage. Llamativamente, la medición de esa consultora divulgada en septiembre no muestra la tendencia de primera vuelta, pero confirma que el ballotage se le puede hacer cuesta arriba al gobierno. Realizada a nivel nacional sobre una muestra de más de 1.143 casos, con proyección de indecisos el informe revela que, en caso de un hipotético ballotage, el presidente Macri apenas superaría a la senadora Cristina Fernández de Kirchner por 5,8 puntos porcentuales, mientras que se encuentra en situación de empate técnico con el gobernador de San Juan Sergio Uñac (la diferencia a favor del sanjuanino es de 3,2 puntos porcentuales) y el de San Luis, Alberto Rodríguez Saá (la diferencia a favor del puntano es de 2,6 puntos porcentuales), en tanto que podría ser superado por el de Salta, Juan Manuel Urtubey, por 7,4 puntos porcentuales (ver datos abajo; click para agrandar). 




La clave de lectura de esas proyecciones es la siguiente: en un mano a mano con CFK, la grieta podría permitirle al gobierno de cara al ballotage una distribución reativamente más favorable que la que resultaría si fuera otro candidato el que pasara a la segunda vuelta. La razón es sencilla: si la ex presidenta no pasara la primera ronda, en la segunda y decisiva el caudal electoral de Unidad Ciudadana se transferiría masivamente al opositor más votado, inclinando la balanza en contra del oficialismo. En cambio, si el 1-2 fuera Cambiemos y CFK (o viceversa), el caudal de los dirigentes de perfil opositor menos nítido que el de la ex presidenta podría distribuirse de una manera menos asimétrica. De ahí que una eventual salida de la ex presidenta de la contienda (por causas judiciales u otras) resulte riesgosa para las chances del oficialismo, sin desmedro de que un empeoramiento de la economía también podría generar que Cambiemos fuera derrotado por CFK (una de las hipótesis expuestas pos crisis cambiaria por los analistas). 

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