En la entrada anterior discutíamos las implicancias
del neologismo "previsidumbre" (Burdman dixit) en términos de un momento gramsciano,
donde lo viejo no muere y lo nuevo no puede todavía nacer. En este orden, como
ya lo hemos planteado antes en este blog, inciden dos cuestiones fundamentales:
las restricciones políticas del kirchnerismo (magro resultado electoral en
2013, imposibilidad de re-reelección de CFK, síndrome de la “pingüina renga”) y
las restricciones económicas del modelo, que desafían al gobierno nacional y a
la vez condicionan las posibilidades de la sucesión al interior o en los
espacios cercanos al oficialismo. Por otro lado, también abren o limitan perspectivas
de posicionamiento e instalación de agenda para los referentes de la oposición.
En ese marco, la falta de una sucesión definida y
el carácter irresuelto del papel de CFK como Gran Electora de cara al 2015 abre
la perspectiva de una atomización o proliferación de candidaturas donde
conviven dirigentes más o menos cercanos al espacio kirchnerista duro, que
sigue tentado a vetar candidaturas. Se vio en estas semanas con Carlos Kunkel y
Julián Domínguez relativizando a Scioli como representante del kirchnerismo, con
la curiosidad de ver a Diana Conti, otrora crítica del gobernador bonaerense, reivindicándolo
como alternativa.
En cualquier caso, hay una tensión instalada entre
un sector del kirchnerismo acostumbrado a que nada estructural se construya en
la política argentina sin el guiño o la venia “K”, y otros sectores más
realistas que toman nota de que el problema de la sucesión hoy requiere admitir
a quienes quieren contender en 2015 el juego propio. En ese juego, sin dudas es
Daniel Scioli quien tiene más avanzando el armado político por fuera del
kirchnerismo, y conservando el hándicap de no haber sacado los pies del plato
(como sí hizo Sergio Massa, lo cual le brindó una gran oportunidad electoral
pero a su vez lo aleja de vastos sectores del peronismo que ya lo ven como
ajeno). Scioli va por una coalición que herede al kirchnerismo, Massa en cambio
apuesta a tomar el poder desde afuera, con una coalición de otra naturaleza.
Además de Scioli, como planteamos, hay una lista de
aspirantes a herederos de CFK dentro del amplio espacio del pankirchnerismo,
entre ellos gobernadores como Sergio Uribarri, Juan Urtubey; ministros y ex
ministros, como Jorge Capitanich, Florencio Randazzo y Aníbal Fernández. De ellos,
hoy el único con vidriera de envergadura como para contender con Scioli es el
ex gobernador de Chaco, Capitanich, cuyas chances dependen básicamente de dos
factores: una, que el gobierno del cual es hoy la cara visible pueda encauzar
la marcha económica sorteando con un éxito al menos módico las restricciones
económicas del modelo, y dos, que otros gobernadores y dirigentes con
aspiraciones presidenciales las resignen para encolumnarse detrás de su figura,
en tanto que representante de una “liga de gobernadores del interior” que
contrapese el peso específico del gobernador bonaerense.
Sin embargo, por gravitación, el primer factor mencionado es el más decisivo, dado que un eventual desmadre económico no sólo podría herir de muerte las chances de Capitanich (de presidenciable, pasaría a ser un fusible) sino que también limitaría seriamente las posibilidades de otros actores del espacio K y del mismo Scioli, si bien en este caso con matices. Mientras estas tensiones se agitan dentro y alrededor del oficialismo, las figuras de la oposición siguen apostando al desgaste el gobierno a la vez que tratan de sentar las bases de las futuras alianzas electorales. Está claro que nadie esperará hasta el 2015, y que muchos de los principales referentes ya están lanzados y a la búsqueda de aliados en todo el país; con todo, nunca pueden descartarse cisnes negros o el surgimiento de candidatos “tapados”, ni en el oficialismo ni en la oposición.